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Los desplazados sirios temen el coronavirus en los hacinados campos

Desplazados sirios viven hacinados en un campo cerca de la localidad de Qah, en la frontera con Turquía, y temen una propagación del coronavirus en estos asentamientos, el 28 de octubre de 2020 afp_tickers

Hassan Sweidan está aterrado con la posibilidad de enfermarse de covid-19 en el atestado campo de desplazados en el noroeste de Siria al que llama casa, sobre todo porque el personal médico de la región se ha contagiado.

Los trabajadores humanitarios temen un desastre con el aumento de casos del nuevo coronavirus en el noroeste de Siria, donde cerca de 1,5 millones de personas viven hacinadas en campos o asentamientos, a menudo con escaso acceso al agua corriente.

En un asentamiento informal en Idlib, el mayor feudo de los rebeldes en el país, Sweidan dice que él y otros desplazados sirios no tienen cómo protegerse del coronavirus.

“Vivimos en un campo en el que estamos hacinados. Si alguien habla a su familia, todos los vecinos lo pueden oír”, dice Sweidan, de unos cuarenta años y con problemas de salud y padre de seis hijos.

En el campo de Qah, unos pocos paneles solares artesanales brillan en los techos de lona donde las familias se han asentado tras ser expulsadas por la guerra.

Mientras descansa tras ayudar a un amigo a construir un pequeño cuarto que sirve como tienda, Sweidan espera que no tenga que llevar a nadie de su familia al hospital local.

“Los hospitales están abarrotados. La gente ha empezado a tener miedo de los doctores y enfermeras, porque piensan que pueden estar infectados, con toda la gente enferma que acude a ellos”.

– “Fin de nuestra miseria” –

“Un pariente se infectó recientemente y yo tengo mucho miedo porque no tengo inmunidad”, dice este hombre, que padece una enfermedad del hígado y que huyó de su casa hace siete años.

El bastión de Idlib –actualmente dominado por un grupo que antiguamente estaba afiliado a Al Qaida– ha sido golpeado por años de guerra.

Los cooperantes locales e internacionales están trabajando para contener el virus pero los casos van en aumento.

“En el noroeste, se han registrado seis veces más de casos confirmados en el último mes, y los infectados también aumentan en los campos de desplazados y en asentamientos”, afirmó Mark Lowcock, subsecretario general de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las autoridades sanitarias del noroeste de Siria anunciaron oficialmente 5.075 casos de covid-19 hasta la fecha, y 42 fallecidos.

De estos, más de 860 casos han sido registrados entre el personal sanitario y cerca de 330 en los campos.

Ghatwa al Mohommad, de 80 años, sentada con las piernas cruzadas en el piso mientras aplasta aceitunas verdes con un ladrillo, dice que ella y su familia se sienten atrapados.

“Estamos aterrados por la enfermedad pero no nos atrevemos a irnos”, dice.

“No sabemos qué hacer. Dios podría dejarnos morir y acabar con nuestra miseria”, asegura.

De los tres millones de personas que tiene Idlib, cerca de la mitad viven en precarias casas o en carpas tras escapar de los bombardeos que han destrozado Siria en nueve años de guerra civil.

La última ofensiva apoyada por Rusia en la región el invierno pasado mató a 500 civiles y obligó a cerca de un millón de personas a abandonar sus casas.

Desde el inicio del alto el fuego alcanzado por Moscú y por los rebeldes apoyados por Ankara en marzo, sólo unas 200.000 personas han vuelto a sus hogares.

– La distancia social “prácticamente imposible” –

En el centro de salud de Idlib, el doctor Yahya Naameh dice que han pedido a la gente que mantenga la distancia social.

Pero reconoce que es “prácticamente imposible” en los cientos de asentamientos que jalonan la región.

Pocos en los campos llevan mascarilla. Muchos no pueden permitirse comprarlas o cambiarlas regularmente, y mucho menos geles desinfectantes.

Para la mayoría, alimentos, agua, medicinas o material para el colegio son mucho más importantes.

“El régimen y las fuerzas rusas son responsables del desplazamiento de esta gente y de las condiciones atroces en las que viven”, dice Naameh.

En el campo, Mohammad al Omar, de 40 años, también afirma que no es realista pedir a la gente que se aísle en una carpa.

“Nos dicen que no salgamos, que no nos amontonemos, pero vivimos en carpas que apenas están separadas un metro”, dice este padre de cuatro hijos, que se vio desplazado por el conflicto hace ocho años.

“Nos dan a los mayores de cinco años una mascarilla como si fuera suficiente. Pero no lo es”.

Omar, que trabaja como conductor de un camión cisterna, dice que no puede quedarse en el campo ya que necesita ganar dinero.

“Si me quedo en mi tienda, ¿de qué voy a vivir? ¿Qué voy a comer?”, pregunta

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