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Una clínica psiquiátrica de Siria afronta las consecuencias de la guerra

Unos pacientes de la clínica psiquiátrica de Azaz, en Siria, pasean por el patio del centro el 6 de julio de 2017 afp_tickers

En una austera clínica psiquiátrica del norte de Siria, varios pacientes con la cabeza afeitada se acuclillan en el patio, víctimas de los horrores de seis años de guerra en el país.

Vestidos con uniformes o con camiseta y pantalones de chándal, algunos gritan a los que tienen alrededor, otros se ríen o cantan, dejando ver unas encías desdentadas.

La segunda planta de la clínica acoge a mujeres internas, que llevan vestidos estampados y pañuelos de flores. Algunas sonríen a los visitantes, mientras otras yacen inmóviles en sus colchones. Una de ellas está atada a su cama.

Los horrores de los seis años de guerra en Siria han provocado daños psicológicos devastadores, pero el personal del único centro psiquiátrico en la zona controlada por los rebeldes en el norte del país hace todo lo posible por tratar a las personas afectadas.

Entre los pacientes de esta clínica de Azaz, en la provincia de Alepo, hay una joven de 17 años muy marcada por el conflicto.

“Vio a un niño muerto al que se estaban comiendo los animales”, cuenta Dorar Al Sobh, uno de los médicos del centro. “Estaba tan conmocionada que perdió el habla. Ahora no puede dormir ni comer. Evita a todo el mundo”.

Un paciente de la provincia vecina de Raqa regresó a su casa, se encontró con que la habían bombardeado y halló los cadáveres de su mujer y sus seis hijos. “Tiene problemas para dormir. Tiene ‘flashbacks’ y pesadillas”, dice Sobh, de 46 años.

Algunos casos son anteriores al conflicto en Siria, pero otros, especialmente los trastornos de estrés postraumático (TEPT), son consecuencia directa de la guerra. “Hemos asistido a un incremento de los casos, sobre todo de depresión y TEPT”, explica Sobh.

– “Torturado y golpeado” –

El enfermero Mohamed Munzer recuerda que ha recibido a pacientes que habían sido detenidos durante las manifestaciones pacíficas de 2011, que fueron reprimidas con dureza por el régimen, dando lugar al inicio del conflicto sirio.

“Fueron torturados y golpeados, sobre todo en la cabeza. Empezaron a tener problemas mentales”, explica Munzer, de 35 años.

Otros sufren crisis de ansiedad vinculadas a los bombardeos y la violencia que han matado a más de 330.000 personas desde el principio de la guerra. “Algunas personas no soportan el ruido de los aviones”, cuenta el enfermero.

La clínica acoge a cerca de 140 pacientes internos, así como a otros que acuden desde fuera para recibir tratamiento.

Su primera ubicación era el distrito de Masaken Hanano, en las afueras de la ciudad de Alepo, pero tuvo que trasladarse a otra parte cuando comenzaron los combates después de que los rebeldes entraran en la ciudad en 2012.

Gran parte del personal médico huyó, abandonando a los pacientes, algunos de los cuales erraban por las calles.

Los habitantes locales, preocupados por la situación, contactaron con una ONG médica turca que trabaja con médicos sirios para transferir a los pacientes.

En 2013, se mudaron a una clínica del oeste de la provincia de Alepo y de ahí, a Azaz, con la ayuda de la organización Physicians Across Continents.

Aunque Azaz haya sido bombardeado periódicamente por el régimen, el nuevo hospital no ha sido alcanzado por los ataques. Esto ha permitido que los médicos se centraran en su trabajo, ofreciendo a residentes y pacientes externos medicación, consultas y tratamiento individualizado.

– “Psicológicamente exhausto” –

El hospital también tiene que lidiar con la escasez de medicinas. De vez en cuando recibe donaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero muy a menudo tiene que recurrir a alternativas en el mercado local o en la vecina Turquía.

“Estamos psicológicamente exhaustos”, afirma Sobh. “A veces nuestros pacientes nos golpean o nos insultan (…) De vez en cuando nos tomamos vacaciones para distanciarnos del ambiente del hospital por unos días”.

El personal del hospital también trata de trabajar con la comunidad para eliminar el estigma que acompaña a las enfermedades mentales.

“A través de folletos y en las redes sociales, explicamos que la gente con una enfermedad mental es como cualquier enfermo”, cuenta Munzer.

Según Sobh, la creciente necesidad de atención en salud mental ha provocado un cambio sutil entre los locales. “Los residentes de la zona aceptan (la clínica), ya no es un símbolo de debilidad”, explica.

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