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Los habitantes de Tal Afar regresan a casa fusil en mano

En 2014, cuando el grupo EI se apoderó de casi un tercio de Irak, incluido Tal Afar, a 70 kilómetros al oeste de Mosul, miles de iraquíes se unieron a las filas de las unidades de "movilización popular" Hashd al Shaabi, unas fuerzas paramilitares afp_tickers

Abas Yusef regresa del frente de Tal Afar, con una kalashnikov en la mano y una sonrisa. Hoy, con sus camaradas de batalla, este turcomano de las unidades paramilitares iraquíes vuelve a la casa de la que huyó cuando llegaron los yihadistas hace tres años.

En 2014, cuando el grupo Estado Islámico (EI) se apoderó de casi un tercio de Irak, incluido Tal Afar, a 70 kilómetros al oeste de Mosul, Abas respondió presente al llamamiento del gran ayatolá Alí al Sistani, la principal autoridad chiita del país.

Como miles de iraquíes, se unió a las filas de las unidades de “movilización popular” Hashd al Shaabi, unas fuerzas paramilitares dominadas por milicias chiitas apoyadas por Irán.

Otros turcomanos chiitas huyeron buscando refugio en el sur del país, donde se encuentran las ciudades santas chiitas.

Hace tres años, recuerda Abas, “tuve que irme con mi familia a la provincia de Diwaniya”, al sur de Bagdad, “y abandonar mi casa”, por cuya construcción “lo había sacrificado todo”.

– “Felicidad indescriptible” –

Hoy, este cuarentón, militar retirado, está de regreso. Combate en su barrio de Al Kifah, en el oeste de Tal Afar, uno de los últimos bastiones del grupo EI en Irak que es blanco desde hace una semana de una ofensiva de las fuerzas gubernamentales iraquíes asociadas al Hashd y apoyadas por la coalición bajo mando estadounidense.

“No puede usted imaginarse mi felicidad cuando he visto mi casa”, dijo a la AFP. “Recuperarla, fusil en mano, es una sensación indescriptible”, añade este hombre, mientras se limpia el polvo y el sudor de la frente con una cinta verde, color de los combatientes chiitas.

Junto a él, su compañero de armas y vecino de Tal Afar, Akram Qambar Yas, está sentado sobre una piedra, delante de una clínica. “Trabajaba aquí mismo como policía local” de Tal Afar hasta que llegaron los yihadistas sunitas del EI, explica a la AFP.

Tras la entrada de los yihadistas en la ciudad de 200.000 habitantes (en su mayoría turcomanos chiitas, pero también turcomanos y kurdos sunitas) Akram y los demás se encaminaron al sur con todas sus familias. Hoy, desde el lugar en el que está sentado, señala con el dedo una casa de muros rosas y tejado de ladrillo. “Es la de mi hermana”.

Él y Abas decidieron luchar, pero los otros turcomanos chiitas no se quedaron atrás, asegura. “Los jóvenes combaten y los de más edad organizan convoyes”, esas largas filas de coches y de camionetas procedentes del sur de Irak con comida, ropa y equipamiento para el frente.

– “Estamos en nuestra casa” –

¿Y los que se han quedado? “No son más que unas cuantas familias y pertenecen al grupo EI”, afirma Akram.

“La mayor parte de los jefes del EI en Tal Afar vienen de familias conocidas”, lo interrumpe Abas. Uno de los hombres más cercanos a Abú Bakr al Bagdadi, el “califa” autoproclamado del grupo EI, -añade- era “un kurdo de Tal Afar, Abu Alaa al Afri”.

“La mayoría de los emires locales del EI son gente de Tal Afar, los turcos y extranjeros llegaron más tarde”, explica Abas, que como muchos turcomanos habla turco. “Ayer oímos a yihadistas turcos hablar por sus walkie-talkie y decir que no se rendirían. ¡Que se vayan al infierno!”.

“En realidad ni siquiera luchan”, afirma un combatiente con uniforme militar cubierto de polvo.

“Ayer entramos en una casa en la que había un stock de armas que podrían haberles servido para resistir dos semanas si quisieran”, añade el hombre que dice llamarse Abu Zineb. “¡Pero son unos cobardes, no pueden resistir contra nosotros porque aquí estamos en nuestra casa!”.

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