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“Revolución de los pingüinos”

Manifestación estudiantil dispersada, hace algunas semanas en Chile. Keystone

Hace poco, Chile hizo noticia con la mayor movilización estudiantil en más de 30 años.

Más de 800.000 alumnos de enseñanza media en Santiago y provincias marcharon por las calles –no siempre de forma pacífica-, pararon las clases y ocuparon sus establecimientos para exigir locomoción gratuita para ellos y lo que en Suiza es la “Matura” (bachillerato) sin costo.

Además de estas reivindicaciones inmediatas, reclamaron la solución de problemas de fondo como mejorar la calidad de la educación y la infraestructura de las escuelas públicas, aumentar las becas alimenticias, etc. Con ellos pronto se solidarizaron colegios privados de gran prestigio académico, entre ellos el Colegio Suizo.

Uno de los principales dirigentes del movimiento estudiantil proviene del colegio público Confederación Suiza, que antaño recibía un aporte módico de Suiza y cuyos mejores alumnos podían postular a becas en el Colegio Suizo.

Esta “Revolución de los pingüinos”, apodada así por el uniforme escolar, tomó a todo el mundo de sorpresa y obligó al Gobierno a negociar con los estudiantes. Son jóvenes de 16 y 17 años que no se interesan en la política o más bien desconfían de los partidos políticos, y se limitan a exigir una educación que les dé una posibilidad real de inserción laboral.

Realidades distintas

En Suiza, sin considerar que no se viste uniforme escolar, una revolución de pingüinos es inimaginable. Las realidades son muy distintas. En el corazón de Europa, Suiza sigue comportándose como una isla y todavía disfruta de uno de los mejores niveles de vida.

La educación en Suiza se basa en cinco niveles y filtros de selección concebidos para que el mayor número posible llegue al mercado laboral. La mayoría de los casi 200.000 que anualmente empiezan su escolaridad terminará aprendiendo un oficio y muy pocos adquirirán profesiones académicas.

Suiza no tiene un Ministerio de Educación propiamente dicho, porque la educación es competencia de los cantones; es decir que hay 26 sistemas educativos con programas y financiamiento específicos. Otro detalle: el país cuenta entre sus habitantes el mayor porcentaje de extranjeros, de culturas muy diferentes a las suizas.

Muchas familias helvéticas perciben este “multiculturalismo” como merma de la calidad de educación para sus hijos; se cambian de barrio o de ciudad, y contribuyen así a un círculo vicioso, tal como aquí, donde las familias asumen grandes sacrificios para matricular a sus hijos en un colegio subvencionado o privado.

Razones valederas

Muchos no superan el obstáculo de la “Matura” (bachillerato) o sus familias carecen de recursos para financiar una carrera universitaria o técnica y escasean becas y créditos. Estudiar ingeniería comercial en una universidad estatal cuesta unos SFr.500 mensual, ni hablar de medicina, lo que en Suiza no se paga ni por semestre.

Aquí no existe la formación profesional del “aprendizaje” y ese hecho hace que al terminar su escolaridad de 12 años, muchos no tengan otra alternativa que aceptar trabajos no calificados y mal remunerados o esperar en una esquina. Así es fácil caer en la drogadicción o la delincuencia.

No obstante…

En 1999, Chile, con un ingreso per cápita de USS 9417, invirtió USS 18.820 dólares en cada estudiante, porcentualmente no mucho menos que Suiza.

Ahora bien, los resultados del estudio PISA, en el cual Suiza, comparado con países de nivel socio-económico parecido, y lo invertido para cada estudiante (2,23 veces el ingreso per cápita) no luce muy bien. Obtuvo mejores notas Finlandia, que porcentualmente gasta lo mismo en educación como Chile, y además le sirve de ejemplo.

Los recursos invertidos en Chile para cerrar la brecha de desigualdad de oportunidades desde la cuna y formar una masa laboral que haga la economía más competitiva, no dieron los frutos esperados. A guisa de ejemplo: los muchos computadores (ordenadores) no sirven si siguen fomentando la comunicación vertical en vez de la horizontal en una sociedad donde importa mucho el apellido y el barrio donde se vive.

Las empresas suizas tienen dificultades de encontrar aprendices idóneos. Muchos de estos alumnos que no pueden seguir una carrera profesional caen tarde o temprano en la red de la asistencia social, un “colchón” que, a diferencia de Suiza, aquí no existe.

Mirando desde afuera da la impresión de que Chile, como país joven (el 2010 cumple 200 años de independencia), tiene todas las ganas de superar las carencias del subdesarrollo y la mentalidad provinciana debido al aislamiento por el Pacífico y los Andes. Está consciente de que su pequeña economía depende de las exportaciones, y el cobre no puede seguir siendo el principal producto (casi el 50%). El camino empieza y sigue con el cumplimiento de las exigencias de los estudiantes.

También le serviría estudiar el sistema de aprendizaje de Suiza y adaptarlo a las circunstancias locales en vez de seguir valorando más los trabajos de “cuello blanco”.

Suiza como país del Viejo Continente también tendrá que dejar su mentalidad provinciana y sacar provecho en forma activa de migraciones inevitables mientras existan las brechas entre Norte –Sur y Este-Oeste.

La educación desempeña un rol importante para fomentar una verdadera integración cultural, a la que seguirá la socio-económica. Encontrará así una nueva identidad – y esta será multicolor. No hay que olvidar tampoco que su historia ha sido un “melting pot” de culturas.

A fines del siglo antepasado, el gobierno chileno invitó a colonos europeos a colonizar el sur, casi virgen, del país. Estos colonos, incluidos los suizos fueron integrados exitosamente y desempeñaron un papel importante en el desarrollo del país.

Régula Ochsenbein

Regula Ochsenbein nació en Lucerna el 15 de marzo de 1949. Cursó sus estudios primario y secundario en Basilea y Berna, donde obtuvo su ‘Matura’ (bachillerato), en 1968.

En aquel año de efervescencia estudiantil en Europa comenzó la carrera de Sociología y la terminó en 1977 graduándose de licenciada en Historia Moderna y Sociología de los países en desarrollo y derecho público.

Durante sus estudios participó en intercambios estudiantiles (Checoslovaquia); trabajó de voluntaria en un pueblito de Grecia y en un Kibutz de Israel.

Su vida profesional la llevó, tras un curso de preparación, al servicio diplomático, ámbito en el que permaneció desde 1978 hasta 1985. En ese año decidió abandonar la carrera y quedarse en Chile tras haber ocupado funciones en Portugal, Santiago de Chile y Londres.

Actualmente combina en Chile sus actividades de socióloga con las de artesanía en madera.

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