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Productores mexicanos de flor de Día de Muertos reducen la siembra por la pandemia

Luis Ricardo Sánchez, de 36 años, recoge flores de cempasúchil (Tagetes erecta) en una chinampa (jardín flotante) en Xochimilco, Ciudad de México, el 13 de octubre de 2020 afp_tickers

Solo algunos islotes artificiales, conocidos como chinampas, en el lago de Xochimilco lucen pintados de naranja, el color de la flor de cempasúchil, tradicional del Día de Muertos en México. Ante el temor de ventas bajas por la pandemia de covid, los productores decidieron reducir su siembra.

Ricardo Sánchez, floricultor del barrio de San Lorenzo, en esta reserva natural del sur de la Ciudad de México, no recuerda una temporada de corte de la aromática flor tan crítica como la que ha desatado el nuevo coronavirus.

“Al ver la situación con la pandemia, los productores se desanimaron y dejaron de cultivar [la flor]. Más que nada sembraron por una cuestión simbólica, de tradición, porque las ventas están bajas”, dice a la AFP Sánchez, de 36 años.

A pesar de eso, las autoridades de Xochimilco estiman que la venta de esta flor este año genere en la zona ganancias por unos 10 millones de pesos (455.000 dólares). Aún no han sido divulgadas las cifras del año pasado.

Del 1 al 2 de noviembre se celebra en México el Día de los Muertos.

Según las leyendas indígenas, esos días los muertos vuelven al mundo de los vivos y son honrados con ofrendas erigidas en casas y tumbas con la comida y bebida preferida por el difunto, y con dulces en el caso de los altares para niños.

Pero este año los panteones estarán cerrados por la pandemia, que en México, con 128,8 millones de habitantes, ha dejado casi 84.000 fallecidos y más de 800.000 contagiados.

La tradición indígena marca que para guiar a los difuntos hasta las ofrendas hay que hacer senderos con los pétalos de la Tagetes erecta, conocida en México como cempasúchil -que en náhuatl significa “flor de 20 pétalos”.

Además de la pandemia, y la competencia con productores industriales asiáticos, que usan la flor en textiles y alimento para aves, los floricultores mexicanos enfrentan también las consecuencias del cambio climático.

“Estamos casi a mediados de octubre, ya el cultivo está totalmente floreado a consecuencia de las altas temperaturas que ya se han modificado en Ciudad de México”, refiere el productor.

A nivel nacional cada año, según cifras oficiales, se destinan cerca de 1.700 hectáreas para el cultivo de esta flor, que según la leyenda indígena guarda el calor del Sol.

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