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Claude Zellweger, las personas y la naturaleza antes que la tecnología

illustration of Claude Zellweger, Head of Design for Google
Illustration: Helen James / SWI swissinfo.ch

En San Francisco es uno de los jefes de diseño industrial de Google, que también fabrica objetos: teléfonos, sobre todo. Sin embargo, este oriundo de Meggen, a orillas del lago de Lucerna, es cualquier cosa menos un adicto a la tecnología. Entrevista.

“Somos una familia poco tecnológica. En 26 años en California, nunca he tenido televisión, y mis hijos no juegan a videojuegos, o muy poco”, explica Claude Zellweger frente a la imponente estructura del puente que une San Francisco con Oakland. Es una agradable tarde de septiembre y estamos junto al Ferry Building, donde los barcos que cruzan la bahía siguen llegando y donde comienza Market Street, una de las principales arterias de la ciudad. Aquí —en una torre de 43 pisos— Google ha instalado uno de sus complejos de oficinas.

Con su esposa californiana y sus dos gemelos de 14 años, Claude Zellweger se niega a “rodearse de artilugios tecnológicos”, aparte —claro está— del imprescindible teléfono. Porque es “justo lo contrario a un obseso”, una de esas personas tan obsesionadas con la tecnología (o con cualquier otro ámbito) que viven en una burbuja.

Claude Zellweger
“Google es una verdadera muestra representativa de la sociedad, con competencias y trayectorias muy diferentes”, explica Claude Zellweger. swissinfo.ch

Lo que le motiva es “el arte, el diseño y la música, pero también la gente, la naturaleza y el movimiento”. Viviendo en esta ciudad, disfruta de esas pequeñas cosas “que no podría hacer en Suiza”, como enfundarse el traje de neopreno para surfear las gélidas olas del océano antes de ir a trabajar. Tiene un trabajo al que se desplaza corriendo, en bici o en transporte público, cuando se trata de su estudio de diseño en Mountain View, Silicon Valley, cerca de la sede de Google. El coche —evidentemente, eléctrico— es sobre todo para ir de excursión con la familia los fines de semana.  

La Tour-de-Peilz – San Francisco, vía Pasadena

“Elegí la industria tecnológica porque desempeña un papel esencial en la definición de nuestra forma de jugar, aprender y comunicarnos”, manifiesta este hombre ya entrado en la cincuentena y de elengancia desenfadada. Como diseñador, su objetivo declarado es intentar ayudar a “dar forma a nuestro futuro, con humildad y respeto”.

Su carrera empezó en los años 90 en La Tour-de-Peilz, a orillas del lago Lemán, en el cantón de Vaud. Más en concreto en el castillo de Sully, que por aquel entonces albergaba la sede europea del Art Center College, una escuela de diseño cuya sede matriz está en Pasadena, cerca de Los Ángeles. El lujoso castillo en La Tour-de-Peilz se convertiría más adelante en el hogar de Shania Twain, la estrella del country-rock mundialmente famosa.

“La tecnología desempeña un papel esencial en la definición de nuestra forma de jugar, aprender y comunicarnos”

En aquella época, los mejores estudiantes tenían la oportunidad de completar su formación en California. Claude Zellweger era uno de ellos. A los 20 años, su sueño americano era vivir en una gran zona urbana, “con una cultura y un modo de vida totalmente diferentes de los que tenemos en Suiza”. Le atraen “estos lugares tan grandes que, sean cuales sean tus intereses o predisposiciones, seguro que encuentras gente con quien compartirlos”.

Al principio, no tenía previsto quedarse en Estados Unidos. Luego empezó a trabajar para agencias de diseño. Y como las más grandes estaban en San Francisco, vino a esta ciudad de clima templado y de tamaño más humano que Los Ángeles.   

Montó su propia agencia de diseño junto a dos amigos. Le fue tan bien que, al cabo de unos años, el fabricante de teléfonos taiwanés HTC la compró. En 2016, Google le llamó y contrató.

La cultura de Google

Hoy dirige el equipo que diseña los productos de realidad aumentada y los teléfonos móviles Google Pixel; todavía poco conocidos en Europa, son los terceros más vendidos en Estados Unidos, después de los Samsung y los iPhones de Apple. En Japón, son los segundos, después del iPhone, incluso por delante de las marcas japonesas.

“Nuestro equipo tiene un color único dentro de la empresa”, cuenta Claude Zellweger. No está repartido en varias sedes en distintos países, sino concentrado en un estudio que está amueblado con materiales y objetos que las personas que trabajan aquí han traído de todo el mundo. Su misión: “Imaginar cómo utilizaremos la tecnología en los próximos de tres a cinco años; incluso a veces más allá”. Para ello se esfuerzan por “adaptar el progreso tecnológico a la forma en la que la gente vive y se comunica; y no, al revés”.  

Salon Google
En Google, hacemos todo lo posible para que las personas empleadas se sientan como en casa. Keystone / John G. Mabanglo

Todo ello con las famosas condiciones de trabajo al estilo Google, basadas en el principio de que “si en la oficina te sientes como en casa, tendrás más disposición a pasar la mayor parte de tu tiempo allí”. Este modelo se convirtió en un modelo a seguir por otras empresas, al mismo tiempo que en Google, a medida que esta start-up de finales de los 90 fue creciendo hasta convertirse en una multinacional con una plantilla de casi 200.000 personas, se desvanecía un poco.

El paisaje humano —y no tanto tener una sala de juegos o un gimnasio en la oficina— es lo que hace que su trabajo sea tan rico. “Google representa una verdadera muestra de la sociedad, con competencias y trayectorias muy diferentes”. Un entorno especialmente estimulante, con un gran apetito por la innovación, y también “el derecho a fracasar y a cuestionarse a uno mismo”.    

Pero la moneda también tiene otra cara: “Aquí, la gente deja que su trabajo defina quién es y cómo vive. La gente mezcla trabajo y vida personal, lo que puede hacer qeu en el trabajo sean personas más relajadas, pero también menos relajadas en su tiempo libre”, señala. Él, por su parte, dice que en esto se ha mantenido “bastante europeo”, separando el trabajo y el ocio. Pero eso no le impide “estar siempre diseñando cosas en su cabeza”, ya sea mientras corre en la naturaleza o se afana en la cocina.    

Inteligencia artificial para todo el mundo

Con su misión de proyectar el futuro, Claude Zellweger debe estar bien situado para intuir qué será “la próxima gran cosa”, después del ordenador personal, internet, las redes sociales y el teléfono inteligente. Como no es de extrañar —al igual que la mayoría de quienes observan y protagonizan la tecnología— cita las tecnologías para combatir el calentamiento global y la inteligencia artificial (IA). “A diferencia del metaverso o la web 3.0 o 4.0, donde la gente todavía se pregunta qué utilidad tendrán en su vida, con la IA tenemos una tecnología que ya puede utilizar todo el mundo”.

Desde el lanzamiento de robots conversacionales como ChatGPT y Google Bard, todo el mundo puede ver que —a pesar de sus imperfecciones— la IA ha entrado en nuestras vidas. De hecho, ya está ahí desde hace tiempo, aunque de forma discreta, ya sea recomendando (¿imponiendo?) contenidos en internet, controlando la aspiradora, frenando el coche o ajustando la configuración del teléfono cuando hacemos una foto.

Claude Zellweger —que es muy consciente de los límites y los peligros de una tecnología aún en pleno desarrollo— considera, no obstante, que la IA es “un nuevo colaborador que ponemos sobre la mesa y que puede tener un punto de vista diferente, para ayudarnos a tejer una visión creativa”. Además, la IA permite a los seres humanos ahorrarse ciertas tareas tediosas y repetitivas, para dejarles que se concentren en “lo que nos hace más humanos”.

También tendremos que enfrentarnos, por supuesto, a los retos que los robots que actúan como si pensaran plantean. En la escuela, sobre todo. “Muchos profesores ya se han dado cuenta de que no hay forma de ignorar la presencia de la IA”, cuenta. Y para evitar que el alumnado o los y las estudiantes utilicen estas máquinas como excusa para no hacer nada, vamos a tener que “integrarlas en la escuela, recalibrar todo el sistema educativo. Y eso va a llevar años”.

Land s End, San Francisco
Aunque adora la hermosa campiña californiana, Claude Zellweger admite que echa de menos las montañas suizas. swissinfo.ch

Hogar dulce hogar

En San Francisco, que es ahora su hogar, Claude Zellweger aprecia especialmente “la facilidad con la que se puede entrar en contacto con la gente, el multiculturalismo, el lado progresista, el hecho de que nadie te juzgue”, así como “la naturaleza grandiosa”.

Pero, frente a la realidad a veces caótica de la gran ciudad de la bahía, admite que las ciudades suizas están mejor organizadas, en términos sociales o de transporte público, por ejemplo.

Por eso, aunque ya casi se ha convertido en californiano, está convencido de que algún día volverá a vivir en Suiza. Para él, “volver cuatro semanas al año no es suficiente”.

Texto adaptado del francés por Lupe Calvo/Carla Wolff

Vídeo adaptado del francés por José Kress

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