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No era fácil ser bruja en Suiza

Tras Glarus en 2008, Friburgo acaba de rehabilitar la memoria de 'su' última bruja, quemada viva en 1731. Algo normal en estos tiempos de rehabilitaciones de todo tipo, muy mediatizadas. Suiza tuvo el triste récord europeo de esta forma de caza tan particular.

En la Edad Media, cuando había que explicar las catástrofes o las epidemias, se intentaba al mismo tiempo castigar a los culpables. Seres necesariamente responsables de practicar la magia y de sellar pactos con el diablo dirigidos contra la cristiandad: nacían así las brujas.

Para ‘fabricar’ una bruja, bastaba en esa época un comportamiento rebelde o marginal, que llamase la atención. También alimentar rumores y alterar el orden público hasta atraer la atención de las autoridades, quienes declaraban ‘abierta la veda’.

Brujas y terroristas: una misma fantasía del poder

Segunda etapa: para condenar a una bruja, bastaba con partirle las piernas, arrancarle las uñas y ahogarla en una bañera. A la vista de estas refinadas técnicas, expuestas actualmente en el Museo de Murten (cantón Friburgo), uno tiene ganas de confesar haber matado al padre y la madre.

Ello prueba que era la tortura la que hacía las brujas. Y el fanatismo religioso. «Esta caza de brujas imaginarias, que sólo existen en la fantasía del poder, se parece mucho a las teorías recientes de la lucha antiterrorista en los Estados Unidos. No niego la realidad de los atentados, pero George W. Bush los convirtió en un mito para justificar la tortura», afirma Kathrin Utz Tremp.

De hecho, el suplicio de la bañera (también conocido en América Latina como ‘submarino’) ha atravesado los siglos hasta llegar a las prisiones de la CIA actuales. Esta brillante especialista estima que en el periodo que va de los siglos XV al XVIII entre 30.000 y 60.000 personas fueron quemadas vivas acusadas de brujería en Europa. De entre ellas, 6.000 lo fueron en Suiza y 300 sólo en el cantón de Friburgo.

Un auténtico récord. E incluso un doble récord. «Friburgo fue el tercer lugar de Europa en ejecutar brujas, ya en el año 1429. Igualmente, fue una de las primeras autoridades políticas en abrir procesos de brujería sin la asistencia de inquisidores religiosos», destaca la insigne medievalista.

El diablo es occidental

Al comienzo, fue la Iglesia más ortodoxa, apoyada por el poder laico, la que se puso a perseguir la herejía, y posteriormente la magia, hasta el punto de crear esta herejía imaginaria.

«La inquisición», continúa explicando Kathrin Utz Tremp, «tenía necesidad de esta especie de ‘anti-mundo’ dirigido por el diablo, incluso si esto no tenía ninguna base en la realidad». A partir del siglo XVI, y sobre todo del XVII, es el poder político y terrenal quien toma el relevo.

Ellos decidieron que, al igual que la magia negra, la magia blanca, más o menos inocente, se basaba también en un pacto satánico previo. Según la medievalista, «este concepto se distingue de la brujería actual en el Tercer Mundo, que no se basa en una religión y en la que el diablo está ausente».

La Iglesia y el Estado: un mismo combate

Es así que los juicios por herejía llevados adelante por la Iglesia desembocaron en procesos por brujería dirigidos por el Estado laico, que necesitaba a las brujas para definir su territorio y sentar jurisdicción, en particular en el campo.

En el siglo XV, los juicios implicaban mayormente a hombres que no se sometían debidamente a la catedral o a las autoridades civiles. En ello estaba el germen de una noción política de revuelta.

A partir del siglo XVI, pero sobre todo del XVII, una vez que el poder terrenal estaba bien implantado, las autoridades se dedicaron a utilizar la brujería como instrumento para garantizar el orden público y la disciplina social. «Y es en ese momento que da comienzo la gran caza de brujas», aclara Kathrin Utz Tremp.

La especialista precisa que la represión se cobró entre 70 y 80% de víctimas femeninas. Eran culpables de ser pobres, solteras… y mujeres, tal como ocurrió a la Catillon, ejecutada en Friburgo en 1731.

Una historia de fronteras

La historiadora comenta que la represión fue mucho más dura en la Suiza de habla francesa. «La Iglesia se enfrentó aquí a la herejía de un movimiento laico, los Waldenser, mientras que no había Inquisición en la Suiza oriental, que estaba más orientada hacia la magia blanca».

La religión siempre ha tenido un papel preponderante en el cantón del Valais, y sobre todo en el de Friburgo. «Allí existe una especie de contra-historia que hace que a menudo la historia del cantón sea reaccionaria. Es similar para las persecuciones que partían desde una ortodoxia muy dura, surgidas a fines del siglo XVI con la Contrarreforma».

«Pero hay una explicación política más», explica la medievalista. «Cuanto más centralizado estaba el Estado, como era el caso de la Francia de Luis XIV, menos problemas tenía para establecer su autoridad, y por tanto estaba menos inclinado hacia las ejecuciones. Pero, al igual que el Imperio Germánico, Suiza era (y es todavía) un Estado muy dividido en diversas regiones».

«En el cantón de Friburgo, las persecuciones fueron muy importantes en el distrito de la Broye, constituido de un crisol de pequeñas comunas, católicas, protestantes, germanohablantes, francoparlantes, etc. Es un hecho que cuantas más fronteras había, más brujas se quemaban».

De la hoguera a los cuentos de hadas

La gran mediatización obtenida por la rehabilitación moral de la Catillon en el cantón de Friburgo suscitó una gran curiosidad acerca de la ejecución de esta mujer. Era una jorobada, pobre, vieja, marginal y sola. En suma, el vivo retrato de las brujas que poblaban los cuentos de hadas del siglo XIX, popularizados por los Hermanos Grimm.

«Por suerte, las brujas de nuestro tiempo pueden dormir tranquilas puesto que ya nadie se interesa en ellas. En nuestros días, el juicio de la Catillon sería invalidado en cinco minutos, y sería más bien su verdugo el que correría peligro. Y, dicho sea de paso, hoy no hay ninguna ley que nos prohíba volar sobre una escoba…si es que somos capaces», concluye riendo Kathrin Utz Tremp.

Isabelle Eichenberger, swissinfo.ch
(Adaptado del francés por Rodrigo Carrizo Couto)

Considerada como una herejía, la brujería fue criminalizada hacia el año 1500, aunque la mayoría de los juicios fueron abiertos en el siglo XVII por el Estado laico.

En Friburgo, Catherine Repond (alias Catillon) fue la última víctima quemada por brujería en 1731. El cantón la rehabilitó ‘moralmente’ en mayo de 2009, pero ha rehusado la concesión de un crédito para la investigación histórica.

La última bruja conocida de Europa y Suiza fue Anna Göldi, ejecutada en 1782 en Glarus (Suiza central). Fue rehabilitada en 2008.

Entre 1429 y 1731, Friburgo habría juzgado a 500 brujos y brujas. Suiza hizo lo propio con 10.000, mientras que en la zona francófona fueron 6.000.

Entre el 70 y el 80% de las víctimas eran mujeres. En más de un 60% de casos, el veredicto fue la muerte en la hoguera.

En Europa, entre 30.000 y 60.000 personas terminaron sus días quemados vivos. Sólo en Alemania hubo 25.000.

Pero la campeona de Europa en relación al número de habitantes es la Suiza francesa, con un total de 3.500 ejecuciones.

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