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“La mujer no necesita pensar en el sentido masculino”

Dürrenmatt en su taller de Neuchâtel
Friedrich Dürrenmatt en su casa en Neuchâtel, Suiza. Diciembre de 1980. Keystone / Str

Si Friedrich Dürrenmatt viviera todavía, celebraría su centésimo cumpleaños el 5 de enero de 2021. Esa sería una razón excepcional para tener una conversación con el gran escritor, dramaturgo y pintor suizo. Pero Dürrenmatt ya no vive, aunque sigue vivo en sus obras, en nuestra mente y en nuestro corazón. Montaje de una entrevista con motivo del centenario de Friedrich Dürrenmatt.

En cualquier caso, este cumpleaños histórico y redondo le ha dado a Sven Michaelsen la idea de volver a entrevistar a «Dürri», como se le conocía por su apodo. He aquí cómo se ha hecho: las respuestas de Dürrenmatt en esta entrevista son un montaje realizado a partir de sus obras completas y entrevistas recopiladas. Las preguntas se agregaron posteriormente, y en las citas no están marcadas las supresiones.

Sven Michaelsen entrevistó, durante cinco horas, a Friedrich Dürrenmatt el 7 de diciembre de 1990 en su villa de Neuchâtel. Durante la cena que tuvo lugar después en un hotel rural, el escritor habló de su cercano septuagésimo cumpleaños, de un viaje alrededor del mundo planeado para la ocasión y de la continuación de la monumental obra de su vejez, una autobiografía basada en su material no publicado. Al despedirnos, cerca de la medianoche, me dijo: “En realidad, no soy muy viajero. Hago esa gira mundial por miedo a mi cumpleaños. Los discursos de celebración son terribles”.

Siete días después, Dürrenmatt moría de un infarto.

Das Magazin: ¿Cuál de sus personajes le es más querido?

Friedrich Dürrenmatt: Mi personaje favorito es quizás Akki de “Un ángel en Babilonia”. Es un derrochador absoluto. Y por eso es un mendigo. Un mendigo que pide millones y los dilapida una y otra vez para no perder la costumbre. Es una figura de ensueño. Sería bonito ser así.

Usted vive desde 1952 en Neuchâtel, “culturalmente una de las ciudades más muertas de Suiza”, como usted mismo dice.

Soy una persona solitaria. Vivo en Neuchâtel para no tener que participar en la llamada vida cultural. Yo hago mi propia cultura.

Creció en Konolfingen, un pueblo de la región de Emmental. ¿Cómo era entonces ser hijo de un pastor?

Crecí en un cierto aislamiento social, porque en un pueblo el hijo de un pastor es visto con cierta malicia. Se supone que debe ser mejor que los demás, y cuando no lo es se alegran mucho. Los niños son aún más implacables. El hijo del pastor no es uno de ellos. Es diferente. A menudo callan cuando está presente, e incluso los adultos hablan con precaución y prefieren guardar silencio cuando él aparece. Debía utilizar caminos secretos para ir a la escuela porque tenía que evitar a los jóvenes campesinos que me acechaban y me daban tremendas palizas.

¿Era deportista o un adicto al sofá?

Fui buen gimnasta hasta que contraje la polio a los doce años. Konolfingen era un nido de polio infantil. Había muchas familias que tenían algún niño lisiado. La enfermedad me golpeó tan fuerte que después me convertí en uno de los chicos más lentos.

¿Fueron lectores sus padres?

Mi madre solo conocía la Biblia, mientras que mi padre, un apasionado filólogo, leía una hora de griego, una hora de latín y una hora de hebreo todos los días. Era un erudito y reservaba una décima parte de su paga para los pobres.  

¿Le contaba historias?

A veces daba sermones a última hora de la tarde o lo llamaban a un lecho de muerte de noche, y entonces me permitía acompañarle, siempre a pie. En esas ocasiones me contaba muchas cosas. Era maravilloso caminar por el bosque de noche durante horas. Una vez, cuando me llevó a visitar a una persona gravemente enferma, me mostró una granja destartalada y solitaria y me contó que allí había vivido una campesina vieja que en su lecho de muerte le había confesado haber envenenado a su padre y a su madre.

Friedrich Duerrenmatt, escritor suizo, fotografiado en 1990 con un vaso de vino blanco en la mano.
Friedrich Duerrenmatt, escritor, dramaturgo y pintor suizo. Imagen captada en 1990. Keystone / Str

¿Escuchaba predicar a su padre?

Sí, a veces, pero me aburría.

¿Cómo le educaron?

Mis padres tenían un extraño miedo a cualquier cosa que fuera erótica. Sin embargo, cuando éramos niños veíamos toros enormes que montaban a vacas indolentes, y oíamos a los peones alardear de lo que hacían con las criadas. Mi padre vivía su fe con una ceguera consciente. Por eso nunca me presionó en materia religiosa. Solo una vez trató de persuadirme de que me convirtiera en pastor y, cuando me negué, el asunto quedó zanjado para siempre. No sentí lo que estaba pasando dentro de él porque era mi padre. No hay mayor distancia que la que se establece entre padre e hijo en aras de la libertad de ambos.

“No hay mayor distancia que la que se establece entre padre e hijo en aras de la libertad de ambos”

¿Y su madre?

Mis mayores conflictos los tuve con ella. Era hija de un granjero. Más tarde, cuando tuve éxito, siempre me decía que era porque había rezado por mí. Era completamente ingenua y vivía en el mundo del triunfo de la fe. Una vez, cuando se dio cuenta de que yo nunca hacía mis problemas de aritmética, corrió detrás de mí con un palo en la mano llena de cólera. Si no, te castigaba con su “tristeza” durante días. En ese caso vivíamos como si estuviéramos bajo una sombra. Siempre hubo un muro entre ella y yo, un muro que yo había construido y que no fui capaz de derribar.

¿Qué había llevado a ese muro?

Ella representaba el papel de una persona humilde sin necesidad de hacerlo. Sentía mucha curiosidad por lo que yo ganaba, pero nunca se lo dije. Por eso intentó continuamente sacarme dinero, pero nunca para ella, sino siempre para los demás. Todavía me duele no haber sido un hijo más indulgente con ella.

Se dice que su padre fue un abstemio estricto.

Impuso que en la eucaristía se empleara zumo de uva sin alcohol para que ningún borracho convertido pudiera sentirse tentado durante la celebración de la eucaristía. Su aversión al alcohol adquirió formas cada vez más extrañas. Al final de su vida, se negó a tomar alimentos porque se convertirían en alcohol durante el proceso de digestión.

Una palabra clave en su obra es rebelión.

Eso surgió en la escuela. Para mí fue algo horrible; sentía que la imposición de tener que obedecer era una opresión continua. De ahí procede el tema de la venganza.

La primera forma irreflexiva de rebelión es la venganza. Uno quiere vengarse de algo que le hicieron en la infancia.

Cuando tenía catorce años, su familia se mudó a Berna. Le enviaron a una escuela privada.

Era un almacén de seres que habían fracasado en la escuela secundaria. Empecé a fumarme las clases, leía a Nietzsche e iba al cine mientras mis padres creían que estaba en la escuela. Pasé por una juventud de clase media como por una enfermedad, luchando una y otra vez contra una condición que era imposible cambiar.

¿Qué tipo de condición era esa?

Yo mismo era esa condición. Humillaciones y vergüenzas sin sentido, una pubertad sin resolver, masturbación en todas las relaciones, sin novia, ni siquiera amigos. No tenía nada más que una fantasía caótica que me alejaba de la realidad y me volvía desmañado, torpe, sin unos modales que aún me faltan. Una época que recuerdo con odio e ignominia, un tiempo en el que recibí las primeras heridas, que nunca sanaron.

Lo que muy poca gente sabe es que a los veinte años simpatizó durante unos meses con el nacionalsocialismo.

Mi postura de oposición adolescente estaba fijada contra el mundo de mi padre. Incapaz de oponerme a sus creencias de forma racional, elegí el camino de lo irracional. Tomé posición por Hitler.

“Mi postura de oposición adolescente estaba fijada contra el mundo de mi padre (…) Tomé posición por Hitler”

En mayo de 1941 se unió al “Eidgenössische Sammlung”, un partido minúsculo pronazi, y en septiembre lo abandonó. ¿Cómo le fue en esa organización?

Superficial. Un joven holgazán, de veinte años, que se hizo pasar por detective, nos condujo hasta el partido. Un domingo “ocupamos” una colina cerca de la ciudad. Mi tendencia a ser contrario a las reglas superó mi concepción del mundo y me di por vencido.

En el verano de 1942 tuvo que entrar en un cuartel como recluta …

… mientras a cuatro mil kilómetros al este, en el mismo continente, comenzaba la batalla de Stalingrado, un comunicado militar de la Grossdeutscher Rundfunk informaba que la ciudad sería conquistada. Un coronel me comentó que su mayor placer estético eran los discursos de Goebbels.

¿Qué es lo primero que le viene a la mente cuando piensa en sus tres años en el ejército?

Instrucción, rugidos y lustrar botas interminablemente. Las botas parecían ser lo más importante para el ejército suizo, como si subliminalmente pensaran en huir. Yo era un recluta torpe, incapaz de subir más de dos metros por una cucaña, incluso me costaba quitarme el casco, por lo que, fui castigado a hacer deporte vistiendo solo un pantalón corto de gimnasia y el casco. La orden avergonzó más a mi teniente que a mí. Sin embargo, mis ojos comenzaron pronto a negarse a ver bien. Y para demostrar mi miopía, se me ocurrió la idea de saludar a los carteros en lugar de a los oficiales en el patio del cuartel.

Después de lo cual una comisión de valoración médica lo trasladó al servicio auxiliar.

Cuando me presenté en el cuartel, hubo que sacar al comandante de la residencia de oficiales. Vino tambaleándose, como si fuera una patriótica bandera de kirsch ondeando ante mí. Me gritó que si Hitler venía, sería por mi culpa. El sudor le corría por la cara, un viejo sin ninguna posibilidad de heroísmo, como el país al que representaba.

Friedrich Dürrenmatt
Friedrich Dürrenmatt ensaya el ‘Urfaust’ (primer borrador del Fausto de Goethe) en el teatro de Zúrich, en septiembre de 1970. El estreno tuvo lugar el 22 de octubre del mismo año. Keystone / Str

¿Cuándo decidió convertirte en escritor?

El 5 de enero de 1945. Yo era un soldado auxiliar en un batallón fronterizo. Desde el otro lado de los Alpes podía escucharse el rugido de los bombardeos. Pero uno estaba sin hacer nada en esta Suiza, completamente ilesa y a salvo. Entonces me pregunté: ¿Qué puedo hacer para contrarrestar este conflicto mundial? Casualmente era mi cumpleaños y había tomado mi primera fondue y bebido bastante vino blanco y aguardiente. Surgió de repente, como una fuente, mientras dormía. Y allí estaba yo, sentado en una habitación llena de vómitos mientras el resto del mundo estaba lleno de cadáveres, pero sin tener nada para contrarrestarlo salvo mi vómito. Me pareció todo totalmente absurdo, y fue entonces cuando tomé la decisión de tener este mundo bajo control escribiendo.

Estrenó su primera obra teatral cuando tenía veintiséis años. Con “La visita de la vieja dama” tenía 35 años. A los 41, tras el estreno de “Los físicos”, llegó a la cima de su éxito y llenó las portadas de “Spiegel” y “Stern”. ¿Le halagaba haberse convertido a esa edad en un clásico moderno, o le asaltó la sospecha de que no le haría ningún bien a su talento vivir en el erial de una adoración incesante?

Hay que luchar contra la fama porque corrompe y paraliza. El que tiene fama quiere conservarla y básicamente tiene siempre que hacer lo que se espera de él. La fama no libera, sino que esclaviza.

“Hay que luchar contra la fama porque corrompe y paraliza”

A finales de la década de 1980, sus libros habían vendido veinte millones de ejemplares, gracias en parte a sus novelas policiales, que comenzó a escribir en 1950 porque estaba sin blanca. Su inolvidable “El juez y su verdugo” apareció originalmente en ocho entregas en la revista semanal “Der Schweizerische Beobachter”.

Siempre viví a lo grande, incluso en los malos tiempos. Así que escribí las novelas policiales “El juez y su verdugo” y “La sospecha” por encargo. Recibí mil francos por la primera y dos mil por la segunda.

En “Turmbau” describe usted la muerte de su primera esposa y el traslado del cadáver: “Los dos hombres de la funeraria, uno grande y gordo y el otro pequeño y flaco, parecían como sacados de una película cómica, me hacían pensar en “El Gordo y el Flaco”. Intentaron bajar el ataúd por las escaleras, y tan pronto estaba cabeza arriba como cabeza abajo”. En esta tragedia también supo usted revelar un aspecto cómico.

Y lo era. Nunca pensamos en las casas, en lo que pasará si alguien se muere y hay que sacarlo hasta la calle. La escalera es muy estrecha. No hay forma de mover un ataúd. Se produce de inmediato un distanciamiento. Se piensa en el final de una historia cuando ha tomado el peor giro posible.

¿Qué distingue entonces una comedia de una tragedia?

La tragedia va contra el mundo y se hace añicos; la comedia rebota, cae de espalda y se ríe.

Cuando a mediados de la década de 1960 una obra suya obtuvo malas críticas, usted escribió la siguiente frase: “Después de haber leído las críticas a mi obra, he decidido no leerlas”.

El crítico es el peor espectador, de lo contrario no sería crítico. Una representación es un acontecimiento. Y un acontecimiento se vive; en sentido estricto, es imposible vivirlo y ser crítico al mismo tiempo. Hay cuatro clases de críticos teatrales: el primero no sabe escribir ni criticar, el segundo sabe escribir pero no criticar, el tercero no sabe escribir pero sabe criticar, el cuarto finalmente sabe escribir y criticar. La mayoría de ellos se encuentran en la primera categoría, en la segunda los más famosos y los críticos que saben algo de teatro en la cuarta. No hay nadie en la tercera categoría, es puramente hipotética.

Las novelas le gustan incluso menos que los críticos.

Las novelas me aburren hasta la muerte. Siempre me alegra el no tener que leer lo que escriben mis colegas. Tampoco leería mis novelas si no las hubiera escrito yo. Me horrorizan ya desde la corrección de pruebas. Leo con mucha atención y las novelas son siempre demasiado largas para mí. En casi todas me pierdo porque una y otra vez me sumerjo en mi propio mundo.

¿Qué lee usted?

Casi solo leo libros de ciencia y filosofía. Lo que cambia el mundo no es la política ni el arte, sino la ciencia. La cultura científica es hoy día crucial. No entiendo a los escritores que son incultos en materia de ciencia a propósito. Los que se recluyen en una experiencia puramente personal se pierden muchísimas cosas.  

“Lo que cambia el mundo no es la política ni el arte, sino la ciencia”

¿Son sus hijos más importantes para usted que sus libros?

No. Mi esposa insistió en tener hijos. Es increíble la necesidad de las mujeres de tener hijos. Los hijos son mucho más importantes para las mujeres que lo que puede ser un hombre. Sin embargo, para el hombre, los niños son algo completamente abstracto.

¿Estuvo presente en el nacimiento de sus hijos?

Si. Para mí fue extremadamente grotesco ver cómo un ser emerge de otro. Es totalmente surrealista. Una mujer nunca puede entenderlo así. Lo vive con dolor y una especie de rabia. El hombre lo vive como una locura.

¿Se sintió orgulloso de ser padre?

Sí, tremendamente, con el primer hijo te vuelves megalómano.

El techo y las paredes de su baño -usted lo llama “la Capilla Sixtina”- están pintados hasta el último centímetro cuadrado. Sobre la cisterna del inodoro una chica desnuda abre sus piernas y, desde el techo, mirones de ojos saltones observan boquiabiertos. ¿Es obra suya?

Las paredes estaban desnudas y me pregunté por qué hoy día no se hacen ya pinturas al fresco. No tenemos lugares donde podamos retirarnos, ni capillas privadas. El baño es el único lugar. Pinté eso ahí por diversión.

¿Lee en el baño?

No, pero tengo muchas ideas en el baño. Después de todo es un lugar de evacuación. En el pasado, se extraía sangre o se ponían enemas. Hay algo contemplativo en el baño. A menudo me he preguntado si no hubiera debido ser pintor de baños.

Se le considera el dramaturgo de lengua alemana más importante desde Bertolt Brecht, pero desde los años 70 casi solo ha sido objeto de duras críticas.

Me importa un comino. Mire por ejemplo a Beethoven. Se prescindió de él después de la 5ª sinfonía. Al final fue tratado como un pobre cretino.

¿Cómo es de sombría su alma?

En realidad, soy muy alegre. Me encanta la diversión, el humor, pero todo el mundo tiene un fondo oscuro.

Quitando toda la risa que se produce a expensas de terceros, ¿cree usted que tiene sentido del humor a menudo?  

Estoy hecho principalmente de humor.

¿Tiene sentido del humor cuando está solo?

Especialmente en ese caso.

¿El humor surge solo de la resignación?

 No, el humor viene de la distancia. El humor es la máscara de la sabiduría. Sin máscara, la sabiduría es inmisericorde.

¿Qué puede soportar solo con humor?

Conozco dolores ante los que tengo que reír y dolores que solo se pueden soportar con sentido del humor.

¿El humor cambia con la edad?

Se hace más fuerte. A medida que uno envejece, se convierte más en una comedia.

¿Por defensa propia, porque la muerte próxima le desespera a uno?

¡Oh, defensa propia contra la desesperación! La desesperación es una palabra tremendamente romántica para mí. Acepto la desesperación cuando uno se dispara una bala en la cabeza. A veces estoy terriblemente cansado, pero no desesperado. Y sé por qué estoy tan cansado. Cuando te pasas toda tu vida luchando contra una enfermedad, a veces se siente uno increíblemente fatigado. Ahora puedo decirlo con toda tranquilidad: padezco una diabetes severa. El azúcar es una enfermedad incurable. Trae consigo la preocupación por la muerte.

Usted es diabético desde que tenía veinticinco años. ¿Cómo se le manifiesta la fatiga?

Existen palabras para explicar el cansancio después de escalar una montaña, pero no he logrado todavía describir qué es la fatiga por diabetes, porque no hay palabras para ello. Está ahí como una especie de fondo y de repente desaparece; y luego se sobresalta uno cuando vuelve. Lo único que me ayuda contra esa fatiga es escribir. Si no estuviera enfermo, es posible que no hubiera escrito nada.

“… jamás he podido vivir como me hubiera gustado”

¿Qué le ocurre cuando su nivel de azúcar está muy descompensado?

Tuve una hipoglucemia en un vuelo a Nueva York. Te sientes sobreexcitado y pierdes la memoria. Mi esposa me contó luego todo lo que yo había hecho. Fui a la cabina de los pilotos y cuando trataron de calmarme con una inyección, empujé violentamente a los médicos contra la pared. Me gusta comer y me gusta beber. Pero jamás he podido vivir como me hubiera gustado. Mi diabetes es probablemente mi gran freno, un freno necesario. Si no tuviera ese freno habría muerto hace ya mucho tiempo.

Bertolt Brecht vino a Basilea en 1949 para asistir a la representación de su obra “Rómulo el Grande”, y al término de la función usted salió con él a cenar.

Brecht era extraordinariamente amable, en cambio yo era tímido. Solo hablé con él de puros. Yo tenía un estupendo habano y se lo ofrecí, pero Brecht me dijo que fumaba exclusivamente tabaco de Brasil, que era mucho más fuerte. Le dije que el puro más fuerte era el habano de Cuba y que el de Brasil era más suave. Se quedó perplejo y consultó con otra gente. No podía creerlo. Para él fue como si toda una concepción del mundo se derrumbara. En sus obras los personajes masculinos fuertes siempre fuman Brasil. Le impactó tanto que no quiso hablar de nada más.

¿Cómo le fue con Samuel Beckett?

Lo visité una vez. Paris brillaba como un espejo mágico. Un viaje en taxi interminable. El conductor llevaba una simple camiseta, maloliente. Beckett nos recibió amablemente, con cierta prudencia. Hablamos en francés, pero el calor impedía cualquier conversación. Yo no sabía que él podía hablar alemán. Mi francés pareció divertirle. Lo que más me impresionó fue la vista de la Santé desde su ventana, de ese Louvre carcelario, ante cuya vista entendí por qué ese asceta irlandés escribía obras cada vez más áridas. En mi opinión escribió solo una gran obra: “Esperando a Godot”. El resto es repetición.

¿Y Jean-Paul Sartre?

Con Sartre estuve una vez en Moscú y no paramos de beber. Me vino a ver en mitad de la noche acompañado de Simone de Beauvoir y llevaban escondidos bajo los impermeables vodka y unos vasos. Fue muy divertido, aunque por lo demás no nos entendimos en absoluto. Sartre se obstinaba muchísimo con algunas cosas. Carecía completamente de sentido del humor. El único con el que yo me llevaba realmente bien era Thornton Wilder. Cuando, completamente borracho, daba un golpe en el hombro a alguien, éste se desplomaba.

Conoció a Max Frisch a mediados de la década de 1940. Él también es un monumento viviente.

Hubo una época en que fuimos como estrellas gemelas en el firmamento de los escritores suizos, Cástor y Pólux. Es el único escritor vivo con el que he discutido realmente. Lo fascinante era que lo que me decía aparecía luego, casi literalmente, en sus obras. Para mí eso era la antítesis absoluta.

“Todo lo que experimento se hunde en la oscuridad y luego regresa transformado”

¿Qué admira de Frisch?

Que se ve a sí mismo como un caso. Ahí está su honradez. En cambio, en mi caso todo parece filtrado. Todo lo que experimento se hunde en la oscuridad y luego regresa transformado, como un personaje completamente extraño en el que solo me reconozco mucho más tarde.

Esfuerzos entusiastas por la amistad, desavenencias hipersensibles, tremendas disputas, años de silencio ofendido: ¿qué hace que la relación entre usted y Frisch sea como un melodrama listo para el escenario?

Oh, es muy vulnerable, es una persona tremendamente sensible, muy preocupado por sí mismo, por sus problemas. Es un tipo atractivo, pero lo que escribe a veces es terrible. Es un extraño escritor de adversidades. Lo que más me molesta de él son esas falsedades, incluso en sus novelas, por ejemplo, en “Montauk”. La hizo pasar por una obra autobiográfica. Pero cuando lo conoces personalmente no puedes hacer otra cosa que menear la cabeza. Sencillamente, nada es verdad. Me presentó a cada una de las mujeres que tuvo y me juró que Dios lo maldeciría si alguna vez las traicionaba. Es completamente absurdo. Ese romanticismo en el amor me es bastante ajeno, es un enorme tormento que uno se inflige a sí mismo, eso no podría hacerlo yo de ninguna manera. Todos esos problemas son absolutamente ridículos en el contexto de los problemas del mundo actual. Es una huida de la realidad. Las dificultades privadas deben ser resueltas por uno mismo. No me interesa mirarme el ombligo.

¿Se decide nuestra vida en lo personal y no en lo político?

Sí, por supuesto, por eso Frisch, nacido para ganar el premio Nobel, es diez veces más importante que yo. Él vive en lo personal, los lectores pueden identificarse fácilmente con sus obras. Fascina a los intelectuales que ven representadas en su obra las dificultades que ellos también tienen o que creen que deben tener. Problemas de pareja, problemas de la sociedad, problemas de identidad, etc. En cambio, yo no me encuentro tan interesante, y con frecuencia me pregunto a quién pueden interesar mis cuestiones personales.

“Para la memoria lo más importante es el olvido” 

¿Es por eso que nunca ha llevado un diario?

Para la memoria lo más importante es el olvido. La memoria filtra el olvido. Un diario, sin embargo, detiene el tiempo, evita el olvido. La persona que no pudiera olvidar nada sería como una computadora que se alimenta constantemente de hechos. Su vida sería insoportable. Detrás de cada recuerdo habría otro. Solo a través del olvido el tiempo se hace soportable y los recuerdos maleables.

Frisch ha escrito sobre usted: “Ambos sabíamos desde el principio que estábamos en campos diferentes. Cada uno era la sombra del otro. Eso nos ha molestado a los dos. El problema es que Dürrenmatt condena a la pareja o al compañero a la pérdida del humor. Se ríe de la pareja, pero casi nunca se ríe con la pareja. Te supera en ingenio. Tiene que superarte, como ocurre con la manía de los que se sienten agraviados. No le fascina lo que el otro sabe. Necesita sobresalir. Cuando no se le ocurre nada es como si no estuviera allí. Si nuestra amistad aún estuviera viva, le llamaría y le diría: ‘¡Eres un imbécil!’; y él diría: ‘Estaba entonces borracho’. Y así es feliz: se ha liberado. Ya está resuelto.”

Seguramente estaba previsto que teníamos que separarnos. Nos hemos herido mutuamente. Cada uno lleva sus propias cicatrices.

¿Es usted amigo de sí mismo?

Ciertamente no soy mi enemigo. La pregunta es: ¿te amas a ti mismo? Si tienes que reírte de ti mismo, también tienes que distanciarte de ti mismo.

Frisch dice que es alcohólico. Usted es un bebedor empedernido y de lujo, que a veces sirve a sus invitados un Château Lafite-Rothschild o un Pauillac 1875. Cuando la botella se acaba, celebra ese momento con un coñac centenario.

Siempre he fumado los mejores puros y, como ahora puede comprobar, siempre he bebido los mejores vinos. Acorto mi vida por mi afición al alcoholismo y la alargo saliendo a caminar.

La relación de Frisch con Suiza parece más tensa que la suya.

Frisch sufre de Suiza. Tiene una actitud hostil. Supone en él un rasgo algo siniestro. Hace años le hice una visita en su casa de la orilla derecha del lago de Zúrich, la “Gold Coast”. Señaló las villas vecinas y me dijo: “Ahí viven mis enemigos”.”

“No sufro por Suiza. Me parece un país raro” 

La policía lo ha espiado y vigilado durante décadas. ¿Está enojado con su país?

No sufro por Suiza. Me parece un país raro. Me pasa como a Karl Kraus con Viena: a una ciudad le pido que funcione. Me siento cómodo. Luego, está el viejo dicho: “Es hermoso nacer suizo, y es hermoso morir suizo. Pero, ¿qué haces entretanto con el tiempo?” Mi respuesta, a la manera suiza, es: lo malgasto trabajando.  

En 1946 se casó con Lotti Geissler, una actriz que causó sensación a los diecisiete años como la “estrella de cine suiza más joven”, pero que más tarde abandonó su carrera por usted y sufrió depresiones y adicción al alcohol y a algunos medicamentos. ¿Ha tenido usted aventuras en los más de treinta y seis años de matrimonio?

Por supuesto, pero muy pocas veces, porque eso me destrozaría. Las dificultades matrimoniales me deprimen hasta tal punto que no podría soportarlas mucho tiempo. Cuando he tenido alguna aventura se la he contado siempre a mi esposa de inmediato. Me era imposible ocultarlo. Después, se producía siempre, digamos, una bronca.

¿Bronca? Cuando le confesó a su esposa que tenía un romance con una joven actriz, ella se cortó las venas de las muñecas con una hoja de afeitar. Su hija Ruth presenció la escena y sufrió pesadillas durante años.

Me veo, y eso es lo aterrador, como una especie de bebé gigante con ilusiones. Hay mucho de infantil y de niño en mí, y también en mi erotismo. Hay dos aspiraciones opuestas en el hombre, una aspiración de vitalidad, que no quiere límites, por lo que te gustaría dormir con todas las mujeres hermosas que puedas, y una aspiración que te mantiene unido para que sigas siendo productivo.

“El matrimonio es una cuestión de orden y el hombre necesita orden”

¿Habría inventado el matrimonio por sí mismo?

Creo que sí. El matrimonio es una cuestión de orden y el hombre necesita orden. Realmente no podría imaginar la vida sin una mujer.

¿Qué problemas resuelve el matrimonio?

Si alguien tiene problemas, no debería casarse.

¿Habla de filosofía con mujeres?

Filosofar es más un asunto de hombres. Casi no hay mujeres entre los filósofos porque las mujeres piensan de manera muy diferente. La mujer no necesita pensar en el sentido masculino. También el arte, la producción de obras, es para ellas menos necesario. La mujer está mucho más ligada a lo corporal, porque biológicamente es lo fundamental. En cierto sentido, el hombre es superfluo, un tremendo derroche de la naturaleza. Ese es su defecto, y tiene que compensarlo con un trabajo intelectual.

Su esposa murió en 1983 a la edad de sesenta y tres años. En aquel momento, sus ganas de vivir estuvieron a punto de quebrarse.

Se apoderó de mí el mayor de los absurdos. Antes yo era yo, ahora me representaba a mí mismo. Según fueran las cosas. Mi vida se había vuelto estúpida. Yo era una locomotora descarrilada que seguía echando humo inútilmente.

Ocho meses después, su depresión se convirtió en euforia. Maximilian Schell ha contado la razón: “En algún momento decidí ayudar a Fritz a superar el valle de lágrimas. Así que poco a poco empecé a presentarle a todas las mujeres de cierta edad que conocía, que eran libres y que suponía que le podrían gustar. Entre ellas estaba Charlotte Kerr, una artista muy respetada: actriz, cineasta y periodista “.

Charlotte conoce a Dios y al mundo, yo solo conozco a Dios, y nada más que un poquito.

En mayo del año siguiente, dieciséis meses después de la muerte de su esposa, usted y Kerr se casaron y… llenaron los titulares de la prensa rosa. Por un lado, la belleza alemana, acostumbrada al mundo de la elegancia, con un carácter imperioso y arrebatos coléricos, que posa en bikini en la celebración de su boda y que afirma que los cuidados de enfermería no son lo suyo, que para eso hay personal especializado. Por otro lado, está el escritor de nacionalidad suiza, reservado, sosegado y con bastante sobrepeso, propenso a las borracheras y que, con total convencimiento, suele llevar camisas sucias. ¿Por qué volvió a casarse tan rápido?

Por amor. Y porque no puedo soportarme solo. Vivir solo no es una aventura. El matrimonio sigue siendo algo de lo más aventurero que tiene un hombre. Fracasar como pareja es más honorable que fracasar solo. En la vida en solitario sucumbes a hablar contigo mismo, sin eco, en un espacio vacío. Ahí reside el destino de la gente: ¿pueden vivir juntos o no?

¿Se siente culpable cuando piensa en su primera esposa?

Nunca olvido a Lotti. Pero no creo que a ella le gustara que yo pasara el resto de mi vida vagando por ahí como un carnero perdido, que va tambaleándose por los prados y pudriéndose de soledad. Necesito una mujer.

¿Se le ha ocurrido pensar alguna vez que el matrimonio podría ser una forma tradicional de relación?

Todo el mundo puede convivir. El matrimonio es siempre una obra de arte, como la fundación de un Estado. Para mí el matrimonio es un acto creativo. Uno intenta crear algo y conservarlo. Pero en la convivencia hay siempre una puerta falsa. Soy una persona celosa; si uno es solamente el amante, entonces no tiene derecho a tener celos. Otelo acaba de casarse. El matrimonio es la legitimación de los celos.

Le hizo a Kerr diecisiete propuestas de matrimonio. ¿Qué sintió cuando ella dijo que sí?

Te he conquistado. Genghis Khan.

Dos años después de la boda, le regaló usted a Kerr un paseo juntos en helicóptero en torno al Matterhorn y la cara norte del Eiger. ¿No son contrarias a su naturaleza las aventuras al aire libre de este tipo?

Es la tragedia de los hombres viejos con mujeres jóvenes: o ellos les obligan a entrar en su corriente, o ellas se lanzan a una nueva, y entonces ya no pueden nadar con ellas.

El miedo a la muerte es la razón por la que el hombre inventó el más allá

¿Cree usted en la vida después de la muerte?

Quizás no haya nada. Quizás solo una conciencia como las olas sobre el mar. Pero la preocupación por la muerte es la raíz de la cultura. El miedo a la muerte es la razón por la que el hombre inventó el más allá, inventó a los dioses, inventó a Dios. Toda la cultura está construida contra la muerte. Pero debemos entender la muerte como algo necesario, porque sin ella no hay evolución. Si fuéramos inmortales, solo habría sobre la superficie de la Tierra una papilla de organismos unicelulares en constante división.

¿En qué cree usted?

En los límites del conocimiento y el poder de la imaginación. Lo más maravilloso que existe es el cerebro humano, más maravilloso incluso que el Dios que es capaz de concebir.

¿Y si un día se encuentra ante Dios?

En el caso de que haya un Dios, seguro que tendrá un sentido del humor infinito. Tiene que sentir un placer inmenso en jugar con mundos sostenidos en el aire, como un niño jugando con soldaditos de plomo, que disfruta con todo el espectáculo. La persona creativa, sin darse cuenta, también lo hace.

*Esta entrega es una traducción al español de José Wolff de una publicación del diario Tages Anzeiger,Enlace externo que cortezmente ha autorizado su reporducción en swissinfo.ch en español. 

José Manuel Wolff

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