Éxito del comercio equitativo
La marca del comercio equitativo Max Havelaar goza de la mayor consideración por parte de los consumidores suizos. El año pasado, la Fundación registró un crecimiento del 7% en sus ventas. Sus productos asociados del Sur ganaron unos 18 millones de francos suizos.
Pero en principio disipemos el malentendido: no hay productos Max Havelaar, sino una etiqueta que lleva el nombre del héroe de una novela holandesa del siglo XVIII que denunciaba la explotación de los agricultores en las colonias.
Actualmente es una sigla que garantiza que un producto llega al mercado en condiciones de un comercio equitativo entre Norte y Sur.
Los distribuidores se comprometen particularmente, por un contrato de licencia, a pagar un precio mínimo a los productores, pero también una prima suplementaria que alimenta un fondo de desarrollo social. Por su parte, las organizaciones de productores deciden democráticamente cómo utilizar ese beneficio adicional.
En Suiza, fue en 1992 cuando seis grandes organizaciones benévolas crearon la Fundación Max Havelaar, con el apoyo de la Secretaría de Estado para la Economía.
Hoy en día esa institución, no lucrativa y que no emplea más que a siete personas, no recibe más subvenciones. Sobrevive gracias a los derechos de licencia que otorga a sus productores y distribuidores.
Pero la entidad va bien. Ocupa alrededor de 20% del mercado suizo del plátano y 7% de aquel del café. El año pasado logró una cifra de negocios de más de 62 millones de francos de los cuales 18 millones irán a parar directamente a millares de familias de los campesinos y trabajadores del Sur.
«Es una bendición», se dice en la Fundación. Veamos por ejemplo los precios del café: estaban en su nivel más bajo, el año pasado, en el mercado internacional. Sin embargo, un productor Havelaar ganó más del doble de un «cultivador ordinario» gracias al precio mínimo fijado como garantía en alrededor de 4.70 francos suizos el kilo de café verde.
Tres céntimos por taza, eso es lo que cuesta el suplemento a los consumidores suizos de café Havelaar. «Son ellos nuestros verdaderos accionarios, explica Paola Ghilani, directora de la Fundación, son ellos quienes con su elección pueden influir en el sistema económico. Encontraron ahí una respuesta a su exigencia de una mayor justicia en el comercio».
Sin embargo, el «método Havelaar» no se presenta como un remedio-milagro de la modernización ni como un sistema perfecto. Por prudencia y preocupación de transparencia, desarrolla sus propios sistemas de vigilancia y de control.
Al final de cuentas, constata Paola Ghilani, «hemos demostrado que el comercio equitativo es posible».
Entonces, al escuchar las reivindicaciones del campesinado suizo que teme por su futuro, uno se pregunta ¿por qué no aplicar esa etiqueta a los productos agrícolas del terruño?
La Fundación confiesa que la forma en que se precipitaron los hechos la tomó desprevenida. Su objetivo esencial era combatir las inegalidades del comercio Norte-Sur. Pero ¿qué puede hacer cuando los problemas de un comercio justo y equitativo se plantean en su propio país? La pregunta, por el momento, parece no tener respuesta.
Bernard Wissbrodt
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