
Asesinado por un rumor
Indira Guerrero
Hapur (India), 2 oct (EFE).- Esta historia comienza con una mentira. Una mentira que, en una calurosa tarde de junio de 2018, se llevó por delante la vida de Qasim, un comerciante en Uttar Pradesh, el estado más poblado de India y un frecuente epicentro de tensiones religiosas.
De pie en el lindero de su granja, Samaydeen, de 68 años, señala un sendero de tierra y polvo. Su mirada, fija en ese punto, lo transporta a aquella tarde. Han pasado ya siete años, pero ese simple camino rural, sigue siendo el escenario de una pesadilla para él.
Estaba en un rincón de su granja fumando un «beedi» —un delgado cigarrillo liado a mano, muy popular en las zonas rurales de India—, cuando todo empezó.
Aquel día, Qasim se dirigía, precisamente, a la explotación de Samaydeen a recoger forraje para el ganado, pero un sonido aterrador precedió su llegada: una turba de más de 25 hombres de la aldea vecina corrían tras el comerciante.
«Los vi persiguiéndole y pegándole», dice el granjero. Qasim corría por el sendero para salvar su vida.
Naseema
A pocos kilómetros de allí, Naseema esperaba a su esposo: «Me pidió que preparara la comida. Dijo que volvería». Pero Qasim no regresó.
Naseema no podía imaginar lo que ocurría a solo 10 kilómetros de allí, en la granja de Samaydeen: «No teníamos enemigos».
Sería después cuando entendió por qué había sido asesinado su marido: «Lo atacaron solo por ser musulmán».
La mentira que mató a Qasim
La mentira que mató a Qasim brotó en un terreno tóxico y fértil. Desde 2017, India ha sido sacudida por una oleada de linchamientos instigados por noticias falsas propagadas a través de WhatsApp.
Estos rumores han demonizado a la comunidad musulmana con acusaciones que van desde teorías conspirativas como la «love jihad» (una idea impulsada por la extrema derecha que acusa a los hombres musulmanes de seducir a mujeres hindúes para convertirlas forzosamente al islam), hasta falsedades sobre el sacrificio de vacas, un animal considerado sagrado en la religión hindú.
El cifrado de la plataforma de mensajería, diseñado para proteger la privacidad, impidió a las autoridades rastrear el origen de los bulos, lo que obligó al Gobierno indio a amenazar a WhatsApp con considerarla «cómplice», a lo que la compañía respondió con medidas como el etiquetado de «mensaje reenviado».
De forma paralela a esta ola de desinformación, floreció en el país el vigilantismo de los «Gau Rakshaks» (literalmente, «protectores de vacas»). Estos grupos se arrogan el derecho de impartir justicia por su mano, a menudo con extrema violencia.
Este fenómeno se intensificó notablemente tras la llegada al poder en 2014 del Bharatiya Janata Party (BJP), el partido nacionalista hindú del actual primer ministro, Narendra Modi.
Aunque el Gobierno no respalda oficialmente la violencia, organizaciones de derechos humanos señalan que su retórica y el endurecimiento de las leyes contra el sacrificio de vacas crearon un clima de impunidad que envalentonó a estos grupos extremistas.
Qasim fue víctima de esa letal confluencia. Samaydeen, un completo extraño que también era musulmán, quedó atrapado en ella.
«¡Asesinos de vacas!»
En la granja, aquel día, Samaydeen vio a Qasim llegar corriendo, trastabillando mientras la turba lo alcanzaba. El granjero no dudó y corrió para detener la agresión. La turba se revolvió contra él. «¡Asesinos de vacas!», le gritaron mientras los palos y garrotazos caían también sobre él.
Solo, con su hoz de trabajo en la mano, intentó razonar, pero no hubo diálogo: «También empezaron a pegarme», y recuerda cómo lo arrastraron junto a Qasim fuera de la granja.
El grupo inicial creció hasta sumar cien, luego ciento cincuenta personas. Cada recién llegado se unía a la paliza.
La violencia incesante dejó a Samaydeen con el cuerpo destrozado, manos, una pierna y varias costillas rotas. Cuando Qasim, moribundo, rogó por un sorbo de agua, sus verdugos se rieron.
La batalla después de la batalla
Tras una hora de espera, llegó la Policía, pero vaciló ante la turba. Solo con refuerzos lograron rescatarlos.
Comenzó entonces el periplo por los hospitales. Un primer centro se negó a atenderles, temiendo su muerte inminente. Fue en el segundo donde un agente anunció la muerte de Qasim. Samaydeen despertó más tarde en otro hospital con el cuerpo fracturado y 32 puntos de sutura en la cabeza.
Las secuelas físicas son permanentes. «Ya no puedo hacer ningún trabajo físico (…) Me han convertido en un inútil», afirma el granjero.
La investigación inicial para esclarecer lo ocurrido fue un intento de encubrimiento, según el abogado de Samaydeen, Mohammed Furqan Qureshi.
«La administración intentó venderlo como un accidente», aseguró. Sin embargo, la presión generada por la viralización de imágenes del linchamiento y la confesión de uno de los asesinos grabada por un periodista encubierto forzaron a las autoridades a investigar el caso correctamente.
Tras una batalla judicial de casi seis años y 223 vistas, en marzo de 2024, el tribunal de Hapur dictó una sentencia histórica, por la que diez hombres fueron condenados a cadena perpetua.
El veredicto, además, criticó duramente la negligencia policial y supuso un alivio para la familia, que había sufrido años de intimidación.
«Estábamos muy asustados», admite Yasin, hermano de Samaydeen. «No nos dejaban salir del pueblo. Nuestro pueblo es pequeño y el de ellos muy grande», recuerda.
Las cicatrices del presente
A pesar de la presión, la familia se mantuvo firme y rechazó las ofertas para un ‘acuerdo’ entre comunidades. Esta es una práctica frecuente en la India rural donde se busca cerrar disputas violentas con dinero para evitar la intervención de la policía y ‘salvar el honor’ de los pueblos. «Queríamos que los culpables pagaran por sus crímenes», afirma Samaydeen.
Pero la justicia no borra el pasado. «La vida es muy dura desde que él murió», confiesa Naseema, en el interior de la casa que ahora la encierra con sus recuerdos.
La justicia tampoco apaga las pesadillas. Samaydeen sufre una herida que se abre cada noche. «A veces siento que nos están pegando de verdad», relata. «Cuando me despierto, el corazón me late con fuerza y el cuerpo me tiembla».
El miedo, además, reaparece durante el día cuando las procesiones religiosas pasan por su pueblo usando cánticos como «Jai Shri Ram» («Victoria al dios Ram»), un lema religioso del que se han apropiado nacionalistas hindúes como un grito de intimidación. «Todo esto se hace para infundir miedo», explica Yasin.
No hubo vaca sacrificada. No hubo crimen previo. Solo una mentira que desató el horror en Hapur. Hoy, aquel mismo sol cae sobre la granja donde Samaydeen convive con los recuerdos. Su mirada, clavada en el sendero por el que corría Qasim, es la marca de un presente que, como toda esta historia, nació de una mentira. EFE
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(Foto) (Vídeo)
(Con esta crónica, EFE publica la cuarta entrega de la serie multimedia ‘Noticias falsas, víctimas reales’, que da voz a damnificados por la desinformación de todo el mundo)