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El Louvre vuelve a Jacques-Louis David, revolucionario y padre de la Escuela Francesa

Nerea González

París, 14 oct (EFE).- Más de 30 años después de la última gran retrospectiva dedicada a su figura, concebida por el bicentenario de la Revolución francesa (1789), el Louvre regresa este 2025 a Jacques-Louis David, el padre de la Escuela Neoclásica Francesa y el primer gran artista con un verdadero rol político de la historia de Francia.

Lo hace con una nueva exposición monográfica -bautizada simplemente con el nombre del artista- que abrirá sus puertas este miércoles y se podrá visitar hasta el próximo 26 de enero, en coincidencia con el segundo centenario de la muerte de David, ocurrida en el exilio en Bruselas en 1825.

Nacido en París en 1748, fue una figura monumental que supo regenerar la pintura y que permanece en el imaginario colectivo gracias a imágenes tan potentes como ‘La muerte de Marat’, ‘Napoleón cruzando los Alpes’ o ‘La consagración de Napoleón’.

Y es que David fue el primer gran maestro de la «comunicación política», apuntó Sébastien Allard, uno de los comisarios de esta exposición al presentarla a la prensa, con lo que uno de los retos de esta muestra fue presentarlo en toda su complejidad, como algo más que un «creador de imágenes».

Su compromiso, tanto artístico como político, es el eje que vertebra la retrospectiva, empezando por sus años de formación, en los que ya tenía claro que no se conformaría con menos que ser el mejor pintor de su época.

Quería una «ascensión fulgurante», describió Côme Fabre, comisario de la muestra junto a Allard, y por eso se presentó hasta cinco veces al Premio de Roma, una prestigiosa beca que otorgaba por la Academia Real de Pintura y Escultura de Francia y que permitía a los ganadores estudiar en la Academia Francesa de Villa Medici, en Roma.

Fue allí donde se nutrió de influencias como el claroscuro de Caravaggio o la pintura de Rafael, y aunque se fue prematuramente al cabo de cinco años para regresar a París, retornaría después de nuevo para pintar una de sus primeras obras maestras indiscutibles, ‘Juramento de los Horacios’ (1784).

En ella se aprecia ya la filosofía de David acerca de una pintura que «actúa sobre el mundo porque muestra ejemplos de virtud», según Allard. Concretamente, en este caso, porque habla de la defensa de la patria, en el caso de los personajes masculinos, y de sacrificio, en el caso de las mujeres.

David, un revolucionario comprometido

A partir de 1789, la exposición del Louvre refleja cómo el compromiso de David se vuelca con la Revolución y la representación de la voluntad colectiva, algo que planeaba materializar en el inacabado y monumental ‘El juramento del Juego de Pelota’ (1790-1794).

El avance de los acontecimientos fue más rápido que sus manos y el retrato de ese momento fundacional de la Revolución fue abandonado, ya que muchos de los personajes que debía plasmar empezaron a ser sospechosos o incluso fueron ajusticiados.

Su evolución política siguió la de Maximilien Robespierre y fue elegido diputado y miembro del Comité de Seguridad General, uno de los tres grandes organismos de gobierno.

Además de su labor política, sus obras de la época retrataron a los mártires de la Revolución y fueron expuestas, por ejemplo, como contrapeso a la emoción popular el día de la ejecución de María Antonieta, para recordar al pueblo quiénes eran los verdaderos sacrificados.

Fue uno de los pocos colaboradores de Robespierre que sobrevivió a aquellos años y, al llegar a la época del Directorio, se propuso volver a la cúspide de la pintura.

Lo lograría con obras como ‘El rapto de las sabinas’ (1799), que representaban un «mensaje de reconciliación del pueblo francés», de acuerdo a Allard, y que es la siguiente gran parada de esta retrospectiva cronológica.

Bajo el Imperio napoleónico, su voluntad de representar la voluntad popular se transformó en el impulso de retratar al «hombre providencial que tiene el destino de salvar a Francia», tal y como los comisarios de la muestra ejemplifican con el archiconocido ‘Napoleón cruzando los Alpes’.

«Es el único pintor del Imperio que no pinta escenas militares», puntualizó Allard, pero David nunca hasta este momento había sido «menos libre para crear», ni siquiera cuando trabajaba para el rey de Francia.

La vuelta de los Borbones al poder convierte al que fue maestro de figuras como Jean-Auguste-Dominique Ingres o Pierre-Narcisse Guérin en proscrito, por regicida y por haber reconocido al Imperio.

Se refugia en Bélgica, donde acabará sus días a pesar de las ofertas para ser amnistiado, y eso se reflejó en una pintura final en la que David vuelve, según los comisarios, «a sus orígenes», despojada de «heroísmos». EFE

ngp/cat/alf

(foto) (vídeo)

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