Cuando las telas tradicionales japonesas se unen a la sostenibilidad
Reiko Sudo es una de las diseñadoras textiles más famosas de Japón, conocida por la creación de tejidos que fusionan lo tradicional y lo más innovador. La sostenibilidad a la hora de elegir los materiales y los procesos de elaboración se ha convertido en algo fundamental para la diseñadora, que se ha inspirado en el antiguo saber hacer suizo.
Las obras de Sudo están llenas de imaginación. La tela de color azul oscuro llamada ‘Medusa’ está procesada para que parezca un banco de medusas nadando en el mar utilizando un material termorretráctil para hacer el patrón.
El Kami maki (rollos de papel) utiliza técnicas suizas del siglo XIX para transformar las cintas desmenuzadas en un hermoso encaje de color rojo intenso. Pero eso no es todo. Sudo también puede crear un par de sandalias tradicionales utilizando kibiso, un nuevo material derivado de los residuos de la seda.
Residuos de seda
Sudo es la directora de su propia compañía textil NUNO (tela en japonés) en Tokio desde hace más de 30 años, en la cual trabajan exclusivamente con tejedores y tintoreros de Japón, combinando las nuevas tecnologías con las prácticas tradicionales para crear tejidos originales. Su obra es muy aclamada en todo el mundo, y se conserva en la colección permanente del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Sus tejidos y muestras también se han expuesto recientemente en el Museo Textil de San Galo, en el este de Suiza.
Uno de los ejemplos más destacados de Sudo en materia de producción textil sostenible es precisamente el proyecto Kibiso que puso en marcha en 2008 con los fabricantes de seda de la ciudad de Tsuruoka, en la zona de producción de seda más septentrional de Japón.
El kibiso es la primera fibra que saliva un gusano de seda cuando fabrica capullos de seda. Debido a su grosor irregular y a su textura gruesa, nunca fue adecuada para hacer hilos y se utilizaba en cambio en productos para el cuidado de la piel.
Sudo y Tsuruoka Silk, un fabricante local de seda, desarrollaron una técnica para producir hilos finos a partir del kibiso. El nuevo material mostró tener una gran retención de humedad y un efecto antioxidante, igual que la seda, y también era ecológico.
Japón fue el mayor productor mundial de seda cruda a principios del siglo XX. Sin embargo, la industria sericícola ha sufrido un fuerte declive en los últimos años debido a la afluencia de productos de seda chinos de bajo coste y a la escasez de jóvenes sucesores en la fabricación local. Sudo pretendía ayudar a revivir la industria dando un giro a la tradición japonesa.
El proyecto kibiso, que se lleva a cabo desde hace diez años, se ha desarrollado incluso como marca: los bolsos, chales y sombreros de kibiso se venden holgadamente en Japón y en el extranjero.
‘Tiempo de arrepentimiento’
El interés de Sudo por la sostenibilidad comenzó con el cambio de milenio. En los años 90, Japón abrazaba la prosperidad de las fibras sintéticas, como el nailon y el poliéster. En aquella época, Sudo estaba inmersa en la fabricación de tejidos híbridos, mezclando fibras sintéticas y naturales: nylon y lana, por ejemplo.
Sin embargo, con la subida del precio del petróleo en la década de 2000, la gente empezó a darse cuenta de que los recursos petrolíferos tienen su fin. «Fue una llamada de atención para mí. Los diseñadores textiles no deben hacer tejidos que no puedan reciclarse químicamente. Debemos hacer que nuestra producción sea más sostenible», señalaba Sudo.
«Para mí, la década de 2000 fue una época de arrepentimiento. Cambié gradualmente los materiales no reciclables por los que podían reciclarse químicamente».
Por ejemplo, en los años 90 utilizaba cloruro de polivinilo para fabricar las ‘medusas’, pero cuando supo que la quema de cloruro de polivinilo liberaba sustancias cancerígenas, la diseñadora se pasó al alcohol polivinílico biodegradable, que no produce materiales tóxicos como la dioxina.
Inspirado en la tradición suiza
Los kami maki de encaje con dibujos en espiral también son una creación a partir de telas desechables. Sudo encontró daños en un tafetán de nailon que compró y tuvo que cortar la tela en finas cintas de 4 y 8 mm de ancho.
«Mientras pensaba cómo podía utilizarlas, me fijé en los rollos de papel apilados en las estanterías de nuestro estudio. Me parecieron preciosos». Los dibujó. «Entonces se me pasó por la cabeza el encaje químico y pensé que podría hacer algo con él».
Según el Museo Textil de San Galo, el encaje químico se inventó en Suiza en 1883. En el proceso original los diseños se bordaban sobre una base de seda que luego se disolvían con lejía.
Con el paso del tiempo, el este de Suiza se ha especializado en los textiles técnicos que se utilizan en la industria de movilidad, la industria médica y la aeroespacial. No obstante, hasta la primera mitad del siglo XX, el encaje químico y el bordado a máquina dominó el mercado mundial de la industria textil en esa zona.
Sudo lo sabía, por supuesto. «Me impresionó mucho la idea de fundir tela en una solución de lejía para hacer encaje». Las toneladas de cintas que tenía delante parecían perfectas para hacer encaje químico.
Siguió la tradición suiza, pero con un enfoque diferente: hilvanó la cinta sobre una base soluble en agua con una máquina de bordar, y luego la sumergió en agua, dejando el trazado de encaje.
Responsabilidad para el futuro
Como experta en diseño de tejidos, a Sudo le preocupa especialmente la contaminación ambiental en la industria de la ropa. Con el auge de la moda rápida, la producción en masa y los productos desechables fabricados con tejidos sintéticos baratos se han convertido en la norma, y África se está viendo inundada de residuos de ropa. Cada vez que se lava una parka o anorak de baja calidad, se liberan muchas fibras microplásticas que contaminan el océano.
Francia ha prohibido por ley deshacerse de la ropa nueva no vendida. Sudo cree que «toda la industria debe cambiar su mentalidad».
«Cuando se diseñan productos textiles, hay que pensar en cómo termina la vida del tejido», añade Sudo. «Creo que es nuestra responsabilidad para el futuro, como diseñadores textiles».
Reiko Sudo nació en la ciudad de Ishioka (Japón) en 1953. Después de trabajar como asistente en el Laboratorio Textil de la Universidad de Arte de Musashino, participó en la creación de NUNO, de la que llegó a ser directora. También es profesora en la Universidad Zokei de Tokio.
Crea nuevos tejidos utilizando técnicas tradicionales japonesas de teñido y tejido, así como tecnología moderna de vanguardia.
Sus obras son muy aclamadas tanto en Japón como en el extranjero y están en las colecciones permanentes del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York; el Museo de Bellas Artes de Boston; el Victoria and Albert Museum de Londres; y el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, entre otros.
Editado por Mark Livingston.
Adaptado del inglés por Carla Wolff.
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