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2022: el año de los desafíos humanitarios

Imogen Foulkes

A principios de este mes, el subsecretario General de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, Martin Griffiths, acudió a Ginebra para presentar el balance humanitario mundial de la ONU. En otras palabras, asegurarse de recibir grandes sumas de dinero en 2023 para hacer frente a los nuevos desafíos: exactamente 51 000 millones de dólares (47 500 millones de francos suizos).

Con este asombroso aumento del 25%, la ONU ha alcanzado una cifra récord en su estimación presupuestaria. Para ello, ha tenido en cuenta el coste de las nuevas crisis que han surgido este año y las “viejas crisis”, la mayoría de las cuales, aunque empezaron hace años o incluso décadas, siguen muy presentes.

Esta semana en Inside Geneva hemos conversado con trabajadores humanitarios para saber qué balance hacen del 2022 y cuáles son las perspectivas para 2023. Jason Straziuso, del Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, hizo un comentario revelador: “una de las cosas que vemos es que las guerras no terminan, sino que duran y perduran.”

Yemen, Afganistán, Siria, Somalia y la República Democrática del Congo. Son países con grandes poblaciones que han vivido conflictos violentos y privaciones durante una generación entera.

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¿Soluciones?

Pero ¿qué hemos aprendido de esas largas crisis sobre ayuda humanitaria? O, mejor dicho, ¿qué hemos aprendido de esos conflictos sobre voluntad política, diplomacia y disposición mundial a buscar la paz, aunque ello implique compromisos?

Nuestro analista Daniel Warner preguntó qué soluciones puede haber para las agencias de ayuda cuando “parece que estamos en una situación de crisis tras crisis”.

Tarik Jasarevic, de la Organización Mundial de la Salud, OMS, reconoce que él y sus colegas a veces se sienten cansados. “Es frustrante tener que volver a un mismo lugar año tras año y ver que las cosas no mejoran”.

La naturaleza duradera de tantas crisis humanitarias hace que las agencias de ayuda sustituyan, poco a poco, a infraestructuras estatales fallidas. En Afganistán, por ejemplo, tanto el CICR como la Organización Mundial de la Salud han estado pagando los salarios de los trabajadores sanitarios afganos, en un intento por mantener los hospitales abiertos y en funcionamiento.

No obstante, los cooperantes aseguran que no se sienten cómodos con esa situación. En realidad, su trabajo consiste en intervenir tras una catástrofe natural, o durante e inmediatamente después de un conflicto, para aliviar el sufrimiento y ayudar a restablecer servicios básicos como el agua, la electricidad o la atención sanitaria. Su trabajo no consiste en gestionar -y financiar- esos servicios indefinidamente mientras el conflicto fluye y refluye a su alrededor durante años.

“Los trabajadores humanitarios no pueden sustituir al Estado”, explicaba Straziuso a Inside Geneva. “No podemos sustituir el sistema médico de un país. Al final, el Estado tiene que hacerse cargo, porque no es un trabajo a largo plazo para los humanitarios”, añadía.

El factor Ucrania

Por supuesto, todos los planes humanitarios desarrollados a principios de 2022 se han visto sesgados por la guerra en Ucrania. Aunque algunas agencias de ayuda “contaban” con la posibilidad de una invasión rusa, nadie esperaba realmente un conflicto de esa envergadura.

Inevitablemente, a medida que los grandes donantes de Europa occidental y Estados Unidos se centraban en Ucrania, otras crisis iban desapareciendo del mapa. Warner se pregunta con razón si las agencias de ayuda han notado este año “fatiga por compasión”.

De hecho, la mayoría de los organismos de ayuda, incluidos el CICR y la OMS, afirman que los donantes, ya sean gubernamentales o privados, siguen siendo generosos. Pero, según Straziuso, el panorama está “matizado”. Mientras que los presupuestos de Ucrania están saneados, otros países del Cuerno de África, que se enfrentan a una grave inseguridad alimentaria, están en números rojos.

¿Y qué hay de la neutralidad?

Esa distribución desigual de los fondos revela una cierta parcialidad por parte de los donantes; algunas crisis son más importantes para ellos que otras, y en este momento Ucrania parece estar justo en lo alto de muchas listas.

Las agencias de ayuda, por supuesto, operan bajo estrictos principios de imparcialidad y neutralidad. Su mandato es proporcionar ayuda a los necesitados, independientemente de dónde se encuentren o de qué lado estén.

No obstante, esos principios, como ya hemos comentado en Inside Geneva, han sido cuestionados y puestos a prueba en el contexto ucraniano. En este episodio, Warner quiso saber si, ante pruebas claras de crímenes de guerra, no existe la tentación de denunciar.

“Se viven situaciones en las que se supone que uno debe ser imparcial y neutral, aunque ocurran cosas horribles, violaciones del derecho internacional”.

El CICR, que tiene fama de guardar silencio (aunque en el pasado se pronunció sobre Ruanda y Bosnia), ha sido muy prudente en el caso de Ucrania. Straziuso, del CICR, describe la posición de la Organización, que le otorgan los Convenios de Ginebra, como la de “intermediario” entre las partes enfrentadas. Y en Ucrania, el CICR espera desempeñar ese papel y mediar con los prisioneros de guerra, estén donde estén.

“Si hablamos claro perderíamos el estatus especial que tenemos, perderíamos la posición especial en la que estamos”.

Sin paz no hay salud

En la Organización Mundial de la Salud, la posición es un poco diferente. Jasarevic ha mencionado en ciertas ocasiones el acceso a las zonas asediadas en Siria en las que la OMS sí se pronunció.

Sin embargo, subraya que la salud es un derecho humano básico, y la OMS también defenderá esos principios de neutralidad e imparcialidad apoyando ese derecho incluso en medio de un conflicto que cambia rápidamente. Un médico, sugiere, podría estar trabajando en un hospital cuyo territorio está un día en manos de un bando y al siguiente en manos del otro. La OMS seguirá apoyando al médico y al hospital para que lleven a cabo su trabajo.

No obstante, mirando la devastación causada en el sistema sanitario de Ucrania por la guerra, las clínicas y hospitales de Siria o Yemen que siguen sin repararse tras años de conflicto, hace una observación fundamental: “No hay salud sin paz, así que la única solución es la paz, en todos esos países”.

De cara a 2023, los cooperantes saben que les espera un año difícil. El CICR está especialmente preocupado por la escasez de alimentos en el Cuerno de África. Somalia está ahora al borde de la hambruna. La OMS advierte del repunte de los brotes de cólera en todo el mundo, y nos recuerda, una vez más, que el cambio climático, a menos que se aborde con más eficacia de la que el mundo ha demostrado hasta ahora, tendrá un impacto significativo y negativo en la salud humana.

Escuchando esas preocupaciones, Warner confiesa su deseo para el año nuevo: que las agencias de ayuda puedan “salir”, y que “las conferencias de donantes pidan menos dinero porque se necesite menos dinero… que no sean más países y más crisis”.

Al oír eso, tanto Straziuso como Jasarevic asintieron. Suena como si Warner estuviera pidiendo menos trabajo y menos dinero para sus organizaciones, pero lo que realmente está pidiendo es menos miseria humana, menos guerra, menos hambre. Yo también lo comparto.

Adaptado del inglés por Carla Wolff

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