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Alemania pondera el paso dado por Suiza

El embajador Thomas Borer, (der. en esta imagen de archivo con su esposa Shawne y el político valesano, Wilhelm Schnyder) se refirió a la futura adhesión de Suiza a la ONU Keystone

Suiza opta por el medio. Su futura adhesión a la ONU ha sido muy valorada por Alemania, uno de los países europeos con los que los suizos mantienen, históricamente, una de las relaciones de vecindad más intensas.

Este contenido fue publicado el 05 marzo 2002

El "sí" no ha sido exhalado como un "do" de pecho vibrante, sino más bien con un ligero carraspeo, pero marca el adiós a una situación de statu quo muy sui generis, que caracterizaba a los suizos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando no quisieron ingresar a la ONU, fundada en 1945.

"Esta votación no permite extraer ninguna conclusión sobre cualquier otra cuestión fundamental", como por ejemplo el ingreso a la Unión Europea (UE) o a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dijo a la prensa en Berlín el embajador suizo ante el gobierno de Alemania, Thomas Borer-Fielding.

"Continuaremos sin participar en acciones militares", aunque "pondremos en práctica nuestras ideas políticas, como por ejemplo en pequeñas sanciones, que afecten directamente a los gobiernos, pero no a los pueblos", agregó el diplomático.

La UE no es tema de actualidad

El ingreso a la UE sigue siendo otro de los objetivos principales del gobierno de Berna. Pero no se advierte en la población helvética, por ahora, "ninguna mayoría en favor de una decisión de esa naturaleza", señaló Borer.

El ingreso a la ONU costará a la Confederación Helvética 60 millones de francos suizos más de los 500 millones anuales que ya aporta a las arcas de la mayoría de sus organismos. Sin embargo, la entrada en la UE podría tener un costo bastante caro: unos 5.000 millones de francos cada año.

Cambio de actitud

La decisión tomada el domingo por el pueblo suizo refleja un notable cambio de actitud, de mayor apertura al mundo.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, la neutralidad formal de Suiza no era bien vista en las capitales de las potencias vencedoras. Los suizos se habían puesto al servicio del nazismo de forma demasiado evidente: como abastecedores de armamentos, como financistas, pero también como ayudantes en la ejecución de sus planes, como ocurrió cuando miles de judíos que huían de Alemania y de los países invadidos por los nazis fueron rechazados en las fronteras helvéticas.

Después de la Segunda Guerra Mundial Suiza ha venido cooperando con mucha responsabilidad con las Naciones Unidas, en su carácter de observador.

Ahora, el país tendrá una pequeñísima voz y un voto en las grandes decisiones que se adopten en Nueva York. Sin embargo, lo más importante es que la Confederación Helvética ha ganado en estatura internacional.

La persistencia en permanecer fuera del organismo mundial ya no asombraba a ninguno de los demás países miembros. Berna era considerado un "caso perdido", y no meramente un "caso especial" como solían auto.titularse los propios helvéticos.

Ningún otro pueblo se había mantenido hasta ahora tan consecuentemente separado del mundo como el suizo; quería seguir siendo independiente; neutral; sin entrometerse jamás en asuntos ajenos.

Así era como los suizos ignoraban que los grandes problemas de nuestro planeta solamente se pueden arreglar con la contribución -no sólo económica, sino también política- de todos; problemas como el creciente abismo Norte-Sur -tanto económico como social- el hambre, las enfermedades, los cambios climáticos, y las nuevas amenazas, como el terrorismo internacional.

Para todas esas tareas solamente hay un foro y ese es el de las Naciones Unidas. No es la mejor organización, pero no hay ninguna alternativa. Esto es lo que ahora ha reconocido por fin una escasa mayoría de suizos.

En la legación helvética de Berlín no se han descorchado botellas de champán por el resultado de esta consulta popular. "Nosotros, los suizos somos demasiado sobrios para eso", declaró el embajador suizo en Alemania. Pero el resultado "es digno de ser recibido con beneplácito", coinciden unánimemente círculos políticos, observadores y comentaristas alemanes.

Juan Carlos Tellechea, Berlín

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