En Mosul el tren no pasa desde hace diez años
Hace bastante tiempo, iraquíes y orientalistas que merodeaban por el lugar partían desde aquí hacia Berlín, Estambul o Venecia. Hoy, la estación de Mosul está en ruinas y sus locomotoras calcinadas recuerdan a sus habitantes hasta qué punto están aislados del mundo.
A causa de los enredos geopolíticos y de los conflictos, el trayecto del «Taurus Express», que enlazaba desde principios del siglo XX a Basora, en el extremo sur de Irak, con Turquía, en la prolongación del célebre Orient-Express (París-Viena-Estambul), se fue reduciendo más y más.
Desde Mosul, donde el tráfico ferroviario bajó drásticamente desde la invasión estadounidense de 2003, dos tres continuaron saliendo cada semana, rumbo a Gaziantep, en el sur Turquía. Hasta un día del verano de 2010.
Amer Abdalá, de 47 años, era maquinista en los trenes que iban a Siria, en el oeste, y a Bagdad, al sur. «Todos los días había trenes de pasajeros o de mercancías», recuerda el hombre, padre de cinco hijos, que sigue llevando en el corazón a su «querida» locomotora.
– La olvidada edad de oro –
Hoy, su «querida» amarilla, roja, verde y negra yace, volcada hacia un lado y oxidada, con vagones y raíles reducidos a chatarra o calcinados a su alrededor.
Antes, recuerda Ali Ogla, de 58 años, «por solo 1.000 o 2.000 dinares [menos de un dólar] podías ir a Bagdad o a otras partes en Irak».
«Era un medio de transporte cómodo para los enfermos o los discapacitados. Y estábamos seguros de la que la mercancía llegaría sin retraso ni dañada», añade el hombre, de imponente bigote negro y con chilaba gris.
El rey Fayçal II, derrocado en 1958, contaba incluso con una sala de recepciones dentro de la estación, cuenta Mohamed Abdelaziz, ingeniero ferroviario, en paro técnico desde hace años.
«Aquí había uno de los hoteles más viejos de Mosul, cafeterías, jardines, un garaje para los coches y, antes de los coches, las calesas», explica a la AFP.
Cientos de familias vivían gracias al tren: «empleados del ferrocarril o de la construcción, comerciantes, restauradores, dueños de cafés, taxistas…».
Fue a través de Mosul que un tren conectó Bagdad con Estambul, el 1 de junio de 1940.
Hoy, la capital solo está conectada con Faluya (oeste) y Kerbala y Basora (sur). Un balance mucho menor al de las 72 conexiones diarias, en 2.000 kilómetros de raíles, que se ofrecían en la época dorada, justo antes del embargo impuesto al régimen de Sadam Husein en los años 1990.
– Ruinas y desolación –
Mucho antes de eso, Irak estaba a la última en progreso en Oriente Medio. Desde 1869, Bagdad contaba con un tranvía, del que hoy ya no queda nada, ni los elegantes vagones de madera de dos pisos ni tampoco los raíles, que se llevó por delante el crecimiento intensivo de la capital a causa del éxodo rural.
La agonía de la estación de Mosul fue más larga. El 31 de marzo de 2009, un camión bomba destruyó una parte. Y luego, el 1 de julio de 2010, el último tren partió de allí, sin itinerario de vuelta, hacia Gaziantep.
La tercera ciudad de Irak, antaño cruce comercial de Oriente Medio, fue más tarde arrasada por los combates contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI), entre 2014 y 2017.
La estación quedó «destruida en un 80%», afirma Qahtan Loqman, responsable de los ferrocarriles del norte de Irak.
No obstante, desde la liberación de la ciudad, hace tres años, la estación ha quedado fuera de cualquiera de los grandes proyectos de reconstrucción, «sin fondos ni calendario», señala Loqman.
– Volver a los «días buenos» –
Y sin embargo, con ella desaparecería una gran parte de Irak. Además de su posición estratégica en los confines de Irak, Siria y Turquía, la estación de Mosul ha visto desfilar a los más grandes.
Hace casi un siglo, fue en sus pasillos donde la escritora británica Agatha Christie ideó sus intrigas policiales, algunas de las cuales situó en Mosul.
Unas décadas después, la diva de la canción árabe Um Kalsum «pasó por la sala de recepciones real», asegura el director de la estación, Mohamed Ahmed.
Y en 1970, durante un mítico concierto de la cantante libanesa Sabah, las campanas y silbatos de la estación dejaron de sonar para no perturbar el espectáculo.
Nur Mohamed, una madre de familia de 37 años, afirma recordar los viajes en tren que con su abuela para ir al campo.
«Tenía diez años y, con familiares, amigos y vecinos, mirábamos desfilar el paisaje por las ventanillas. Eran días buenos. Espero volver a ellos», comenta, nostálgica.