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El fútbol, la «terapia» que sostiene a los israelíes de un kibutz dos años después del 7-O

María Traspaderne

Gal On/Raanana, 3 oct (EFE).- Yanay Katzir llevaba tres años entrenando al Shual (Zorros) de Kfal Azza, un kibutz en la frontera con Gaza, cuando el 7 de octubre de 2023 Hamás entró en el pueblo y mató a 64 de sus habitantes, tres de ellos del equipo. Desde entonces, el fútbol se ha convertido en una «terapia» para estas «personas rotas» que intentan así jugar por los que ya no pueden hacerlo.

Yanay ya solo va al kibutz que le vio nacer cuando se reúne con sus compañeros de equipo. Hace dos años, vivía muy cerca de allí con su mujer embarazada y su niña, pero el ataque de Hamás lo cambió todo: mataron a su padre y su madre quedó tan traumatizada, dice, que es como si ya no tuviera una.

Ahora, vive en otro kibutz, Gal On, en las montañas del oeste de Jerusalén, lo más lejos posible de la frontera con Gaza, porque volver, confiesa, supondría estar «en medio de una guerra», en un «infierno» insoportable con «explosiones, tanques, helicópteros y olor a fuego».

De pasión a terapia

Este ingeniero mecánico de 37 años recibe a EFE en el porche de su casa de Gal On, donde sus habitantes se mueven en coches eléctricos y la jornada discurre teletrabajando, cuidando de sus dos niñas y de su jardín.

Junto a su familia y las plantas, el fútbol es el tercer motor de Yanay, que le ayuda a sobrellevar un día a día que confiesa sin propósito y una vida que vive «como una ilusión» desde el 7 octubre de 2023.

Dos semanas después de esa fecha, acabados los funerales, los ‘zorros’ pensaron cómo podían «resurgir». Plantearon organizar un partido entre ellos, que jugaron gracias a ropa, zapatillas y balones donados. Y a un campo prestado.

«Empezamos a jugar y de inmediato comprendimos que eso era lo que teníamos que hacer», relata Yanay.

«Ahora es nuestra terapia, antes era nuestra pasión. Y cuando la terapia y la pasión se unen, se crea algo realmente especial», explica. Desde entonces, los jugadores del Shual juegan uno o dos partido al mes, han viajado a Alemania y pretenden hacerlo a Uruguay en noviembre.

Todo ello con dos propósitos: hablar de los rehenes que siguen en Gaza -48 en total, 20 de ellos vivos- y «sanar». Se conocen desde niños y juntarse, dice Yanay, supone compartir su duelo, ya que el 80 % de ellos perdió a alguien el 7 de octubre.

«Lo primero de todo, liberas mucha energía. Así que, si sientes ira, tristeza, preocupación o cualquier otro sentimiento, lo desahogas en el campo. Además, es un juego de grupo, es como estar rodeado y abrazado durante 90 minutos por un grupo de personas con el mismo propósito», explica el entrenador.

«Nos ayuda a despertar cada mañana»

El pasado 5 de septiembre en Raanana, una pequeña ciudad del centro de Israel, el equipo se reunió para jugar un torneo amistoso en honor de uno de los dos miembros del equipo asesinados por Hamás: Amir Fisher, un soldado de 22 años que murió en el kibutz.

Entre partido y partido, el padre del fallecido, Sharon, destacaba a EFE la cantidad de participantes. «Todos los jugadores vinieron a honrar la memoria de Amir, es muy conmovedor».

Además de los dos jugadores y un asistente asesinados, el Shoal recordaba ese día a los dos miembros del equipo que siguen en Gaza cautivos de los islamistas, los hermanos mellizos Gali y Ziv Berman, de 28 años, a los que se les presupone vivos.

Otro jugador, Rotem Kohen, era el mejor amigo de uno de ellos y ahora descarga su dolor en el campo. «Esto es lo único que nos ayuda a manejar la situación, este drama».

«Si juego con otros amigos que no son de mi equipo, me siento diferente, pero si juego con amigos de mi comunidad, que entienden por lo que paso, me ayuda a sobrellevar la situación. Nos ayuda a despertar cada mañana», afirmaba.

Dos años, como dos minutos

Para el entrenador, que prefiere no hablar de política y solo desea que la guerra en Gaza acabe, sus mentes continúan en ese día. «No han pasado dos años, son como dos minutos. Mientras Gali y Zivi Berman sigan allí secuestrados, y mientras la guerra siga viva», explica.

«Seguimos allí, con los ruidos, el olor, las emociones, los mensajes, las llamadas, el miedo», insiste Yanay.

Por eso, vuelca toda su energía en el fútbol y confiesa ponerse nervioso si no entrenan cada mes.

«Somos un equipo muy, muy especial. Por eso ganamos siempre. No porque seamos buenos, sino porque tenemos el propósito correcto: jugamos por gente que ya no puede jugar». EFE

mt-mgb/jlp

(foto) (vídeo)

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