“Las cosas horribles ocurren de manera tranquila y natural”
¿Cómo poner en escena la tragedia de Chernóbyl que en 1986 cambió la vida de miles de personas? El Théâtre en Flammes, de Lausana, nos propone un acercamiento de grandes dimensiones en los antiguos talleres mecánicos de Ferrocarriles Nacionales, en la ciudad de Vevey, hasta el 1 de julio.
Denis Maillefer, Massimo Furlan y Antoine Jaccoud, director, escenógrafo y dramaturgo, respectivamente, han escogido este lugar para contrastar, en un escenario de más de cien metros, la amplitud de la tragedia con la soledad de sus víctimas.
Se basan para ello en el libro de la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévitch, quien durante tres años recogió testimonios de personas cuya vida fue afectada por la explosión de la central nuclear. Publicó el resultado de sus entrevistas en 1996 bajo el título de ‘La súplica de Chernóbyl’.
En la obra se encuentra, por ejemplo, el relato de la bióloga que se siente doblemente traicionada: primero, por el “concepto idílico de las centrales nucleares seguras”, y después, por las medidas de urgencia adoptadas en forma parcial e hipócrita.
Escuchamos las quejas de la joven -¿con un cuerpo irradiado?- que no puede encontrar novio; vemos a la campesina que se quedó a vivir en las afueras de Chernóbyl y que insiste en que “todo vive por aquí”; acompañamos al hombre que quiere testimoniar y no encuentra las palabras y seguimos la narración de la esposa que ha visto a su marido transformarse en un bulto canceroso, casi antihumano.
Los nueve personajes retratados están acompañados por un coro de unas cincuenta personas, que cantan o murmuran música folclórica rusa y composiciones modernas del grupo Velma, de Lausana. Pero lo más importante de este espectáculo no son realmente las personas sino las dimensiones aplastantes. Y es, de hecho, lo primero que el público percibe al entrar en el taller.
Después de haber pasado por interminables vestuarios gastados y en desuso, se pierde en esa inmensa sala grisácea que está llena de polvo y de lancinantes ruidos de fábrica que la recorren de un lado a otro.
En el suelo, y a la altura de la vista, se encuentran más de cincuenta televisores; y si el público ya se siente ligeramente desconcertado por la amplitud del escenario, las imágenes transmitidas por los televisores – cielo azul y plácido, y campos de flores mecidos por el viento – anuncian un contraste que refuerza este sentimiento. Contraste que se volverá a encontrar en las canciones polifónicas que dan un fondo ambiental totalmente en desacuerdo con los horrores que cuentan los personajes.
Entonces surge en el espectador un sentimiento de sofoque, de desajuste y de incomprensibilidad, ¿débil resonancia de lo que pudieron haber sentido las víctimas? En cierto momento, este sentimiento fue experimentado también por la compañía que quiso aligerar el espectáculo, como comentó un miembro del coro a swissinfo. Pero Denis Maillefer insistió en ese exceso y la mismísima autora le dio razón: habiendo asistido a dos representaciones se mostró muy contenta con el resultado.
Con ‘La Supplication’ se nos presenta un espectáculo en el que todo, la música, la luz, la utilización de los televisores y los movimientos del coro, están impecablemente coordinados.
Lo único que parece no concordar tanto con el resto y parece un poco arrinconado son los nueve actores. Y tal vez se pueda poner algún reparo a ese nivel: cierto, se logra la emoción del público a través de la inmensidad pluridmensional, pero ¿tienen que operar esas dimensiones en detrimento de la actuación? ¿O es que se nos quiere mostrar con eso justamente la impotencia del ser frente al poder de la maquinaria radioactiva?
Salimos del taller y nos dirigimos hacia el lago Leman para respirar un poco de aire “puro”, quedándonos con esa duda…
Irene Flueckiger, Lausana
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