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Atxu Marima pide respeto para pueblos aislados del Amazonas: «Déjenlos en paz»

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El ataque de un jaguar a su padre marcó el inicio de una tragedia para Atxu Marima, quien junto con su familia abandonó a su tribu, los Hi-Merima, para unirse a la «sociedad civilizada».

Ese contacto, sin embargo, resultó fatal: la gripe diezmó a gran parte de su familia y él, único sobreviviente, ahora no puede volver a su tribu, que vive aislada del mundo exterior, por miedo a transmitirles un virus que podría ser letal.

Por eso ha decidido convertirse en portavoz de los pueblos no contactados, las tribus que viven aisladas del mundo exterior, para pedir que los dejen en paz.

«Estoy aquí para contar la historia de mi pueblo», afirma Atxu en entrevista con la AFP en París, a donde ha venido a levantar conciencia sobre pueblos como los suyos.

A Atxu también lo conocen como Romerito o Artur, y su pueblo, los Hi-Merima, son un grupo nómada que se desplaza por el sur del estado Amazonas, en el noroeste de Brasil

Hasta los siete u ocho años vivió entre los ríos Purus y Juruá junto con su padre, madre y hermanos, como parte de una de las comunidades indígenas «no contactadas» reconocidas oficialmente por Brasil.

El país alberga más de estos grupos que cualquier otro: 114 pueblos oficialmente reconocidos como viviendo con poco o ningún contacto con el mundo exterior.

Durante años, Brasil fomentó el contacto con estas comunidades, antes de cambiar de rumbo en 1987 tras reconocer la devastación que este contacto provocaba en los pueblos.

Atxu y su familia lo experimentaron de primera mano cuando la tragedia los obligó a buscar lo que él llamó una «comunidad civilizada», una decisión que le costó su familia, su hogar, su idioma y su cultura.

– «Todos se enfermaron» –

Ahora, con poco más de 40 años y padre de tres hijos, Atxu sonríe al recordar su infancia en el Amazonas: cantándole a los árboles para alentarlos a dar frutos, corriendo por la selva con sus hermanos y bailando en reuniones familiares.

Hasta que un día un jaguar atacó a su padre. El hombre, dice Atxu, sobrevivió al ataque, pero sufrió una grave herida en la cabeza y comenzó a delirar con que sus hijos eran presas, como tapires y cerdos, que había que cazar con flechas.

Atxu relata que huyó con su madre y el resto de la familia dejando atrás a su padre moribundo en una hamaca, sobre una tumba que le habían hecho. Nunca más lo volvió a ver.

«Mi familia, especialmente mi madre, luego decidió hacer contacto con el mundo ‘civilizado'», afirma.

Pronto quedaron expuestos a enfermedades para las que no tenían defensas. «Todos se enfermaron y murieron», afirma, recordando cómo su madre, su tía y varios hermanos sucumbieron a lo que él llamó la gripe.

Atxu y otros cuatro hermanos y hermanas sobrevivieron a la enfermedad pero fueron puestos bajo el cuidado de familias distintas y terminaron separados.

Su familia adoptiva terminó llamándole Romerito y lo obligó a trabajar en «condiciones similares a la esclavitud» hasta que los dejó cuando tenía unos 15 años.

Ahora cree que es el último de los hermanos que continúa vivo y no ha vuelto a tener contacto con ninguno de ellos.

– Miedo a morir –

En 1987, Brasil adoptó una política de no contactar a las tribus aisladas, permitiendo la interacción solo si los propios indígenas la iniciaban. De lo contrario, deben dejarlos en paz.

Antes de eso, «era normal que la mitad de las personas no contactadas muriera dentro del primer año de contacto», principalmente por enfermedades, dijo Priscilla Schwarzenholz, investigadora principal de Survival International, grupo que aboga por los derechos indígenas y que recibió a Atxu en París.

Hoy en día, dice Atxu, los grupos aislados evitan el contacto porque temen «que los maten, porque los ‘civilizados’ tienen armas».

Atxu sabe, por su parte, que nunca regresará a su pueblo porque puede ponerlos en peligro. «No vale la pena contactar a mi gente (…) les transmitiré una enfermedad», dijo, «ya no soy esa persona de la selva».   

– ‘Déjenlos Vivir en paz’ –

Atxu trabaja actualmente con la Fundación Nacional de Pueblos Indígenas de Brasil (Funai), monitoreando el territorio Hi-Merima, que el gobierno reconoció oficialmente en 2005.

Habló con orgullo sobre su trabajo contra los pescadores clandestinos que intentan «invadir» la zona de los Hi-Merima y que no muestran «ningún respeto por el área».

Los incendios forestales y la deforestación representan otro riesgo para la supervivencia de los Hi-Merima, advirtió, señalando que el calor y la sequía intensos del año pasado pusieron en peligro sus hogares y su caza.

«A la gente le falta el sentido común para proteger la selva amazónica», dijo.

A pesar de esas amenazas, los Hi-Merima parecen haber crecido en los últimos 20 años, desde que las incursiones en su territorio fueron prohibidas.

«Se puede ver que hay niños, hay bebés (…) están creciendo y están saludables», dijo Schwarzenholz, estimando su número en aproximadamente 150, según los rastros que dejan en el bosque.

«Sé que ellos (los Hi-Merima) no saben que existo», afirmó Atxu. Pero dijo que compartir su historia era su manera de mantenerse conectado mientras aboga porque los grupos aislados decidan si es que desean hacer contacto y cuándo. Hasta entonces, «déjenlos vivir en paz», sostuvo.

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