El suizo que quiso matar a Hitler
Maurice Bavaud murió decapitado el 14 de mayo de 1941 en la prisión berlinesa de Plötzensee, donde este miércoles tuvo lugar un acto conmemorativo.
El joven estudiante de teología veía en Hitler un «peligro para la humanidad» y se propuso eliminarlo.
Han transcurrido casi 65 años desde aquel 9 de noviembre de 1938, día en que Maurice Bavaud protagonizó en Múnich (sur de Alemania) uno de los primeros atentados contra el ‘Führer’.
El joven estudiante de teología, primogénito de una familia católica de seis hijos, de Neuchâtel, fue detenido por la GESTAPO. Tras largos años de interrogatorios fue condenado a muerte y murió ejecutado en la guillotina el 14 de mayo de 1941.
El extraño y casi desconocido hecho fue conmemorado este miércoles en la antigua prisión berlinesa de Plötzensee, donde fue decapitado Bavaud.
A la ceremonia ecuménica asistieron miembros de la embajada de Suiza en Berlín, el hermano menor de la familia, Adrian Bavaud, y representantes de organizaciones no gubernamentales helvéticas y alemanas de defensa de la democracia y los derechos humanos.
El joven perteneció a ese pequeñísimo círculo de «personas valientes, y lamentablemente poco conocidas, que trataron infructuosamente de frenar la rueda de la historia» e impedir aquella calamidad, que se cernía sobre la especie humana, subrayó el encargado de negocios de la embajada suiza en Berlín, Emanuel Jenni.
«Si hubiera habido más Bavauds, la historia hubiera transcurrido de otra manera y nosotros no estaríamos hoy aquí», agregó.
Preparativos del atentado
Maurice Bavaud tenía 22 años cuando intentó eliminar a Hitler de un tiro el 9 de noviembre de 1938 mientras el dictador ocupaba la tribuna de honor de la Feldherrnhalle de Múnich, un pórtico de estilo florentino en el centro de la capital bávara, donde los nazis habían protagonizado un frustrado ‘putsch’ (golpe de Estado)15 años antes, el 9 de noviembre de 1923.
Bavaud pasó tres años en el seminario católico de los padres del Santo Espíritu, en Saint Ilan, Bretaña (Francia), después de haber estudiado dibujo técnico en su ciudad natal, Neuchâtel.
Sin decir nada a nadie, el joven seminarista viajó un domingo de septiembre de 1938 a Alemania, visitó a algunos familiares en Baden-Baden y regresó poco después a Basilea para comprar una pistola de pequeño calibre.
Acto seguido continuó viaje a Berlín y finalmente a Múnich, donde se mezcló entre los simpatizantes nazis e ingresó subrepticiamente a la tribuna de honor donde estaba Hitler, aunque sin lograr acercarse lo suficiente como para poder dispararle con su diminuta arma, según su plan.
Días después volvió a intentarlo tratando una y otra vez obstinadamente de aproximarse al ‘Führer’, pero también sin éxito. La GESTAPO lo detuvo finalmente en la ciudad de Augsburgo. Había sido sorprendido por personal ferroviario viajando en tren sin billete, porque se había quedado sin dinero para pagar su viaje de regreso a Francia.
La policía secreta nazi le incautó la pistola y le encontró documentación comprometedora. El joven confesó el plan, fue condenado a muerte y murió en la guillotina en la prisión de Plötzensee el 14 de mayo de 1941.
Interrogatorios y torturas
Las autoridades nazis no creían que Bavaud actuaba solo. Sospechaban que formaba parte de un complot, por lo que lo aislaron en una celda en el pabellón de la muerte y lo sometieron a reiterados e interminables interrogatorios alternados con torturas, hasta que finalmente se convencieron de que decía la verdad o al menos de que no podían arrancarle ninguna confesión.
Entre la documentación incautada se le había encontrado la carta de un compañero de seminario, que también fue detenido en Francia y corrió la misma suerte que Bavaud.
Según el protocolo del juicio a que fue sometido por el tribunal nazi de Berlín, Bavaud confesó que se proponía eliminar a Hitler a través de un plan que él mismo había concebido, porque consideraba que la personalidad del ‘Führer’ era «un peligro para la humanidad, y principalmente para Suiza, cuya independencia amenazaba».
Es una incógnita hasta hoy cómo concibió la idea. «No era un fanático, ni padecía trastornos psíquicos, pero era un idealista», puntualizó su hermano Adrian Bavaud, visiblemente emocionado, durante una conferencia pronunciada este martes (13.05.) en la Casa de la Democracia y los Derechos Humanos, de Berlín.
Sus familiares suponen que pudo haber sido «un repentino cambio en su espíritu, al intuir los acontecimientos que se avecinaban».
En el juicio, el joven declaró que, ante todo, habían sido motivos religiosos los que determinaron su plan, ya que en Alemania la Iglesia y las organizaciones católicas eran reprimidas, y creía que con el atentado «estaba prestando un servicio a la humanidad y a la cristiandad».
Las últimas horas
El contacto de Bavaud con sus padres y hermanos se limitó en aquellos tres años de prisión a unas pocas cartas. «En su misiva de despedida, el joven dio muestras de una personalidad y moral inquebrantables y de una fe profundamente arraigada en la tradición religiosa», recordó en la conferencia Peter Spinatsch, redactor de la revista ecuménica ‘Offene Kirche’ y miembro del Comité Maurice Bavaud, de Berna.
Las autoridades helvéticas, y especialmente el entonces el embajador suizo ante el gobierno del ‘Tercer Reich’, Hans Frölicher, desempeñaron un triste papel en este caso negando toda asistencia consular al compatriota detenido, engañando a sus familiares y desestimando la posibilidad de canjearlo por espías alemanes detenidos en Suiza.
El régimen nazi guardó en secreto las actuaciones, y la opinión pública de Alemania y Suiza ignoró por muchos años lo que había ocurrido, hasta que historiadores de ambos países comenzaron a sacar a la luz los hechos.
En un tardío homenaje póstumo, el Gobierno helvético aprobó hace cinco años una declaración, según la cual Maurice Bavaud «merece reconocimiento y un lugar en nuestra memoria», porque «posiblemente intuyó la catástrofe que podía representar Hitler para el mundo y Europa».
swissinfo, Juan Carlos Tellechea, Berlín
Maurice Bavaud atentó contra Hitler en 1938.
Los nazis sospechaban que formaba parte de un complot.
Fue decapitado en 1941, tras años de interrogatorios y tortura.
En 1998 fue rehabilitado en Suiza en un tardío homenaje póstumo.
Maurice Bavaud, hijo de un funcionario de los Correos de Neuchâtel, ingresó en el seminario con el objetivo de ser misionario.
Según un libro, parece que el mismo Hitler sintió fascinación por los móviles de su agresor, aunque consideraba que pertenecía a la categoría de asesinos idealistas especialmente peligrosos.
Los psiquiatras del régimen nazi no lograron demostrar que se trataba de un psicópata y lo catalogaron de fanático.
Maurice Bavaud ha pasado a los anales de la Historia como un héroe lúcido y determinado, un visionario que comprendió muy pronto las intenciones de Hitler y el peligro que representaban para la humanidad.
El caso Bavaud ilustra además un triste capítulo de la historia de Suiza mantenido en secreto durante mucho tiempo: las relaciones con el ‘Tercer Reich’.
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