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La Amazonía de Dios, patria, reses y Bolsonaro

Carlos Meneses

Manaos (Brasil), 8 sep (EFE).- Cerca de Manaos, en los márgenes del río Amazonas, la selva se entremezcla con iglesias evangélicas, cabezas de búfalo y cultivos. Aquí, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, aún conserva un apoyo importante entre una población más preocupada con mejorar sus vidas que con el medioambiente.

“Si dependiera de mi voto, Bolsonaro ya estaría elegido”, afirma a Efe Sebastiao Cortez desde su finca en Paraná da Eva, a unas dos horas en lancha rápida de Manaos.

Este productor rural de 39 años, que se protege del sol con una gorra en la que aparece escrito “Dios es fiel” y viste una camiseta de camuflaje, confía hasta en una victoria del líder ultraderechista en la primera vuelta de los comicios del 2 de octubre, pese a que los sondeos dan como favorito al exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva.

Comparte su vida con su novia, con la que tiene planes de boda, y dos hijas pequeñas, y cultiva unas diez hectáreas de propiedad familiar en las que produce papaya, calabaza, maracuyá, pepino, maíz y fríjol, que vende a minoristas de Manaos todas las semanas.

En la época de colecta suele tener unos 15 peones a su servicio.

Una “vida tradicional amazonense” a la que dará continuidad “hasta que Dios se lo permita”, dice sonriente desde la terraza de su casa de madera en esta comunidad donde hay más iglesias -dos evangélicas y una católica- que escuelas -una y muy precaria-.

El paisaje de los plantíos contrasta con la exuberancia de la espesa vegetación todavía intacta unos cientos de metros más adelante.

Explica que la producción dio un salto de calidad desde que en 2014 adquirió su primer tractor y que ahora está especializándose para zambullirse en el mundo de la ganadería, pero se queja de las exigencias medioambientales a la hora de acceder a créditos.

“La gente se cree que en el Amazonas solo viven indios y no es verdad. Hay una población muy grande, trabajadores rurales del área de la ganadería, la agricultura, piscicultores, que necesitan políticas para el sector”, defiende.

“BOLSONARO HABLA COMO NOSOTROS”

Cortez es un fiel seguidor de Bolsonaro, que tiene en la industria agrícola a uno de sus grandes valedores.

“Habla de la misma forma que nosotros y yo creo en eso”, expresa este antiguo votante de Lula, con el que se desencantó tras los escándalos de corrupción surgidos durante su gestión (2003-2010).

Como el actual gobernante, está en contra del “quédate en casa” contra la covid-19, pone en duda que haya 33 millones de brasileños pasando hambre, desconfía del sistema electrónico de votación y asegura que detrás de los datos récord de deforestación en la Amazonía hay una “narrativa” para perjudicar al Gobierno.

Asimismo, Cortez pone “peros” cuando se habla de preservar la naturaleza al poner por encima “la necesidad de consumo enorme” de una población mundial en crecimiento.

GEOPOLÍTICA DE LA AMAZONÍA

De hecho, en las ciudades amazónicas poco se habla de la conservación de la Amazonía, tema prácticamente ausente en las propagandas electorales locales.

Con un discurso contrario a la preservación de la selva, en 2018 Bolsonaro fue el más votado en la Amazonía, una vasta región hogar de casi 30 millones de brasileños, y para las próximas elecciones, está técnicamente empatado con Lula, según las encuestas.

Para el politólogo Carlos Souza, coordinador del Laboratorio de Estudios Geopolíticos de la Amazonía Legal en el estado de Pará, el bolsonarismo encuentra su caldo de cultivo en áreas dependientes de grandes grupos empresariales del sector minero, agropecuario y maderero, con gran capacidad de influencia sobre la población local.

También está en las ciudades, donde no se sufren directamente los impactos de la devastación ecológica, y en aquellos estados con un alto porcentaje de población migrante que no se identifica como amazónica y, por tanto, no tiene ese apego al bioma.

Sin olvidar la rápida penetración de las iglesias evangélicas, que comparten la misma agenda de valores ultraconservadores que Bolsonaro.

No obstante, Souza observa cierto “desencanto” desde que el mandatario asumió el poder, en 2019, y cree que en octubre lo tendrá más difícil que hace cuatro años, especialmente entre los más pobres.

UN ALTAR INDÍGENA PARA EL CAPITÁN

En Manaos, la ciudad más poblada de la Amazonía (dos millones), es bastante común ver vehículos estos días con banderas de Brasil, de la que se ha apropiado el bolsonarismo, y adhesivos pidiendo la reelección de su “mito”.

En el despacho de Januário Carneiro, coordinador del Distrito Sanitario Especial Indígena (DSEI) de Manaos, órgano dependiente del Ministerio de Salud que cuida de la salud de los pueblos originarios, hay hasta una suerte altar dedicado al gobernante.

Un cuadro de Bolsonaro con la banda presidencial luce ornamentado con un tocado de plumas de la etnia Apurinã y cuatro lanzas ancestrales, entre otros objetos indígenas.

Carneiro dice que lo que más le gusta de Bolsonaro, bajo cuya gestión han crecido las invasiones y la violencia en las reservas indígenas, es “su actitud” y “su seriedad” para resolver los problemas “sin medias tintas”.

“La Amazonía es nuestra y nosotros sabemos cómo cuidarla, Nacimos aquí, vivimos aquí y somos los reales protagonistas”, sentencia a Efe este enfermero de 37 años. EFE

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(foto)(video)

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