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Una jornada entre hielo y osos polares

Desde 2005, el suizo Sébastien Barrault estudia el hielo ártico en Spitzberg. swissinfo.ch

Un gorro de piel de zorro, una pala, un metro y un buen fusil. Son los utensilios nada insólitos de alguien, como el suizo Sébastien Barrault, que se dedica al estudio de los glaciares del Ártico.

Para saber más sobre la investigación polar, swissinfo viajó a la isla noruega de Spitzberg y siguió los pasos del investigador en su terreno de trabajo. Reportaje.

Es mediodía. Sobre el fiordo helado de Svea sopla una ligera pero penetrante brisa. Los pocos centímetros de piel de mi rostro que quedan al descubierto con mi grueso chándal térmico reaccionan con fastidio al frío. A duras penas, el sol intenta abrirse paso entre las nubes para lanzar algunos de sus rayos sobre la banquisa (placas de hielo flotantes).

Estamos en la isla de Spitzberg, en el Océano Glaciar Ártico, último pedazo de tierra sobre la que el hombre ha echado raíces, antes de alcanzar el casquete de glaciares que circundan el Polo Norte. Bajo nuestros pies, una cubierta espesa de nieve y una capa de hielo compacto nos separa de las profundidades del océano.

Sébastien Barrault, investigador valesano que vive en el archipiélago de Svalbard desde 2005, se muestra inquieto. “Las precipitaciones han sido abundantes: el manto de nieve funge como aislante y no permite que abajo se forme el hielo”, explica.

Las nevadas, sin embargo, tienen una ventaja: han cubierto los instrumentos de medición que Sébastien instaló a principios de marzo y los han dejado ocultos a los ojos de transeúntes indeseados; entre ellos, el oso blanco, animal curioso que no es inhabitual en estas latitudes.

Los retos en Svalbard

Nuestro viaje a Svea – a unos sesenta kilómetros de la ciudad de Longyearbyen, capital del archipiélago- inicia por la mañana en la Universidad de Svalbard (UNIS).

Como antes de cada partida para realizar sus investigaciones de campo, Sébastien ha analizado con atención las condiciones climáticas y los peligros con los que se puede topar durante la excursión. El riego de alud es alto, en algunos tramos el hielo podría ser inestable y las previsiones meteorológicas anuncian una tempestad.

“O regresan al anochecer o ya no podrán volver en los próximos cinco días”, nos ha advertido el responsable de la seguridad en la UNIS. Nuestro trineo va cargado con varios instrumentos de medición, una pala, una voluminosa caja metálica que resguarda una tienda de campaña, raciones alimenticias y un estuche con material para casos de emergencia, por si acaso.

“El trayecto puede durar entre dos y seis horas: se sabe cuándo se parte, pero no cuándo se llega. Así es Svalbard”, comenta el investigador antes de enfilarse los guantes y el casco para montar en su mototrineo.

Más nieve, pero menos hielo

De regreso a la banquisa, Marco, el joven estudiante de Bolonia (Italia) que nos acompaña, busca su equipo sobre la nieve. Ni siquiera él se esperaba tener que excavar tan profundo para encontrarlo.

El archipiélago de Svalbard, al igual que otras regiones polares en los extremos norte y sur de la Tierra, atraviesa momentos difíciles. Las precipitaciones aumentan, las temperaturas promedio del agua y del aire se han incrementando (+5 grados en 2006) y los glaciares se reducen significativamente. Se están fundiendo tan rápido que los científicos más pesimistas no dan más de medio siglo de esperanza de vida al Ártico.

Lo que observamos sobre el fiordo de Svea no es un buen augurio. “El espesor del hielo es de unos 60 centímetros, la mitad de lo que era apenas hace unos años”, indica Sébastien, que investiga el efecto de la temperatura en el hielo marino para su tesis doctoral en la UNIS.

“No sé si se trata de consecuencias directas del cambio climático, pero la situación es preocupante. A principios de marzo el hielo se rompió con el peso de una máquina para remover nieve; un incidente insólito en esa época del año”, prosigue.

Vigilando por si acaso apareciera un oso

Un estruendo inesperado interrumpe la conversación. Es Lucie, francesa, que extrae con un taladro a motor pruebas de hielo de la banquisa para analizarlas en el laboratorio.

“¿Podrías vigilar el horizonte?”, me dice Sébastien, mientras se inclina para registrar algunos parámetros de la banquisa (salinidad, densidad…). “Cuando estamos concentrados en nuestro trabajo, a veces nos olvidamos de que compartimos el territorio del oso blanco”, agrega, echando un vistazo al fusil que está sobre su mototrineo.

“Una aplicación importante de mis investigaciones es entender las repercusiones dinámicas del hielo en las estructuras costeras, como las carreteras o las plataformas calles o plataformas de extracción de petróleo”, explica.

Hoyos en el hielo

Son las ocho de la noche. Sobre el archipiélago, el día está llegando a su fin. Esparcidos por toda la superficie de nieve, los instrumentos para la medición y la extracción del hielo esperan ser devueltos a los trineos motorizados.

La jornada ha sido provechosa. Los aparatos de Sébastien han registrado datos interesantes sobre la banquisa. Marco ya ha encontrado todos sus instrumentos y ha colocado un nuevo dispositivo para el registro de informaciones. Lucie, por su parte, ha recolectado infinidad de muestras, que podrá compartir con sus colegas que estudian la presencia de elementos moleculares en las burbujas de aire en el hielo.

Empieza a nevar. La tempestad anunciada por la mañana comienza a manifestarse. Es hora de partir. Sébastien y los otros estudiantes regresarán en quince días a Svea para excavar otros hoyos en el hielo.

swissinfo, Luigi Jorio, enviado especial a Svalbard
(Traducción del italiano: Patricia Islas Züttel)

Suiza contribuye desde hace casi un siglo al estudio de las regiones polares. En 1912, el meteorólogo helvético Alfred de Quervain atravesó por primera vez el casquete glaciar de Groenlandia.

La expedición glaciar internacional nació en una reunión en Grindelwald (cantón de Berna) en 1956 que impulsó las expediciones científicas al Polo Norte.

Aunque no dispone de un instituto nacional de investigación polar, Suiza se ha sumado al estudio de las zonas árticas y antárticas en el que participan, sobre todo, la Universidad de Berna (Paleoclimatología), la Escuela Politécnica Federal de Zúrich y de la Universidad de Ginebra (modelización).

Desde 1984, la Confederación Helvética es miembro de la Comisión Científica para la Investigación en la Antártida.

En el archipiélago de Svalbard – que se extiende sobre una superficie equivalente al 150% del territorio suizo, es decir, 62.000 km² -, viven 2.500 personas, la mayoría en Longyearbyen, en la isla de Spitzberg.

Svalbard sirvió inicialmente de base internacional para la caza de la ballena (siglos XVII y XVIII), después se convirtieron en punto de partida de las exploraciones en el Ártico.

Las principales actividades económicas son la extracción de carbón, la pesca, la caza y el turismo.

También es centro de trabajo de numerosos científicos e investigadores de múltiples nacionalidades: noruegos, rusos, polacos, alemanes, franceses, italianos y estadounidenses.

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