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«Los hombres-rata de la frontera», Cornelius Koch

Cornelius Koch conmemoró la última Fiesta Nacional en las canalizaciones de Como, donde decenas de refugiados buscan abrigo. Keystone Archive

Nacido en Rumania, en 1940, el padre Cornelius Koch es hijo de una familia de suizos emigrados por razones económicas. Recordando sus orígenes, cuenta cómo su padre, un tejedor del cantón de Turgovia, se vio forzado a buscar trabajo en el extranjero. Hoy, el padre Koch se ha convertido en el "padre de los desesperados", de esos miles de desheredados que llegan del Sur y que se amontonan cada año en la frontera entre Como(Italia) y Chiasso (Suiza), con la intención de alcanzar el norte de Europa, en donde esperan encontrar refugio y trabajo.

«Sulzer, Loki, Erb-Garage, Rieter, Tös: me acuerdo de todas las paradas del autobús que iba desde Winterthur hasta Töss. He vivido allí 6 meses y me encontraba bien». Es lo que cuenta Alban, un chico de 16 años proveniente de Albania, que tuvo que abandonar Suiza el año pasado. Ahora es aprendiz de herrero en Italia, en una localidad fronteriza situada entre Como y Ponte Chiasso.

Sigue diciendo «machiiina», con la pronunciación aproximativa de los albaneses que están aprendiendo el italiano. En cambio, habla bien el alemán, pero ahora su segunda patria es Como, no Winterthur. Una organización apoyada por voluntarios suizos e italianos le ofrece la posibilidad de seguir un aprendizaje, así como a otros 70 refugiados, menores de edad, que también han sido expulsados de Suiza. Esta ayuda significa que Como tendrá menos criminalidad y, al mismo tiempo, que Italia quedará en el corazón de estos jóvenes durante al menos 70 años.

Suena el teléfono. Tengo que atravesar inmediatamente la frontera: la Cruz Roja de Tavernola me señala que la policía italiana ha detenido a una familia afgana, formada por 7 personas, que acaba de ser expulsada de Suiza. Ahora mismo están llenando las formalidades: huellas digitales, fotografías, documentos, etc.

Paso la aduana y me encuentro de frente a la iglesia de Ponte Chiasso. Aquí mismo, hace dos años, un desesperado mató al padre Renzo Beretta. Prosigo el viaje en automóvil pensando en cómo ha sido posible que la muerte de padre Beretta, un sencillo sacerdote de provincia, haya conmovido a media Europa. 5.000 personas asistieron a su funeral en el Duomo de Como, y también un ministro italiano y 4 cardenales. Su muerte pesa sobre nuestras conciencias.

En los últimos 30 años, 10.000 prófugos habían encontrado cobijo en su parroquia. El campanario de la iglesia se había transformado en dormitorio. Para esta gente, expulsada de todos los lugares, la del padre Beretta era la primera puerta que se les abría. La ciudad de Como es un ojo de aguja para la gente del Sur que intenta encontrar refugio en el Norte. Ahora llegan incluso desde Afganistán.

Heme aquí, finalmente frente a «mi» familia afgana. Por delante, el padre, la madre y, atrás, en fila india, 5 chiquillos. En sus rostros leo la desesperación (el largo viaje, la frontera suiza cerrada y, de nuevo, la policía italiana). Les ofrezco todo el dinero que llevo en el bolsillo, 120 000 liras. Las rechazan, como es frecuente en estos casos: no andan mendigando. Yo insisto: «Para los chicos, für die Kinder, for the children». El más pequeño me sonríe cuando le pongo en la mano una campanita minúscula, que he quitado del llavero.

La triste caravana ya se dirige hacia algún lugar desconocido y el sonido de la campanita se va extinguiendo. El centro de la Cruz Roja de Tavernola no ha tenido más noticias de ellos. Quizás hayan terminado, como otros, bajo las alcantarillas, en los conductos del desagüe de la ciudad de Como, donde duermen centenares de seres desterrados de todas partes que nadie acoge, los «hombres-rata», como les llaman por aquí.

Cornelius Koch

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