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Las dos caras de Suiza: elogio de los inadecuados

Redacción de Swissinfo

En Suiza no se perdona el fracaso, afirma el periodista y bloguero Grégoire Barbey. A su juicio, los fracasados deben servir de ejemplo para recordar a los demás el precio del éxito. Su denuncia en una columna de opinión ha suscitado numerosas reacciones en la Suiza de expresión francesa.

Una Suiza de dos caras. Una contradicción sorprendente. Existe una Suiza de tarjeta postal, que figura a la cabeza de las principales clasificaciones internacionales sobre riqueza, innovación, éxito económico, productividad o felicidad.

Y luego existe la otra Suiza, ignorada voluntariamente. La que se mata a trabajar para llegar a fin de mes. O que subsiste gracias a un sistema que reprime el fracaso en lugar de favorecer la reintegración. Se trata de los “inadecuados”, una categoría que no para de crecer.

Inadecuados porque no son suficientemente productivos en un sistema de implacable competencia. El barniz de esa Suiza que triunfa se vuelve inalcanzable para ellos. Sus perspectivas son sombrías, muy sombrías.

Inadecuados porque, tal vez sin querer, han tropezado, aunque no sea más que una sola vez. Y en Suiza no hay lugar para el fracaso. Pregúntenles a quienes han querido cumplir con las exigencias y requisitos de un país a la vanguardia de la innovación al montar su propio negocio.

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La isla de los afortunados

Este contenido fue publicado en Si echo la vista atrás tengo la sensación de que el período que pasé como embajador de Alemania en Suiza fue una gran fiesta.

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La ley del mercado es implacable, también en nuestros maravillosos valles. Montar una empresa, no conseguir pagar las facturas porque los gastos son cada vez más altos y los salarios se mantienen al mismo nivel, acumular apercibimientos y denuncias por incumplimiento de pagos: eso le ocurre a una parte cada vez mayor de nuestros conciudadanos.

En Suiza quedarse enganchado en el engranaje del fracaso no se perdona. Aquí el fracaso se castiga severamente. Hay que recordar a los demás el precio del éxito en nuestro país y para eso es preciso que los fracasados sirvan de ejemplo.

De este modo se inflige un doble castigo a los derrotados. Se endeudan y acaban siendo demandados. Pero da igual que consigan saldar sus deudas: durante cinco años permanecerán inscritos como morosos en el registro de la administración cantonal. A menos que el deudor consiga que el acreedor retire la demanda una vez que se haya saldado el importe de la deuda. Pero esto depende de la buena voluntad del acreedor y salvo que a este no le importe gastar energías en el procedimiento de anulación, la denuncia permanecerá. Así, quedan señalados con el dedo los que han fracasado. Para encontrar alojamiento, por ejemplo, les hará falta solicitar un certificado de dicho registro.

Y es igual que haya saldado ya todas sus deudas, que haya vuelto a una situación económica más o menos saneada. Siempre quedarán rastros. Por ejemplo, un plazo a prueba. Durante cinco años no le estará permitido fracasar de nuevo. En el ínterin, cualquier otra demanda eventual prolongará el plazo otros cinco años suplementarios. Un círculo vicioso.

Además, no se trata igual a todos los residentes: solicitar la nacionalidad mientras se tienen deudas es algo que molesta extraordinariamente en Suiza. Conozco a una persona que vive en este país desde hace décadas, siempre ha pagado sus impuestos hasta el último céntimo, pero ha tenido la desgracia de caer en bancarrota. Ha podido pagar cada mes a sus acreedores sin faltar jamás a su deber, pero el pasaporte le es inalcanzable. Este es el tipo de persona inadecuada, porque representa a esa Suiza que preferimos ocultar.

En Ginebra casi una tercera parte de los contribuyentes no pagan impuestos. Y la cifra va en aumento. También crece el recurso a la ayuda social. Casi un tercio de los suizos francófonos no van al dentista debido al alto coste que supone. Igualmente, una tercera parte necesita que su seguro obligatorio de salud sea subvencionado por el Estado, total o parcialmente. Cada vez hay más jubilados que se exilian fuera de Suiza, sin duda porque sus pensiones no les permiten vivir dignamente en nuestro país.

Pero esos indicadores no valen para suscitar un debate general sobre nuestro sistema a largo plazo. No, más bien todo lo contrario. Cuando se acaba en ese triste registro de los inadecuados no existe compasión alguna, y nadie se cuestiona el modelo de sociedad. Solo se permite la sospecha. Y quienes tienen que pedir la ayuda del Estado, es decir, de la colectividad, son juzgados a priori como parásitos potenciales. Considerarles sencillamente como personas en situación de dificultad equivaldría a reconocer los fallos de nuestro sistema. Y no hay lugar para eso.

Por eso ponemos por las nubes a aquellos políticos que se atreven a atacar de frente a la escoria que subsiste gracias a los fondos públicos. ¿No se ajusta usted al mercado de trabajo? ¿Pierde su trabajo y se apunta al desempleo? Todo lo que se haga será poco para que se sienta avergonzado. Es necesario aterrorizar a los que se encuentran en el margen de la sociedad para hacerles volver al redil. En Suiza fracasar no es un comportamiento adecuado. Así que los que han perdido todo son inmediatamente relegados al estado de gorrones potenciales del sistema social, pedigüeños o parásitos sociales.

Hace poco cierta prensa se mostraba encantada con un senador de la UDC [Unión Democrática de Centro, derecha conservadora y antieuropeísta]que en Berna había decidido recortar un 10% del presupuesto de asistencia social para invertirlo en reinserción en el mercado laboral. Porque los que se encuentran en dificultad son doblemente castigados.

Ese mismo periódico que elogiaba la valentía de ese político revelaba que la duración media en el sistema de ayuda social no para de aumentar. Actualmente está en 40 meses y muchos beneficiarios de estas ayudas tienen entre 18 y 25 años.

Unas cifras evidentemente preocupantes, que muestran hasta qué punto es despiadado el mercado laboral. ¿Es este el futuro que deseamos para nuestros hijos? Todos esos elementos, sin embargo, no parecen bastar para poner en tela de juicio el sistema en su conjunto. Y así, ese inadecuado, que ejerce de mirón en la sociedad suiza, acaba sirviendo de chivo expiatorio político.

Un elogio, pues, para esas personas que habiendo doblado la rodilla son víctimas de los azotes de una sociedad que se niega a mirarles a los ojos. Esas personas inadecuadas nos recuerdan cuán necesaria sigue siendo la lucha por una sociedad más justa.

Este artículo, en su versión original en francés, apareció por primera vez el 9 de julio de 2017 en el blog de Grégoire BarbeyEnlace externo, publicado en el diario ginebrino ‘Le Temps’.

Las opiniones vertidas son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente la posición de swissinfo.ch.

Grégoire Barbey, autodidacta desembarcado en el periodismo político y económico sin haber cursado estudios universitarios tradicionales, es un periodista independiente. Durante cuatro años ha trabajado para el diario económico ‘L’Agefi’ y ha sido también cronista en La Télé, cadena privada del Valais y Friburgo. Auténtico apasionado de la política, es muy activo en las redes sociales.

Tradución del francés: José M. Wolff

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