
Un centro de acogida en Costa de Marfil ayuda a salir de las drogas y los «fumaderos»

En un barrio acomodado de Abiyán, una pequeña puerta discreta da acceso al Centro de acogida, atención y acompañamiento (CASA), donde se reúnen consumidores de drogas, especialmente vulnerables y marginados en Costa de Marfil.
Este país costero de África Occidental se convirtió en los últimos años en un lugar de tránsito para el tráfico internacional de heroína, cocaína o medicamentos utilizados de forma indebida con respecto a su uso original.
Aunque hay pocos datos oficiales sobre el consumo, el doctor Fériole Zahoui, especialista en adicciones del centro CASA, estima que «el número de consumidores de drogas en Abiyán oscila entre 30.000 y 40.000», tres o cuatro veces más que hace diez años.
Gracias al boca a boca, el centro, inaugurado en 2018, se fue dando a conocer poco a poco y ahora acoge diariamente a una veintena de consumidores que acuden para descansar, asearse, pero también para beneficiarse de un acompañamiento social, médico y psicológico adaptado y gratuito.
Y es que Costa de Marfil no optó por la vía represiva contra los consumidores de drogas: una ley de 2022 redujo las penas para los consumidores, de 1 a 3 meses de cárcel en lugar de 1 a 5 años anteriormente.
A última hora de la mañana, reina la calma en la sala de descanso del CASA, donde algunos dormitan, otros charlan o ven la televisión. Al abrir las puertas, se descubre una farmacia, un laboratorio dedicado a la detección, salas de consulta, una enfermería…
Un auténtico centro médico con el aspecto de un hogar acogedor, discreto para no molestar a los vecinos. Para muchos, el CASA es ante todo un hogar, y su comunidad una familia en la que confiar cuando la adicción lo ha arrasado todo.
Junto a su pareja, dormida en el suelo, Hassan Mohana cuenta a AFP que viene todos los días a tomar su tratamiento de metadona, sustituto de la heroína, pero también a descansar y ducharse antes de empezar su trabajo nocturno.
«Me ha permitido reencontrarme conmigo mismo, conservar un trabajo y reinsertarme en la sociedad», explica este hombre de 40 años, que va al CASA desde su apertura.
La heroína y el «Kadhafi», una mezcla de tramadol y alcohol, popular por su bajo precio (menos de un dólar la dosis), son las principales drogas que consumen los usuarios que frecuentan el centro.
El CASA distribuye metadona, un sustituto que permitió a Mamadou Touré experimentar «un segundo nacimiento», al dejar la heroína que consumía desde la adolescencia.
«Durante años, alternaba entre el fumadero y la cárcel», relata este hombre de 47 años. Hoy dice haber encontrado un sentido a su vida como educador par en el centro, un referente que ayuda a los usuarios a salir adelante.
– «Como perros» –
Con su hija de nueve meses dormida contra su pecho, Massita Konaté recuerda el infierno de los fumaderos, donde vivió durante años.
«La gente muere allí como perros, nadie viene a buscarlos», explica la joven madre, cuyos antebrazos llevan las marcas de las inyecciones de heroína.
A sus 35 años, Massita también está en tratamiento con metadona. Aunque encontró un apartamento, sigue pasando los días en el CASA para «estar con gente que [la] entiende».
El CASA no puede acoger a todos los consumidores, por lo que se realizan rondas en los fumaderos, también llamados guetos.
En estos refugios improvisados, los usuarios fuman crack, cannabis, se inyectan heroína e intentan sobrevivir.
Los rostros familiares de los voluntarios y empleados del CASA, que acuden para realizar labores de prevención y distribuir preservativos o jeringuillas de un solo uso, reciben una buena acogida.
«No tenemos fuerzas, somos débiles. Pero con ayuda, podemos cambiar y trabajar», asegura David Junior, de 34 años.
«Muchas personas enfermas del fumadero no se atreven a venir al CASA», explica Anicet Tagnon, responsable de actividades comunitarias. «Por eso, es el centro el que se desplaza hasta ellos», continúa.
«Hay un gran problema de información. Algunos ni siquiera saben que podrían tener acceso a la metadona», señala el doctor Fériole Zahoui.
Desde su apertura, impulsada por Médicos del Mundo y gestionada por la ONG Espace Confiance, el CASA estima haber atendido a más de 3.000 personas. Su funcionamiento anual cuesta alrededor de 218.000 euros (unos 250.000 dólares), financiados en gran parte por la agencia de cooperación Expertise France.
Un segundo centro se abrió siguiendo el mismo modelo en San Pedro, en el oeste del país, otro gran puerto de llegada de la droga internacional.
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