
Sumi se mantiene firme: voces de resiliencia en una ciudad amenazada por la ofensivva rusa
Rostyslav Averchuk
Leópolis (Ucrania), 20 jun (EFE).- Mientras las fuerzas ucranianas luchan por detener el avance de Rusia hacia Sumi, los residentes de la capital regional comparten con EFE su determinación de permanecer en sus hogares y mantener viva la ciudad a pesar de la escalada de los ataques aéreos y la creciente tensión.
La región comparte con Rusia una frontera de 560 kilómetros de longitud y la ciudad homónima está sólo a 30 kilómetros de territorio ruso, por lo que a los habitantes de Sumi el peligro no les es ajeno.
«La sensación de amenaza es omnipresente, pero no nos paraliza. Sumi es como un hormiguero: llena de vida, en constante movimiento y activa», afirma Natalia Yesina, activista de derechos humanos de 39 años y presidenta del Consejo de Desplazados Internos local.
«Tras fuertes ataques, la gente se queda brevemente aturdida, pero se recupera rápidamente y vuelve a sus rutinas. Es admirable», afirma Yesina.
Como otros miles de personas, Yesina encontró refugio en Sumi en 2014 tras huir de su Lugansk natal, con el inicio de la guerra en el Dombás.
Es plenamente consciente de la amenaza que supone la ofensiva rusa en curso, con fuerzas enemigas actualmente a unos 22 kilómetros de la ciudad y ataques diarios de drones y artillería.
Yesina recuerda vivamente cómo los residentes se autoorganizaron para bloquear las entradas a la ciudad y ayudar a los más vulnerables cuando las fuerzas rusas amenazaron con tomarla al inicio de la invasión.
Tres años después, no tiene planes inmediatos de marcharse, aunque está dispuesta a hacerlo temporalmente si el peligro para su hijo de 16 años se vuelve crítico.
La ciudad bajo ataque
Analistas militares ucranianos creen que Rusia carece de la fuerza para tomar Sumi o avanzar mucho más cerca a corto plazo. De hecho, el avance ruso se ha ralentizado a lo largo de un frente de 50 kilómetros, tras avanzar entre 9 y 11 kilómetros en algunas zonas.
No obstante, persiste el temor de que Rusia continúe intensificando los ataques contra la población civil. Si sus fuerzas avanzan sólo unos kilómetros más, Sumi podría quedar al alcance de drones de corto alcance, que podrían ser utilizados para aterrorizar a los residentes, como se ha visto en la ciudad sureña de Jersón.
Olena Drozd, una dentista de 37 años, ya no utiliza aplicaciones en línea populares para rastrear la llegada de drones y misiles. Las explosiones suelen producirse antes de que suenen las sirenas antiaéreas, afirma, lo que deja a los residentes poco tiempo para ponerse a salvo.
Los ataques rusos a gran escala, como el de abril, perpetrado con misiles, en el que murieron 35 personas, tienen un efecto deprimente, mientras que las constantes explosiones nocturnas también tienten un alto coste psicológico. Aún así, no cunde el pánico.
«La gente ha aprendido a vivir en guerra», explica Drozd.
Aceptar la realidad
La situación difiere profundamente de la de hace más de tres años, cuando los tanques rusos estaban ya cerca de la casa de Drozd en las afueras de Sumi.
«Cuando empezó la guerra, no estábamos preparados. No creíamos que fuera a ocurrir, hasta el último momento. Ahora, la gente ha aceptado la realidad», dice.
En 2022, Drozd escapó de la zona de guerra y encontró refugio en Dinamarca, donde se quedó durante un año y medio con su hijo. En la actualidad, a pesar de las frecuentes explosiones cerca de su casa, no tiene planes de abandonar Sumi a menos que sea absolutamente necesario.
«Siento que necesito estar aquí, y veo que soy útil aquí, al igual que otros que se quedan», dice Drozd. Su hijo, de 10 años, se hace eco de su determinación y desea quedarse en el país donde también vive su padre a pesar de los sonidos diarios de la guerra.
«Por supuesto, no somos robots. Por mucho que te armes de valor, sigues deseando una realidad diferente, para ti y para tus hijos», admite, y comparte que encuentra alivio en las prácticas de meditación.
Ambas mujeres mantienen lo que llaman expectativas «realistas» sobre la guerra.
«La guerra dura ya más de 11 años», dice Yesina. «Detener al enemigo mediante compromisos o negociaciones parece poco probable. Requerirá de fuerza, resistencia colectiva y presión sostenida por parte de Ucrania y la comunidad internacional», subraya.
La guerra va a persistir, y es probable que esta región fronteriza, más que ninguna otra, afronte sus consecuencias durante años, añade Drozd. EFE
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