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Los iraquíes quieren un cambio de régimen pero sobre todo el fin de la pobreza

La plaza Al Jalani de Bagdad, el 4 de diciembre de 2019, mientras continúan las protestas contra el gobierno iraquí afp_tickers

Las demandas exigiendo un cambio de régimen y el fin de la corrupción resuenan estas últimas semanas en las masivas manifestaciones en Irak, pero lo que ante todo impulsa a los iraquíes a tomar las calles es la profunda pobreza en uno de los países del mundo más ricos en petróleo.

Para el profesor de historia del pensamiento económico, Musa Jalaf, “el deterioro de las condiciones económicas de los iraquíes es la principal razón de las manifestaciones, pues 8 millones de ellos viven bajo el umbral de la pobreza” en un país de 40 millones de habitantes.

Desde 2003, año de la invasión de Estados Unidos, el petróleo –único recurso en divisas del país, que garantiza 90% del presupuesto nacional– ha proporcionado más de 750.000 millones de euros (USD 825.000 millones) a Irak. Pero, en el mismo período, unos 410.000 millones han desaparecido en las brumas de la corrupción.

En Diwaniya, en el sur de Irak, una de las zonas rurales más pobres del país, Umm Salah, viuda de 57 años se manifiesta a diario, junto a decenas de miles de personas, y pese a los centenares de muertos causados por la represión de la movilización.

A pie, puesto que no puede pagarse un taxi, Umm acude desde octubre a diario a la plaza del Consejo provincial, distante unos 5 kms, con sus siete hijos.

“Mi marido murió hace cuatro años, porque somos pobres y no podíamos pagar un tratamiento en clínicas privadas”, cuenta Umm.

El Estado, que en la época del régimen de Sadam Husein, distribuía tierras, no le da ahora nada. Las autoridades se limitan a dejar que construya su casa en uno de los numerosos barrios informales donde hoy viven cerca de tres millones de iraquíes.

– Profesor y taxista –

Sin embargo, en septiembre las autoridades locales de varias provincias del sur –ahora en plena revuelta– iniciaron destrucciones de viviendas en estos barrios informales.

Ese mismo mes un joven, Wassit, se inmoló con fuego en Kut después de que se le confiscara su carretilla de vendedor ambulantes, su único medio para ganarse la vida en un país donde un joven de cada cuatro está desempleado, y donde el 60% de la población tiene menos de 25 años.

Tres de los siete hijos de la viuda Umm están desempleados, engrosando así una categoría cada vez mayor en un país en el que durante mucho tiempo la función pública absorbía a los diplomados.

Hoy, con un sector privado que jamás ha despegado pese a las promesas de prosperidad tras la invasión estadounidense que derrocó a Sadam Husein, hacen falta años para obtener un puesto de funcionario.

Llegar a ser funcionario se ha convertido en el Santo Grial para los iraquíes, pero también es una carga cada vez mayor para el Estado, que destina un tercio de su presupuesto 2019 al pago de salarios.

Muhanad Fadel también soñaba con un puesto de funcionario cuando obtuvo hace algunos años un máster de educación física. Pero, hoy, con 30 años, su diploma no le sirve para nada. Ha conseguido dar algunas charlas en la universidad, por unos 40 euros (USD 45) al mes. El resto del tiempo, intenta sobrevivir.

“Empecé a conducir un taxi, pero tenía miedo de que mis estudiantes me reconocieran” cuenta a la AFP, amargo. “Por eso abrí una pequeña tienda de dulces en la planta baja de nuestra casa, y gano unos 5.000 dinares por día”, algo menos de cuatro euros (USD, 4,50).

– “¿Cómo es posible?” –

Gracias a ello, Fadel ha podido casarse, pero no ha logrado ofrecer una casa a su esposa, y los dos viven en una vivienda familiar.

“Entre todos los miembros de la familia sacamos 135 euros por mes. ¿Cómo es posible esto en uno de los países más ricos en petróleo del mundo?”, se pregunta.

El problema, dice, son los dirigentes del país –sunitas o chiitas, religiosos o liberales, leales a Irán o a Estados Unidos– que “son corruptos o roban dinero del pueblo para dárselo a Irán o a otros países”.

Para cambiar la tendencia en Irak, “es necesaria una gobernanza económica de explotación de recursos sobre la base de datos científicos y económicos, y no sobre la base de privilegios y clientelismos políticos”, asegura el profesor Musa.

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