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Un anciano iraquí se aferra a su casa a pesar del frente de Mosul

Una persona salta por la ventana de una casa de la ciudad vieja de Mosul, el 15 de abril de 2017 afp_tickers

Desde el umbral de su puerta, Moafak al Obeidi contempla las oleadas de habitantes que suben la calle apresuradamente y la retroexcavadora que recoge los escombros. El frente de Mosul ha llegado justo a los pies de su casa, pero él ha decidido quedarse.

Apoyado sobre su bastón, este anciano se gira lentamente, dejando a su espalda el vaivén de los vehículos blindados que conducen a los soldados iraquíes a combatir contra los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI), situados a algunos metros más lejos.

Las planchas metálicas deshilachadas y los ovillos de hilos eléctricos cuelgan hasta el suelo.

La elevada puerta metálica de su casa esconde un inesperado oasis en medio de la desolación del barrio de Al Rifai: un jardín con palmeras, plantas, balancines…

Sin embargo, algunos detalles perturban este refugio verdoso. En la fuente sobre la escalinata, los trozos de tejas han reemplazado al agua, el toldo que protege la escalinata deja pasar la luz a través de grandes agujeros y algunos escombros de lavabos, sillas y lamparas están amontonados en un rincón.

“Mi casa es mi vida. Mi patria, mi bienestar”, afirma este director de empresa de 70 años de edad, que vive con su mujer, su hija, su perro y un pequeño gato.

Irse era inconcebible. “Tengo una vértebra fracturada, ¿dónde quiere que vaya?”, comenta. “Incluso si fuera a casa de mis hermanos, sería una carga (…) Construí mi casa en 1985. Trabajo desde que tengo diez años, esto es el fruto de 60 años de esfuerzo”, insiste.

Solamente se marchó tres días a finales de la semana pasada, obligado por los combatientes del grupo EI que trataban de contener el avance de las tropas iraquíes.

Desde hace ocho meses, estas últimas están llevando a cabo una ofensiva para recuperar la segunda ciudad de Irak, que fue conquistada por los yihadistas en junio de 2014.

No se fue muy lejos, a casa de sus vecinos, un poco más abajo en la misma calle. Volvió el miércoles de madrugada. “Éramos 140 personas allí, no sé cómo hicimos para dormir. Tenía ganas de volver”, cuenta este hombre

– “No queda nadie” –

Su acogedora casa es un testimonio de su éxito, gracias a su empresa de azulejos de la periferia de Mosul, que fue liberada a mediados de enero y de la que no tiene noticias.

En su salón, este amante de las antigüedades ha reunido jarrones y porcelanas de todos los tamaños. Algunos no resistieron a un cohete que agujereó el techo y los suelos del piso superior y de la planta baja, por lo que tiene que guardarlos en el sótano.

Sin embargo, Moafak al Obeidi no puede hacer nada. Los violentos combates que resuenan dentro de su casa significan el fin de una vida de penurias y de violencia.

“No veo un tomate o un huevo desde hace cuatro meses. Cosas tan simples como una cebolla -si la encuentras- cuestan 20.000 dinares el kilo (cerca de 15 euros), una pequeña botella de aceite, son 35.000 dinares (25 euros)”, se lamenta.

Con la mirada negra bajo su barba blanca, el puño cerrado en su ‘dishdasha’ (vestido largo) gris, maldice e insulta a los yihadistas. “Las personas vulgares, despreciables y sin piedad que no respetan a nadie”. Y que han usado su querida casa como base de combate.

“Cuando tuve que irme, olvidé mi cartera con mis papeles y mi pasaporte. Tuve que volver y había un coche en el garaje. Estoy seguro de que era un coche bomba”, comenta.

Días después, al volver al barrio, descubrió su sótano lleno de cohetes.

Su zona está a punto de ser liberada, pero “no queda nadie”. “Todo el mundo se ha ido. Lloré viendo a las personas pasar, llevando a los heridos, gente de 90 años”, dice.

SWI swissinfo.ch - unidad empresarial de la sociedad suiza de radio y televisión SRG SSR

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