
Así puede Suiza influir con la presidencia de la OSCE en 2026
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) es una sombra de lo que fue. Suiza asumirá la presidencia el próximo año, y deberá prepararse para escenarios muy diversos, escribe el exsecretario general Thomas Greminger.
La OSCE lleva años completamente polarizada. Si bien las misiones sobre el terreno en los Balcanes Occidentales, Europa del Este y Asia Central siguen realizando un trabajo valioso, lo mismo puede decirse de la labor de asesoramiento del Secretariado en temas de amenazas transnacionales —como la trata de personas, el extremismo violento y el terrorismo, la ciberseguridad— y del trabajo de sus centros de competencia en derechos humanos, Estado de derecho y democracia (ODIHR), derechos de las minorías nacionales (HCNM) y libertad de prensa (RFOM).
Sin embargo, en el plano político, las plataformas de diálogo de la organización están bloqueadas. No desempeña ningún papel en la gestión del conflicto en Ucrania y ha desaparecido del radar político de las figuras clave de la seguridad euroatlántica.
Es muy posible que este sea el carácter dominante de la organización sobre la que Suiza asumirá la responsabilidad política el próximo año. Esto significaría que los márgenes de maniobra política serán muy limitados y que el objetivo principal será asegurar la supervivencia de la organización de cara a tiempos mejores.
En una situación así, no se obtendrían grandes laureles en política exterior. Pero incluso en ese escenario, con una buena preparación y una diplomacia inteligente, serían posibles reformas institucionales modestas y algunos avances temáticos. Pienso, por ejemplo, en la lucha contra la desinformación, la seguridad en el ciberespacio o la relación entre nuevas tecnologías (inteligencia artificial, computación cuántica, biotecnología) y la seguridad.
¿Puede volver la OSCE a ser una figura central?
Lo que hace tan exigente la preparación para la tercera presidencia suiza de la OSCE —tras 1996 y 2014— es la incertidumbre sobre la evolución del entorno político. Si la guerra en Ucrania llegara a su fin en los próximos meses, la OSCE —posiblemente en colaboración con las Naciones Unidas— podría desempeñar un papel en la supervisión del alto el fuego. Si esto se lograra, la OSCE volvería a ser una figura central en la seguridad europea.
Un alto el fuego acompañado de un acuerdo sobre principios de resolución del conflicto crearía las condiciones iniciales para complementar la disuasión militar con ciertos elementos de seguridad cooperativa en el orden de seguridad europeo. Serían necesarios mecanismos rápidos de reducción de riesgos militares y medidas de fomento de la confianza y la seguridad para estabilizar la larga línea divisoria entre Rusia y Occidente. En una Europa altamente armada, también habría que volver a negociar sobre el control de armamentos convencionales.
En el ámbito no militar, habría elecciones que observar, derechos de las minorías que garantizar y libertad de prensa que restablecer en un contexto postconflicto. En todos estos campos, la OSCE, como la organización de seguridad más inclusiva de Europa, tiene mucha experiencia y herramientas adecuadas.
El desafío para la presidencia suiza consiste en posicionar políticamente las herramientas de la OSCE en el momento adecuado y garantizar que la organización esté en condiciones de utilizarlas cuando se le requiera. Ambas tareas son todo menos triviales, dada la marginación política y los recursos extremadamente limitados de la organización.
Una posible solución sería buscar nuevas coaliciones entre países que no estén dispuestos a alinearse con ninguno de los polos. Este ya fue un modelo de éxito en el proceso de la CSCE: los llamados Estados N+N, neutrales y no alineados, lograron mediar repetidamente entre las grandes potencias.
Anticipar diferentes escenarios
Por ello, la política exterior suiza debe prepararse para realidades muy distintas. Se requiere previsión estratégica y anticipación: deben pensarse opciones políticas para distintos escenarios. Un futuro incierto obliga a una preparación aún más rigurosa de todos los aspectos que pueden ser planificados.
Nuestra experiencia durante la presidencia de 2014 lo confirmó, cuando tuvimos que afrontar —de forma inesperada pero finalmente exitosa— la crisis en y alrededor de Ucrania. Se demostró lo importante que es poder tomar decisiones rápidas entre Berna y Viena para reaccionar con flexibilidad ante los acontecimientos y, si es necesario, movilizar reservas.
Es perfectamente posible que la presidencia suiza de la OSCE en 2026 sea una tarea ardua y poco gloriosa. Pero incluso en ese caso, se espera de Suiza que se comprometa con la supervivencia de la OSCE y con los elementos restantes de la seguridad cooperativa en Europa.
Sin embargo, también podría ser diferente: si se abren nuevas oportunidades en Ucrania para reconstruir la seguridad europea, Suiza, como presidenta de la OSCE, dispondrá de herramientas clave para contribuir a ese proceso —una oportunidad a no dejar pasar.
Adaptación al español, Patricia Islas

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