
El sueño truncado de cuatro migrantes guineanos en la frontera greco-turca

«Queremos ir a Atenas, después veremos», dicen cuatro guineanos detenidos por una patrulla militar en la localidad de Sofiko tras haber cruzado la frontera desde Turquía.
Avistados de mañana temprano desde un camión por una patrulla del ejército griego en ese pueblo del noreste, la policía detiene a los jóvenes ‘manu militari’.
La intervención es firme pero en calma, constata un periodista de la AFP, y los guineanos, escoltados por soldados con armas automáticas y encapuchados, no ofrecen resistencia.
Los policías y un funcionario del gobierno griego no revelan el destino de estos cuatro hombres.
Grecia decidió el domingo suspender por un mes las nuevas solicitudes de asilo de migrantes que ingresen ilegalmente a su territorio.
También anunciaron su intención de reforzar el patrullaje de las fronteras marítimas y terrestres del noreste, y solicitó ayuda a Frontex, agencia europea de controles fronterizos.
– Agotados –
Agotados y congelados, los guineanos suben a la caja de una camioneta policial. Una escena idéntica se repite a pocos kilómetros, en la aldea de Marasia, a orillas del río Evros, que separa Grecia de Turquía, donde una joven, sola, manifiestamente abatida y asustada, es llevada por militares.
Grecia impuso el domingo alerta «máxima» en sus fronteras ante la afluencia de miles de migrantes que se concentraron en la frontera turca.
El ejército anunció «maniobras militares con munición real este lunes» en esta zona, prohibiendo «todo movimiento o reunión de personas (…) para evitar accidentes».
Entretanto, los guineanos, pasaron su primera noche en la Unión Europea en una casa en construcción abandonada, sin ventanas ni puertas, echados sobre el hormigón, sin mantas a pesar del frío casi glacial.
Antes de su arresto, los jóvenes comentaron que se trasladaron rápidamente desde Estambul a la frontera con Grecia en cuanto supieron que las autoridades turcas decidieron no impedir a los migrantes cruzar a Europa.
«Fue portada en Turquía. ¡En Internet, en la televisión, en todas partes!», explica uno de ellos, veinteañero, quien vestía chaqueta roja y una gorra negra encasquetada.
Las lágrimas, provocadas por el viento helado que sopla en esta región agrícola, le cubren el rostro.
Tras franquear la frontera, el domingo, fueron hasta Sofiko donde chocaron con la hostilidad de sus habitantes.
«¡Dispararon al aire! Finalmente encontramos refugio aquí», dice en francés otro miembro del grupo.
– «¡Váyanse!» –
También Acil y Mithra, una pareja iraní, de 27 y 29 años, sufrieron la animosidad de los vecinos
«¡Anoche la gente nos dijo: ‘váyanse! ¡los odiamos!'», comenta Acil angustiado. Reflexiona un momento sobre la incomprensión. A su lado, su esposa parece extenuada.
«No sé qué hacer. No podemos tomar un taxi y mi esposa no puede caminar», suspira, desanimado.
Privada de higiene básica, Mithra muestra sus zapatillas de lona rosa, empapadas y embarradas.
De la mano, la pareja se aleja por la carretera. Ambos portan mochilas pequeñas en la espalda. Todavía tienen varias horas de caminata por delante.
Sueñan con llegar «quizás a Holanda o Austria». Sobre todo, «en busca de libertad».
«¡Libertad!», repiten a dúo, en un amanecer helado en los confines de Grecia.