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El fin de la Batalla de las Begums y la venganza de dos viudas de alto rango de Bangladés

Indira Guerrero

Nueva Delhi, 30 dic (EFE).- Con la muerte de Khaleda Zia termina hoy la «Batalla de las Begums», una guerra de desgaste personal que durante tres décadas transformó Bangladés en el tablero de dos viudas herederas de sangre que usaron las instituciones democráticas como armas para vengar a sus maridos y padres asesinados.

Bajo este apelativo, un título honorífico musulmán reservado para las damas de alto rango, ambas protagonizaron una historia que se cierra hoy con simetría. Mientras Zia ha fallecido a los 80 años en Daca con el cuerpo destrozado por la cárcel pero libre, su archienemiga Sheikh Hasina, de 78 años, sigue viva pero muerta políticamente, escondida en la India y con una condena a la pena capital sobre su cabeza.

Herederas de sangre

Esta pugna fue una disputa protagonizada por dos mujeres que entraron en política no por vocación, sino sobre los cadáveres de sus familias. Sheikh Hasina es la hija de Sheikh Mujibur Rahman, el padre de la patria asesinado en 1975, y Khaleda Zia era la esposa de Ziaur Rahman, el general que ascendió al poder tras ese caos y que fue asesinado en 1981.

«Khaleda Zia no venía de un entorno político ni fue tutelada para ello, fue solo tras el asesinato de su esposo cuando asumió el liderazgo», explica a EFE Sreeradha Datta, profesora de Asuntos Internacionales en la Universidad Global O.P. Jindal, quien destaca que la viuda «lo hizo muy hábilmente», transformando el duelo en una maquinaria política que no hizo más que ganar fuerza para desafiar a la hija del padre de la patria.

Hasina siempre acusó al marido de Zia de ser cómplice de la muerte de su padre, mientras que Zia acusó a Hasina de vender la soberanía del país a la India.

El secuestro de una nación

Lo que siguió fue un intercambio de poder que funcionó como un reloj de la venganza en el que, cuando una gobernaba, la otra intentaba hacer el país ingobernable. Zia ganó las elecciones en 1991 convirtiéndose en la primera mujer primera ministra, Hasina volvió en 1996, Zia regresó en 2001 y Hasina recuperó el trono en 2009 para no soltarlo más.

Durante décadas las «Begums» no se dirigieron la palabra, sus seguidores se mataban en las calles en cada ciclo electoral y las huelgas generales convocadas por una contra la otra costaron millones a la economía, obligando al ciudadano común a elegir bando no como una opción política, sino como un seguro de vida.

La victoria pírrica de Hasina

El equilibrio se rompió en 2009 cuando Hasina, decidida a no ceder el poder nunca más, utilizó el aparato del Estado para desmantelar a su rival, logrando que Zia fuera condenada por corrupción en 2018 y que la imagen de la ex primera ministra en silla de ruedas se convirtiera en el símbolo de la autocracia.

Datta destaca que, pese al «desierto político» de los últimos 16 años y a la enfermedad, la supervivencia de la oposición es mérito exclusivo de su resistencia simbólica. «Ella fue quien lo mantuvo todo unido; todos la ven como la líder icónica», asegura la analista sobre la capacidad de Zia para evitar la desintegración del Partido Nacionalista de Bangladés (BNP) desde el cautiverio.

El final inesperado y el nuevo paisaje

La historia tenía reservado un giro final que ninguna de las dos calculó, ya que no fue Zia quien derrocó a Hasina, sino una generación de estudiantes que forzó a la líder de la Liga Awami a huir en helicóptero el pasado agosto.

El destino ha querido que Zia sobreviva a la dictadura de su rival apenas un año y cuatro meses y muera viendo a su enemiga fugitiva y condenada, pero dejando a su propio partido consolidado en manos de su hijo, Tarique Rahman.

«Es acertado decir que la batalla ha terminado. Es el momento de la historia en el que veremos un liderazgo diferente, más allá de Khaleda Zia y Sheikh Hasina», sentencia Datta.

Aunque Hasina sigue viva en el exilio, la profesora subraya que «su futuro político ciertamente casi ha terminado», por lo que Bangladés despierta hoy ante un paisaje inédito donde, pese a la sucesión dinástica en marcha con el hijo de Zia, la desaparición de las dos matriarcas augura «una ruptura con la política bipolar» que mantuvo al país rehén de dos familias durante medio siglo. EFE

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