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Los habitantes de una isla de Corea del Sur, escépticos ante la cumbre intercoreana

Soldados surcoreanos cerrando la entrada de una playa de la isla de Yeonpyeong, cerca del la "línea de límite del Norte", el 24 de abril de 2018 afp_tickers

Cuando un obús de artillería norcoreano se estrelló contra su casa hace ocho años, pulverizando el último piso, Kim Soo-ok, aterrorizado, se precipitó a la calle, descalzo y gritando que había estallado la guerra.

La lluvia de obuses descargados contra la isla surcoreana de Yeonpyeong, en el mar Amarillo, en noviembre de 2010, dejó cuatro muertos y redujo algunas viviendas a meras ruinas humeantes.

Fue el primer ataque de Corea del Norte contra civiles desde la guerra de Corea (1950-1953) y todavía hace temblar a los habitantes, que revisten un escepticismo amargo respecto a Pyongyang antes de la cumbre intercoreana del viernes.

“Cada vez que oigo un ruido fuerte, voy a comprobar fuera, por reflejo”, afirma Kim, gerente de una cafetería. “Siempre me acuesto con una maleta preparada, por si acaso”, agrega.

Los 2.200 habitantes de Yeonpyeong viven a solo un kilómetro y medio de una frontera marítima disputada con el Norte.

Llamada “línea de límite del Norte” (NLL), esta frontera no cuenta con el reconocimiento de Pyongyang, que alega que fue trazada por las fuerzas de Naciones Unidas, empujadas por Estados Unidos, cuando terminó la guerra.

La línea de demarcación fue escenario de enfrentamientos marítimos breves pero sangrientos entre las dos Coreas en 1999, 2002 y 2009. Corea del Norte afirmó que el ataque de 2010 era una respuesta a bombardeos surcoreanos en sus aguas territoriales.

– ‘Ni por el hombre ni por Dios’ –

Junto a una carretera, una pancarta proclama: “El bombardeo de Yoengpyeong no se será tolerado ni por el hombre ni por Dios”.

En los días despejados pueden verse, desde lo alto de una montaña, los edificios de hormigón y las cabañas en Corea del Norte.

El dirigente norcoreano Kim JOng Un inspeccionó varias veces la unidad militar desplegada en el islote de Mu, autora del ataque, y le entregó el título de “Destacamento heroico de defensa”, calificando el incidente de 2010 de “batalla deliciosa”.

Sin embargo, el viernes se producirá algo inimaginable hace tan solo unos meses: un encuentro entre Kim con el presidente surcoreano Moon Jae-in, en el tercer cara a cara de este tipo desde el fin de la guerra.

Si bien celebran cualquier signo de apaciguamiento, los habitantes desconfían de las intenciones de Corea del Norte.

“Se han pasado los últimos 60 o 70 años fabricando cosas para matar […], para bombardear a la gente y torpedear sus barcos”, declara Park Dong-ik, un residente de 80 años.

Para él, el acercamiento actual no deja de ser superficial y en cualquier momento puede estallar otro conflicto.

Kim Sung-ja, otra habitante, explica que la situación podría parecer tranquila. “Pero quién sabe qué harán después”, se pregunta. “Si nos bombardearan hoy, estaríamos impotentes. Moriríamos todos”.

– ‘Zona de peligro’ –

El recuerdo triste del mortífero ataque es omnipresente en la isla, así como los signos de su proximidad con Corea del Norte.

Seúl desplegó en Yeonpyeong soldados y armamento adicional. Hay puestos militares repartidos por todo el territorio y el sonido de las explosiones de los ejercicios de artillería rompen de vez en cuando con la tranquilidad del ambiente.

Los ejercicios de evacuación de emergencia son frecuentes y a menudo se organizan en uno de los varios búnkeres construidos en la isla.

Las vallas de acceso a la playa se cierran a las 18H00. Los soldados patrullan por la orilla en busca de eventuales explosivos norcoreanos.

En el centro del pueblo de Yeonpyeong, se conservan dos casas que fueron bombardeadas en 2010 en estado de ruinas, para recordar el ataque y como una macabra atracción turística, con sus bicicletas incendiadas y oxidadas en las escaleras.

Los habitantes se quejan del declive del turismo en los últimos ocho años. Solo un operador de ferris tiene conexión con la isla -antes lo hacían tres-, con un solo barco diario.

Algunos esperan que la cumbre sirva para disipar el miedo de los turistas.

Pero no Kim Young-sik, un pescador de 68 años, y oriundo de la isla, donde ha vivido toda su vida. “A Yeonpyeong-do se la conoce en todo el mundo por ser una zona peligrosa”.

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