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Un Eid dedicado a los “mártires” en el cementerio iraquí del “Valle de la Paz”

Un iraquí llora ante la tumba de un ser querido el 1 de septiembre de 2017 en el cementerio de Wadi al Salam, en la ciudad de Nayaf afp_tickers

Kazem al Aibi no acudió este año al cementerio familiar con motivo del Eid, sino que fue a la ciudad santa de Nayaf, donde está enterrado su hijo, “mártir” de la lucha contra los yihadistas.

“Mohamed”, dice delante de la tumba blanca de su hijo, quien se alistó en el Hashd al Shaabi, las unidades paramilitares de “movilización popular” integradas sobre todo por milicias chiitas apoyadas por Irán.

En 2014, el gran ayatolá Alí al Sistani, principal autoridad chiita del país, llamó a sus compatriotas a tomar las armas para frenar el avance fulgurante de los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI).

Mohamed se movilizó, como decenas de miles de iraquíes.

Se fue de su aldea de Al Shuilat, en la provincia de Maysan, a 350 kilómetros al sur de Bagdad. Dirección: el norte. Después de varias batallas, murió en Al Miqdadiya, a 300 kilómetros de distancia.

Tocado con una kufiya negra y blanca, su padre llora en el cementerio de Wadi al Salam, el “Valle de la Paz” en árabe, uno de los cementerios más grandes del mundo, con millones de tumbas cuyo número se agranda en el cuarto año de combates contra el EI.

El anuncio de la victoria de las tropas iraquíes y de sus aliados del Hashd en Tal Afar alivia algo el duelo de Kazem al Aibi. Se ha logrado expulsar al EI de la provincia de Nínive, donde el “califa” Abu Bakr al Bagdadi hizo su única aparición pública.

“Si Dios lo quiere, después de Tal Afar y de Mosul, todas las regiones y ciudades serán liberadas”, afirma este hombre con chilaba blanca y bigote negro.

– Flores para los “mártires” –

A su alrededor, hombres y mujeres de todas las edades caminan por las avenidas del cementerio de Nayaf, la ciudad santa chiita a 150 kilómetros al sur de Bagdad.

Mujeres con un velo de pies a cabeza que sólo deja ver sus caras y hombres llorando limpian las estelas con bidones de agua y trapos o las adornan con flores y carteles a la gloria de los “mártires”.

Para muchos chiitas, ser enterrado aquí es un honor. Cada día, miles de peregrinos de Irak y de países vecinos acuden al mausoleo del imán Alí, yerno del profeta y primer imán chiita.

Muchos de los integrantes del Hashd muertos en combate están enterrados en Nayaf. Cada vez hay más estelas con la inscripción “mártir” e inscripciones en honor a los “comandantes mártires” y “héroes”, bajo fotografías de hombres que posan armados.

En la entrada del camposanto, abarrotada de camionetas, coches y motocicletas, se encuentra Abu Husein. Ha perdido a un hijo pero está satisfecho con la victoria de Tal Afar.

“El más mínimo centímetro que se arrebate a los yihadistas es una victoria para todo el pueblo iraquí”, afirma el hombre, con una chilaba negra y una kufiya alrededor del cuello. Piensa en “todas las familias de mártires, las madres de mártires, los hermanos y hermanas de mártires”.

Llegan más y más familias. No se sabe cuántos muertos hay en las filas progubernamentales; las tropas iraquíes no quieren decirlo.

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