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Suiza y las Olimpiadas, una larga aventura

Xeno Müller conquistó una medalla de oro para Suiza en las Olimpiadas de Atlanta de 1996.

Sociedad, política y valor simbólico del deporte: las relaciones entre la Confederación y los Juegos marcan un siglo de historia nacional. Iniciada de manera discreta, con una falta de interés casi absoluta, la historia de la presencia suiza en las Olimpiadas contiene algunos capítulos muy interesantes.

Desde la primera edición hasta hoy han discurrido 112 años en los que se ha transformado la faz del deporte helvético.

El primer suizo que obtuvo una medalla olímpica fue el gimnasta de Neuchâtel Louis Zutter. En el lejano 1896, año de la primera edición de los Juegos, Zutter viajó por cuenta propia a Atenas y volvió con dos medallas de plata y una de oro.

Su victoria pasó prácticamente desapercibida en la Confederación. El ‘Neue Zürcher Zeitung’ dedicó unas pocas líneas al acontecimiento y, además, cometió un error en la transcripción del nombre. La revista especializada ‘Schweizerische Turnzeitung’ tampoco prestó casi atención a la cita ateniense, dedicó sin embargo un amplio espacio a la reunión gimnástica de Brugg, en el cantón de Argovia.

Distintas concepciones

A comienzos del siglo XX, el espíritu olímpico tenía todavía dificultades para imponerse entre la población suiza: a un contexto histórico desfavorable -las relaciones internacionales surgidas de la Primera Guerra Mundial y la anulación de los Juegos de 1916- había que sumar un factor ligado a la tradición.

En Suiza la actividad deportiva estaba encuadrada principalmente en las importantes federaciones nacionales de tiro, esquí, equitación y gimnasia, que estaban más interesadas en cuestiones internas que en las Olimpiadas.

“En aquella época la práctica gimnástica, sobre todo, tenía un carácter cívico. Se entendía como una forma de educación de la población suiza y este aspecto tenía más importancia que los resultados deportivos”, explica a swissinfo el historiador Marco Marcacci.

“La gimnasia, que desde finales del siglo XIX había entrado poco a poco a formar parte de la enseñanza escolar suiza, consistía entonces casi exclusivamente en el desarrollo de actividades colectivas, con el objetivo de lograr un desarrollo armónico de todas las partes del cuerpo”, añade Laurent Tissot, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Neuchâtel.

La unión hace la fuerza

En 1923 se produjo el cambio decisivo. La Asociación Suiza de Educación Física (ASEF), que reagrupaba a las federaciones nacionales, firmó un acuerdo con el Comité Olímpico Suizo.

Así, este último se convirtió en un órgano de la ASEF, dotado de plena autonomía por lo que respecta a la selección de los atletas suizos para las Olimpiadas y a la preparación de las delegaciones.

Desde aquel momento la colaboración entre las dos entidades fue constante, con unos resultados apreciables ya a corto plazo: 25 medallas en París en 1924 y 17 en Ámsterdam cuatro años después. Los mayores éxitos se dieron en las disciplinas tradicionales suizas: gimnasia, remo y lucha.

Nuevos planteamientos

Las Olimpiadas de Berlín en 1936 marcaron un cambio de mentalidad. “A partir de los años treinta se intentó dar al deporte una significación principalmente patriótica. Al estilo de lo que ocurrió en la vecina Alemania, donde los Juegos se convirtieron en una gran celebración propagandística, se tomó conciencia del papel desempeñado por el deporte como elemento de cohesión nacional”, afirma Marcacci.

En consecuencia, “también en los países en los que prevalecía un planteamiento democrático como Suiza, se abría camino la idea de utilizar el deporte como instrumento de movilización de la juventud, integrándolo en la preparación militar”.

Por este motivo el gobierno suizo decidió crear en 1944 la Escuela Federal de Deporte en Macolin, cantón de Berna, inicialmente con el objetivo de mejorar las prestaciones físicas de los soldados.

Desmilitarización del deporte

“El carácter militar del ejercicio físico disminuyó en los años de fuerte crecimiento económico de la posguerra, a la vez que se dio una progresiva evolución del pensamiento”, indica Marcacci.

A partir de los años 70 el cambio se hace aún más evidente. En 1967 la creación, siempre en Macolin, del Instituto de las Ciencias del Deporte ratifica el enfoque científico.

En 1970 se incluye el deporte en la Constitución federal. Dos años más tarde la ley federal que promueve la gimnasia y el deporte sienta las bases del movimiento Juventud + Deporte, permitiendo el sostenimiento del deporte femenino.

“Paralelamente –afirma Marcacci- el aspecto comercial y la búsqueda de resultados empiezan a predominar de manera decisiva. Estas características se hacen aún más evidentes a partir de los años 80”.

Tiempos modernos

El resto es historia del pasado reciente. A pesar de no tener una tradición deportiva comparable a la de las disciplinas invernales, los atletas suizos –gracias en buena medida a unas infraestructuras de calidad y a los medios financieros- consiguen tener éxitos importantes.

Entre los resultados que han suscitado un mayor entusiasmo figuran, por ejemplo: la plata conseguida por Markus Ryffel en 1984 en Los Ángeles (5.000 metros); la medalla de bronce conquistada por Werner Günthör en 1988 en Seúl (lanzamiento de peso); el oro del tenista Marc Rosset en 1992 en Barcelona (tenis); y el éxito de Xeno Müller cuatro años más tarde en remo.

swissinfo, Andrea Clementi
(Traducido del italiano por José M. Wolff)

El barón y educador francés Pierre de Coubertin (1863-1937) es considerado como el padre del movimiento olímpico. Tomando prestado un concepto de la pedagogía anglosajona, Coubertin consideraba el deporte como un instrumento de educación, de aprendizaje de valores y de preparación en la lucha por la vida.

Por otra parte y a consecuencia de la derrota de Francia en la guerra de 1870 contra Alemania, el barón recriminó a los intelectuales franceses “el sentarse muy a menudo sobre sus propios cerebros”, olvidando cultivar también el aspecto físico.

A impulso de Coubertin se fundó en 1894 el Comité Internacional Olímpico (CIO), que fue trasladado a Lausana durante la Primera Guerra Mundial. El primer suizo en ser miembro del COI –el barón Godefroy de Blonay- fue también el primer presidente del Comité Olímpico Suizo, creado en 1912.

La primera edición de las Olimpiadas modernas tuvo lugar en Atenas en 1896. Participaron 249 atletas, de los que 168 eran griegos y los otros 81 representaban a 13 países (3 suizos). Hubo 9 especialidades: atletismo, ciclismo, gimnasia, esgrima, lucha, natación, halterofilia, tenis y tiro.

Sólo cinco deportes han estado presentes en todas las Olimpiadas de verano: atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia y natación.

En los últimos Juegos de Atenas 2004 participaron 10.625 atletas, procedentes de 201 países, en 28 disciplinas.

Hasta la fecha, Suiza ha logrado 168 medallas en las Olimpiadas de verano (42 oros, 68 platas y 58 bronces) y 117 en las de invierno (37, 37, 43).

A pesar del escepticismo de Coubertin, que era partidario de que para ellas era mucho más indicado practicar deporte sin mostrarse en público, las mujeres comenzaron a participar en las Olimpiadas a partir de la edición de 1900 en París.

En aquella ocasión compitieron 22 atletas sobre un total de 997 participantes, centrándose en cinco disciplinas: tenis, vela, equitación, golf y croquet.

En términos globales, la cuota de participación femenina en las Olimpiadas ha pasado del 5% en 1924 al 38,2 en 2004. La primera mujer suiza que obtuvo una medalla olímpica fue Helen de Pourtalès, que ganó en 1900 una prueba de vela disputada sobre el Sena.

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