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Las mujeres que luchan con tesón contra la violencia por drogas en Argentina

Verónica Dalto

Buenos Aires, 2 nov (EFE).- Son mujeres las que principalmente se ponen al hombro la lucha contra los estragos y la violencia que genera la adicción a las drogas donde el Estado argentino no llega, en el interior de sus hogares y en organizaciones sociales, de formas que recuerdan a las organizaciones emblemáticas de derechos humanos contra la última dictadura (1976-1983).

Frente a la “violencia sistemática del tráfico de drogas, las mujeres, como madres, además de ocuparse, por la decisión tradicional de género, de la casa, de trabajar y de los chicos, ahora se tienen que ocupar de la seguridad”, explica a Efe Javier Auyero, sociólogo argentino y docente en la Universidad de Texas.

Le tienen “que agregar el cuidado” frente “al peligro generado por el tráfico de drogas en los barrios más marginales”, agrega.

“Al crecer la violencia vinculada al tráfico de drogas”, las madres actúan, dice el investigador, congregándose “con lo que tienen a mano” en organizaciones integradas principalmente por mujeres.

Esas organizaciones tienen “una conexión directa” con “el repertorio de las Madres de Plaza de Mayo”, por las analogías con esa organización de derechos humanos, de madres aterrorizadas por la inminente violencia hacia sus hijos que “no recurren al Estado porque saben que es cómplice de esa violencia, saben que hay una vinculación entre vendedores de drogas y policías”, explica Auyero, coautor del libro “Entre narcos y policías”.

RECLAMOS

Las Madres del Pañuelo Negro buscaron esa conexión simbólica con las Madres de Plaza de Mayo -de pañuelo blanco-. Una de las fundadoras es María Isabel Rego, de 61 años, quien hace 20 comenzó a movilizarse por la adicción de su hijo y cuenta a Efe que llegó a tener un revólver en la cabeza cuando fue a buscarlo porque “había desaparecido en un antro donde vendían drogas”. La quisieron llevar detenida: “No me importaba morir. Amenacé al comisario. Mandaron a buscar a mi hijo”.

Integran el colectivo de Madres Contra el Paco (como se le dice en Argentina a la pasta base de cocaína) que hoy tiene como una de sus luchas una ley específica de adicciones.

“La mujer tiene la responsabilidad de la salud de sus hijos, y si algo no está funcionando, está la alarma”, dice Rego, en cambio el hombre “le cuesta mucho” y “en situaciones sensibles para las que no está preparado, prefiere negarlo”.

Silvia Alcántara, de 69 años, es otra de las pioneras de Madres Contra el Paco y lleva dos décadas trabajando contra las adicciones.

Cuando su hijo menor cayó en las drogas, salió al barrio y espontáneamente se organizó con otras madres para visibilizar el problema: “Las madres pedimos políticas públicas y se movió el Estado por el ruido que hicimos”, señaló a Efe.

Alcántara advierte que “siempre es la mujer en los movimientos porque se preserva al hombre”: “Si saliera un padre a gritar como hemos salido nosotras a gritar, hoy estaba muerto, desaparecido, presos o golpeados. En vez a la mujer se la respeta mucho más” porque “los hombres que van a atacar salieron del vientre materno”.

DESESPERACIÓN

Auyero tiene “certeza” de que “el tema de los chicos y las drogas” es hoy la preocupación principal en los barrios marginales: “El temor a que le maten al hijo es lo primero que dicen”.

Está asociada a que Argentina tiene una tasa de homicidios baja respecto de América latina, pero que ha crecido más rápidamente en los últimos diez años -los homicidios dolosos subieron 3,8 % en 2020, según el Ministerio de Seguridad- y a “la despacificación de la vida de los sectores populares” porque en las últimas dos décadas los barrios populares se han tornado más peligrosos, explica Auyero.

Para cuidarlos de las drogas, las madres recurren al “ejercicio de la violencia como comportamiento ético”, resalta Auyero: puñetazos “hasta ver sangre en los nudillos”, un palo en la cabeza, patearlos, encadenarlos a la cama, encerrarlos en una pieza, mojarles la ropa en un balde para evitar que salgan.

Desesperadas, recurren a las organizaciones: “Estamos en territorio y aconsejamos, ayudamos a las madres”, explica Alcántara, “sintetizamos” el camino hecho y “les decimos a dónde ir” porque ya cuentan con una red formada.

Las organizaciones también capacitan a otras organizaciones, a psicólogos, marchan, trabajan con las autoridades, con referentes barriales, intentan ubicar a los chicos en los centros disponibles. En cambio, aprendieron que los escraches a los narcos son un trabajo inútil.

Visibilizan cómo las madres “son eyectadas” en las fiscalías, la falta de atención en los hospitales, la falta de centros terapéuticos para madres drogadictas, agrega Alcántara, quien se pregunta por qué no se habla de la relación de “la mayoría de los feminicidios” o de los suicidios con el consumo de drogas.

“Las únicas que mostramos la realidad somos las madres, ante la desesperación”, concluye. EFE

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