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Las ONG de Sudán, desbordadas por la llegada masiva de refugiados sursudaneses

Una refugiada sursudanesa cruza la frontera con el estado sudanés del Nilo Blanco el 28 de febrero de 2017 afp_tickers

Las organizaciones humanitarias de Sudán se ven desbordadas por el flujo incesante de refugiados de Sudán del Sur, que llegan cada día por centenares, huyendo de la guerra civil y de la hambruna en el país vecino.

En un centro de tránsito junto a la frontera, la doctora Viola James explica que solo tiene cinco trabajadores para ayudarla a ocuparse de los 5.000 refugiados presentes: “No tenemos suficientes medicamentos ni suficientes manos”, lamenta, recordando que también están a su cargo los pacientes de las aldeas circundantes.

Nacido como país en 2011 tras separarse de Sudán, Sudán del Sur se hundió en una sangrienta guerra civil a finales de 2013.

El Gobierno acaba de declarar el estado de hambruna en una región del norte del país y más de 100.000 sursudaneses ya se han visto afectados por la situación de emergencia, que amenaza a otro millón de personas.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), unos 32.000 se han refugiado en Sudán desde principios de año y decenas de miles más lo harán en los próximos meses.

Sudán, que ya acoge a unos 330.000 vecinos del Sur, ha abierto centros de tránsito en la frontera y campos de refugiados en todo el país.

En el centro donde trabaja la doctora James, hay sobre todo mujeres y niños. “Muchos llegan con paludismo”, explica mientras trata a un joven aquejado de desnutrición.

Junto a las tiendas de techados de paja apenas hay algunos sanitarios y puntos de agua, un equipamiento a todas luces escaso.

Conseguir comida y medicamentos suficientes para atender a quienes llegan exhaustos tras un largo y peligroso viaje es la principal urgencia, explican los trabajadores humanitarios en el terreno.

Llegan “en un estado miserable”, lamenta Adam Said, empleado de la Media Luja Roja sudanesa. “No han comido en días”, cuenta.

– ‘Solo sufrimiento’ –

Tras él, varios refugiados con sacos sobre sus cabezas o en carros tirados por burros atraviesan un puesto fronterizo. Una vez llegan al lado sudanés, son registrados y pasan una visita médica.

“Finalmente hemos llegado”, afirma aliviada Vivian Fiter, que viene de Lalakan (noreste) con su hermana y los hijos de ambas, entre ellos un bebé de cuatro meses.

Fiter se lanzó a este viaje para reunirse con familiares que viven en un campo gestionado por la ONU en Sudán. “Quienes no viven en campos (…) no tienen ni comida ni ayuda ninguna”, explica.

Los niños requieren atención médica y vacunas, “pero el problema es que no tenemos suficiente material ni fondos” para asistirlos, se queja Emad Abdelrahman, responsable de la oficina regional de ACNUR.

Junto a otras ONG, ACNUR ha lanzado un llamamiento para recaudar 166,65 millones de dólares (unos 157,5 millones de euros) para responder a la emergencia, pero solo han recibido el 5% de esta suma.

Para numerosos sudaneses, ir a Sudán es regresar a donde vivieron hasta hace solo algunos años.

Llegado en silla de ruedas desde la capital sursudanesa, Mur Mokor solo quiere alcanzar Jartum. “Me dispararon en una pierna una noche en Juba. Allí no hay más que sufrimiento”, asegura.

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