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La aldea cristiana que permaneció entre las bombas y la invasión israelí al sur del Líbano

Noemí Jabois

Rmeish (Líbano), 23 sep (EFE).- Hace este martes un año, una gran ofensiva aérea israelí marcó el inicio de la guerra abierta en el Líbano y desplazó a más de 1,2 millones de personas, pero el pueblo cristiano de Rmeish se negó a evacuar junto al resto, quedando aislado entre constantes bombardeos y una invasión terrestre.

Aquí, a apenas dos kilómetros de la frontera con Israel, varios miles de vecinos se aferraron a su fe religiosa para sobrevivir a lo que describen como un «asedio», pues sus dos principales vías de salida acabaron quedando cortadas, una por un bombardeo y la otra por una excavación deliberada de las tropas israelíes.

«Hubo un periodo de 20 días en el que cerraron las carreteras desde Ain Ebel y desde el otro lado, si hubiese durado una semana más la gente no hubiese tenido nada de comida ni agua», relata a EFE un residente de Rmeish que prefiere mantener el anonimato.

«Ese mes en concreto fue el más difícil para nosotros, eventualmente la gente decidió que saldría a buscar comida y agua bajo su propia responsabilidad», agrega el hombre, al recordar como en aquella época no tan lejana el miedo les «rodeaba todo el tiempo».

Expediciones para abastecerse

Todas las tiendas se vaciaron de enseres, mientras la actividad económica de Rmeish frenaba en seco a causa de las bombas que se intensificaron a niveles sin precedentes el 23 de septiembre de 2024 y de la invasión terrestre al sur del Líbano que comenzó apenas una semana más tarde.

«Era la época en la que la gente solía vender su cosecha de tabaco, que era muy difícil de enviar a Beirut en aquel tiempo, pero generó unos pocos ingresos para ayudar a las personas a comprar alimentos y bebidas», explica el vecino.

Ante los problemas de abastecimiento, dice, los residentes comenzaron a coordinarse para salir en convoy a buscar comida o a valerse de la ayuda del Ejército para cubrir parte de su ruta hasta un punto en el que pudieran continuar «por su cuenta».

Durante el pico del conflicto, también los enfermos graves que no podían ser tratados en centros médicos locales eran trasladados fuera «con gran dificultad», pero nada de esto movió al hombre a tirar la toalla.

«Nunca me quise ir porque nuestra vida está aquí, nuestra casa, nuestra tierra. No podemos dejarlas para otra gente no más, claro que no, incluso después de cien años no nos iremos», afirma.

Por su parte, Myrna acababa de abrir su ultramarinos unas semanas antes de que todo se fuera al garete y, habiendo invertido todos sus ahorros en el negocio, no estaba dispuesta a abandonarlo para huir.

«Nos quedamos aquí, resilientes, y aún lo somos. Estamos protegidos por Jesús, Santa María y San Jorge; aquí la gente tiene mucha fe, así que Santa María protegió esta zona», sentencia la mujer en declaraciones a EFE.

«Solía ver los misiles salir en frente de mí, aquí desde donde estoy sentada, mientras la ‘Cúpula de Hierro’ (defensa antiaérea israelí) los interceptaba sobre nosotros», cuenta, en la misma silla detrás del mostrador donde pasaba sus días en aquel entonces.

Envíos de emergencia

Según su relato, los proyectiles caían a menudo alrededor de Rmeish, pero nunca llegaron a impactar dentro. Prueba de ello es un pueblo a la vista intacto, que contrasta con otros cercanos aún sumidos en la devastación un año después.

En la tienda de Myrna, solo fueron quedando en las estanterías los productos que no eran de primera necesidad.

El alcalde Mounir Diab al Ali asegura que el Ejército y ONG internacionales les consiguieron hacer llegar varios envíos de comida o derivados del petróleo durante la suerte de «asedio» vivido, al que se sumaba la falta de agua corriente y «grandes problemas» de electricidad.

Pese a todo, estima que alrededor del 35 % de los habitantes de Rmeish permanecieron aquí de principio a fin.

Algunos ya se habían ido gradualmente a Beirut después de que estallara el conflicto base entre Israel y el grupo chií libanés Hizbulá en octubre de 2023, que se desarrolló a relativa baja intensidad hasta el comienzo de la guerra abierta hace ahora un año.

«Tengo 70 años y viví todos los acontecimientos y problemas en el sur y en Beirut, pero lo que pasamos durante la guerra de octubre nadie lo ha pasado. Todo el día y toda la noche continuaban sobre la aldea los ataques mutuos de Israel y la resistencia libanesa», subraya Al Ali.

«No sabías en qué momento podían caer entre las casas, en la aldea o sobre la gente, los residentes, así que todos teníamos mucho miedo. No podíamos habernos quedado en nuestra aldea sin tener fe y un apego firme a esta tierra y a Dios», concluye. EFE

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