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«La mafia nunca olvida», Fausto Cattaneo

Fausto Cattaneo pasó gran parte de su vida infiltrado en los carteles de la droga. Keystone Archive

Para evitar el estrés y los horarios de trabajo irregulares, su esposa lo convenció que renunciara a administrar el restaurante que heredó de su familia. Fausto Cattaneo decidió entonces ser, primero, policía y ,después, agente secreto. Se infiltró en algunos carteles internacionales que, desde los años setenta, han tratado de usar el cantón Tesino como trampolín para el tránsito de estupefacientes. Su actividad ha sido reconocida y premiada a nivel internacional, ya que ha llevado a la confiscación de gran cantidad de droga y a la apertura de grandes procesos contra miembros del crimen organizado. Fausto Cattaneo comenta.

Mucha gente, en diferentes partes del mundo, me llama aún «Señor Bertoni». Pierfranco Bertoni, en efecto, era uno de mis nombres ficticios cuando me infiltraba en los carteles internacionales de la droga. Trabajar como agente infiltrado «undercovered», como se dice en la jerga del oficio, no ha sido fácil. Durante ciertas misiones, mi vida y la de mi familia han estado realmente en peligro. Los capos de la droga no la piensan dos veces para matar a una persona, aunque sea un policía.

Fue durante los años setenta cuando me di cuenta de que el problema de la droga hay que combatirlo en la raíz: yo trabajaba por aquel entonces en el servicio antidroga de la policía de Locarno y todos los días me topaba con jóvenes drogadictos, destruidos por la esclavitud de la heroína.

Como policía, mi deber era meter en la cárcel a esa pobre gente que, por el contrario, hubiera necesitado más bien asistencia médica y psicosocial. La cárcel no resolvía, obviamente, sus problemas, mientras que los grandes traficantes de drogas prosperaban y reciclaban tranquilamente sus ganancias millonarias en nuestros bancos.

Gracias a su posición geográfica, contigua a las grandes ciudades industrializadas del norte de Italia, en los últimos 40 años el Tesino se ha transformado en un importante centro financiero y bancario. Claro que cuando ingentes capitales atraviesan las fronteras no todo lo que llega está limpio: hay dinero sustraído al fisco o que viene del crimen organizado, del tráfico de drogas o del contrabando de cigarrillos. A menudo, con el dinero llegan también traficantes y criminales.

Yo no podía quedarme con los brazos cruzados. Por eso, sin pensarlo dos veces, cuando en los años ochenta las autoridades cantonales y federales me propusieron entrar a formar parte de los nuevos servicios antidroga, acepté. Estos servicios estaban encargados de operaciones a nivel internacional, como el «International undercover working group».

De esta manera conocí a la flor y nata del mundo de los traficantes de droga internacionales, a los «big boss» de la mafia turca y a los colombianos de la cocaína.

Yo he hecho de todo, he sido financiero, mercantilista, emprendedor, pero también chofer y guardaespaldas. En ausencia de medios adecuados, muchas veces he tenido que arreglármelas para poder presentarme bajo una apariencia falsa. En algunos casos me vi obligado a recurrir a la ayuda de amigos y conocidos para ir a encontrarme con traficantes ostentando automóviles caros, o para recibirlos en hoteles, casas y oficinas de gran lujo. Muchos de estos traficantes, en realidad, eran peces chicos que después crecieron, pequeños delincuentes que comenzaron desde abajo, y a ellos bastaba poco para impresionarlos.



A través de los años he desarrollado un sexto sentido para husmear el peligro y ver con anticipación las trampas y emboscadas. Si hubiera querido jugar en los dos bandos, hoy sería millonario, pero sigo diciéndome que mi mayor satisfacción ha sido el secuestro de centenares de kilos de heroína y de quintales de cocaína, además de la confiscación de millones de dólares, de bienes y objetos de lujo.

Me quedan los reconocimientos, las medallas y el agradecimiento de numerosos cuerpos de policía del extranjero: los servicios estadounidenses como la DEA y el FBI, así como la INTERPOL y el Deutschen Bundeskriminalamt. Por lo demás, he tenido que luchar durante años por mi rehabilitación, después de que fui suspendido del servicio a causa de algunas infamantes acusaciones. La vida de un agente secreto – siempre viajando o en contacto con criminales riquísimos, etc. -, suscita fácilmente celos y extrañas fantasías.

La verdad es que este trabajo y los problemas que he tenido en los últimos años, me han costado la salud y mi matrimonio. Incluso ahora que me he jubilado, estoy obligado a ir armado de día y de noche, y a tomar todas las precauciones posibles para proteger a mi familia: varios jefes de la mafia han jurado hacérmelas pagar y todo el mundo lo sabe: la mafia nunca olvida.

Fausto Cattaneo

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