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Zimbabue y líderes africanos despiden al expresidente Robert Mugabe

Un hombre sostiene una imagen de Robert Mugabe durante su funeral oficial, este sábado 14 de septiembre en el Estadio Nacional de Harare, la capital de Zimbabue afp_tickers

Zimbabue rindió este sábado un último homenaje nacional a su controvertido expresidente Robert Mugabe, “héroe” proclamado de la independencia de un país al que acabó dejando exangüe al cabo de 37 años de autoritario mandato.

Varios jefes de Estado africanos, en activo o retirados, acudieron al sepelio, celebrado en el Estadio Nacional de Harare, de 60.000 localidades, que solo se llenó a medias.

Acudieron entre otros el presidentes sudafricano, Cyril Ramaphosa, keniano, Uhuru Kenyatta y ecuatoguineano, Teodoro Obiang Nguema. Éste último posee el récord de los jefes de Estados en ejercicio, con 40 años de mandato.

El féretro de Mugabe, envuelto en la bandera zimbabuense, entró en el estadio al son de una banda de música militar. La gente cantó y acompañó con tambores la solemne comitiva, que cruzó el césped del estadio, hasta que los restos fueron depositados debajo de una carpa blanca, donde los dignatarios acudieron para el último adiós.

El féretro, cargado a hombros por soldados, fue saludado con 21 cañonazos.

Robert Mugabe falleció el 6 de septiembre con 95 años, en un hospital de lujo de Singapur en el que era tratado desde hacía años.

Obligado a renunciar a su cargo por un golpe de fuerza del ejército y de su partido, Mugabe dejó un país sacudido por la represión y arruinado por una crisis económica sin fin.

“Honramos y recordamos a nuestro icono africano. Tenía muchos aliados y seguidores. Nuestra patria le llora”, declaró el presidente zimbabuense, Emmerson Mnangagwa.

Una opinión no compartida unánimemente en las calles de Harare.

“¿Por qué estar de luto cuando sufrimos así?”, se pregunta Ozias Puti, de 55 años, uno de los numerosos vendedores ambulantes en las calles de la capital. Mugabe “destruyó este país”, afirma.

Los zimbabuenses se enfrentan a diario a la escasez de productos, a una inflación de tres dígitos y a la inseguridad en las calles.

El gobierno actual espera iniciar una etapa de deshielo con los inversores y la comunidad internacional, ahora que Mugabe, un crítico mordaz de Occidente, murió.

“Den a nuestro país un renacimiento, una nueva oportunidad. Levanten las sanciones, no las merecemos”, clamó Mnangagwa.

– Entierro dentro de un mes –

“Las cosas iban mucho mejor con Mugabe”, opina en cambio Daydream Goba, un desempleado de 27 años. “Los precios de los productos básicos eran más bajos. Ahora ya no nos llega el dinero y la policía nos persigue cuando intentamos vender en las calles”.

“Estoy aquí para llevar el luto por nuestro héroe” indicó por su parte un excombatiente de la “guerra de la liberación”, Solomon Nyoka, de 64 años. “Todo lo que es positivo en Zimbabue, su unidad, su reconciliación y la tierra que ya es nuestra, es gracias a Mugabe”.

Robert Mugabe no solo dividió a su país en vida, sino también tras su muerte, debido a la cuestión de su entierro.

Durante varios días, su familia batalló para que fuera inhumado en su pueblo del distrito de Zvimba, a un centenar de kilómetros de Harare. El gobierno de su sucesor, Emmerson Mnangagwa, deseaba por el contrario enterrarlo en el “Campo de los Héroes”, el panteón local.

La disputa concluyó el viernes, cuando se decidió enterrar al “camarada Bob”, como lo apodaban los dirigentes de su partido, en el monumento nacional de Harare, pero no antes de un mes, para que haya tiempo de construir un mausoleo.

“No lo enterraremos hasta que no concluya la construcción de este mausoleo”, dijo el presidente zimbabuense, Emmerson Mnangagwa.

Desde la caída de Robert Mugabe, las relaciones del expresidente y su familia con Mnangagwa, a quien el exmandatario calificó públicamente de “traidor”, son claramente malas.

En noviembre de 2017, el ejército empujó a Mugabe a la salida, tras su decisión de expulsar a Mnangagwa, entonces vicepresidente, por sugerencia de su esposa, Grace Mugabe. La entonces primera dama codiciaba de forma cada vez más abierta la sucesión de su marido nonagenario.

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