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¿Quién va a ir en ayuda del sector humanitario, abandonado por Occidente?

Ginebra Internacional
Paquetes de ayuda humanitaria de la OMS procedentes de Emiratos Árabes Unidos para socorrer a las víctimas de las inundaciones que en septiembre de 2022 asolaron Sudán. EPA/ALI HAIDER

La retirada de los donantes tradicionales ha hecho que el sector de la ayuda humanitaria tenga que afrontar tensiones. Los denominados donantes emergentes —como China o los Estados del Golfo— podrían aumentar sus contribuciones financieras, aunque sin pasar por la ONU.

Que desde el inicio del segundo mandato de Donald Trump Estados Unidos se haya retirado masivamente ha revelado la vulnerabilidad del sector humanitario; algo que durante años ha preocupado a sus protagonistas. Una gran mayoría de la ayuda internacional —gracias a la que unos 190 millones de personas sobreviven en el mundo— depende de un puñado de países donantes extremadamente influyentes.

Este artículo es el segundo de una serie de tres capítulos que analiza el futuro de la ayuda humanitaria en un momento en el que Estados Unidos y los principales donantes occidentales se retiran del terreno. La primera parte analiza el impacto que los recortes presupuestarios tienen en el trabajo de las agencias humanitarias sobre el terreno. La última parte recorre la historia de la ayuda estadounidense y cómo este país ha consolidado su dominio del sector.

Estados Unidos, Alemania, la Unión Europea y el Reino Unido en conjunto financian casi el 65 % de la ayuda humanitaria mundialEnlace externo. No obstante, la decisión de la Administración Trump de recortar el 83 % de los programas de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) —principal distribuidor de la ayuda del país— ha acelerado una tendencia anterior a la baja de las contribuciones de la mayoría de los donantes tradicionales.

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A finales de febrero, el Reino Unido anunció que iba a reducir su gasto en ayuda del 0,5 al 0,3 % de la renta nacional bruta. En marzo, durante las negociaciones de coalición, el nuevo Gobierno alemán planeó abandonar su objetivo de destinar a ayuda exterior el 0,7 % del producto interior bruto.   

En los últimos meses y años, otros países, como Bélgica, Francia, Suecia y Suiza, también han anunciado recortes en la cooperación internacional. El motivo principal son los presupuestos nacionales —en entredicho por la pandemia del coronavirus— y la guerra de Ucrania —que ha provocado un fuerte aumento del gasto en defensa, ya que la amenaza rusa hace temer por la seguridad de Europa—.

En este contexto, Noruega es uno de los pocos países que ha aumentado su dotación de ayuda, principalmente para Ucrania y para las organizaciones no gubernamentales (ONG) afectadas por los recortes estadounidenses. Pero esto no será suficiente para compensar los miles de millones que faltan.

+ Si quiere saber más sobre el impacto que los recortes estadounidenses están teniendo en los programas de mujeres y VIH fundamentalmente, escuche el último episodio de nuestro pódcast Inside Geneva (en inglés).

«Es muy preocupante ver que los otros donantes no se movilizan para llenar el vacío», lamenta Eileen Morrow, responsable de política y defensoría de ICVA, una red de ONG con sede en Ginebra.

¿Quién sustituirá a Washington?

La mayoría de las personas entrevisatadas por swissinfo.ch cree que solo China, líder económico del bloque BRICS —un grupo de diez grandes economías emergentes, entre ellas Brasil, Rusia e India—, o algunos países del Golfo, como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, estarían en condiciones de compensar la pérdida de la ayuda económica estadounidense.

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En Kabul, Afganistán, en marzo de 2024 se distribuyeron dátiles donados por el Centro de Ayuda Humanitaria y Socorro Rey Salman de Arabia Saudita. EPA/SAMIULLAH POPAL

«Los países BRICS buscan reconocimiento, quieren expandirse y buscan independencia», apunta Tammam Aloudat, director general de The New Humanitarian, un medio especializado con sede en Ginebra. En este contexto, la ayuda humanitaria puede servir como herramienta de «poder blando» [soft power], permitiendo a los Estados donantes proyectar una imagen positiva de sí mismos, aumentar su influencia y ganarse el apoyo de los países receptores, por ejemplo en las votaciones de la ONU.

«Nada de esto es nuevo», subraya Tammam Aloudat, quien recuerda que es lo que Estados Unidos siempre ha hecho. En la posguerra, por ejemplo, la ayuda estadounidense se utilizó para luchar contra el comunismo y desarrollar nuevos mercados de exportación.

Desde el cierre de varios miles de proyectos financiados por USAID, los medios de comunicación internacionales han informado de que China se ha ofrecido a invertir en programas similares, en CamboyaEnlace externo, RuandaEnlace externo y NepalEnlace externo, por ejemplo.

Pero la capacidad del país asiático para sustituir a Estados Unidos podría verse limitada por las dificultades económicas que atraviesa, especialmente en su mercado inmobiliario, motor de crecimiento, en crisis desde 2021. Y no es seguro que Pekín esté interesado en contribuir más al sistema de ayuda de la ONU.

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Los países del Golfo tienden a dar ayuda a los países de su región. En 2024, Arabia Saudita, que apoya al Ejército yemení contra los rebeldes hutíes, fue el mayor contribuyente al programa de ayuda de la ONU en Yemen. EPA/YAHYA ARHAB

Un sistema sesgado a favor de Occidente

«El sistema multilateral está tan sesgado a favor de Occidente que no veo por qué los países BRICS decidirían invertir más en él», afirma Tammam Aloudat.

Existen razones históricas para este sesgo. Cuando al final de la Segunda Guerra Mundial se crearon las Naciones Unidas, la mayoría de los llamados Estados del Sur Global todavía estaban colonizados. Así que en el funcionamiento de sus órganos no tenían ni voz ni voto. 

Y varias agencias de la ONU están dirigidas por responsables occidentales, lo que refuerza la percepción de parcialidad. Tradicionalmente, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) la ha dirigido un británico, mientras que se ha colocado a un estadounidense al frente del Programa Mundial de Alimentos (PMA).

A pesar de ello, en los últimos años, varios países del Golfo han estado entre los diez principales contribuyentes a las agencias humanitarias de la ONU; en particular, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Estos países, sin embargo, tienden a destinar la mayor parte de su ayuda a los países de la Liga Árabe y de la Organización de Cooperación Islámica, sobre todo a Yemen.

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Preferencia por los canales bilaterales

«El sistema de ayuda de Naciones Unidas es un mecanismo caro e inflexible que a sus principales actores les ofrece poca visibilidad. Es posible que algunos países busquen aumentar su influencia, pero es más probable que intervengan de manera bilateral, lo que les permite desarrollar redes, diplomacia y visibilidad a escala continental», explica Bertrand Taithe, profesor de la Universidad de Manchester.

Es el caso de China que, a pesar de su poderío económico, en 2024 financió programas humanitarios de la ONU solo por valor de unos 8 millones de dólares. Una gota en el océano si se compara con los casi 10.000 millones de dólares que aportó Estados Unidos.   

Pekín aporta ayuda a través de su iniciativa de las Nuevas Rutas de la Seda (Belt and Road Initiative, en inglés). En virtud de esta iniciativa, China —en África, sobre todo— financia proyectos de infraestructuras, principalmente en forma de préstamos y no de subvenciones. En 2024, los contratos firmados a través de esta iniciativa ascendían a 122.000 millones de dólares, según un estudioEnlace externo de la Fudan Univertity de Shanghái.

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Esta ayuda —centrada sobre todo en el desarrollo— se inscribe en una estrategia para intensificar los intercambios comerciales y la influencia geopolítica del país. Y la ayuda china, a diferencia de la ayuda occidental, no suele estar sujeta a condiciones vinculadas como el respeto de los derechos humanos, por ejemplo.

Renegociar los principios

Para Valérie Gorin, del Centro de Estudios Humanitarios de Ginebra, la creciente implicación de los llamados actores emergentes implica renegociar los valores humanitarios.

El principio de imparcialidad, que dicta que la ayuda debe ir a quienes más la necesitan, independientemente de su nacionalidad, religión o sexo, por ejemplo, puede entrar en contradicción con el enfoque de estos países, que se centran en su propia región.

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«Estamos asistiendo a un cambio de tendencia. Ahora, los antiguos Estados colonizados renegocian las maneras de hacer de una comunidad humanitaria que encarnaba una forma de colonialismo e imperialismo occidentales», afirma Valérie Gorin.

En su opinión, no hay que esperar a que los países BRICS o del Golfo se limiten a retomar los programas que han  abandonado los países occidentales. Y menos aún las condiciones impuestas a la concesión de esta ayuda en términos de respeto a los derechos humanos, el medioambiente, el clima o la democracia.

«Este condicionamiento de la ayuda occidental es muy discutible a veces», añade Valérie Gorin. Cuando los programas de ayuda imponen normas o prácticas contrarias a las tradiciones locales, por ejemplo. Una mayor influencia de los países del Sur, por tanto, es bienvenida, pero la investigadora teme que vaya en detrimento de las minorías y de los ecosistemas protegidos.

¿Y el sector privado?

Las organizaciones humanitarias dirigen su atención cada vez más al sector privado, cuyos recursos a veces superan los de países enteros.

En los últimos años, la Fundación Gates, por ejemplo, se ha convertido en el segundo mayor contribuyente a la Organización Mundial de la Salud (OMS) —muy por delante de los Gobiernos europeos—. Una influencia que ha sido criticada.

Según Development Initiatives, la proporción de financiación humanitaria mundial procedente de fuentes privadas —fundaciones, empresas y particulares— ha pasado del 13 % en 2016 al 18 % en 2022. Valérie Gorin dice que hay mucho margen de mejora, ya que las empresas en ello ven una forma de aumentar su imagen demostrando su «responsabilidad social».

Este cambio también podría ir acompañado de una flexibilización de los principios éticos de la ayuda humanitaria. Porque se trata de determinar qué donaciones son aceptables, en función de las actividades de las empresas donantes.

Tammam Aloudat se muestra muy escéptico. En su opinión, el sector privado no tiene ningún interés en invertir en determinados contextos, sobre todo en aquellos en los que la guerra hace estragos y hay pocas posibilidades de obtener beneficios. «¿Quién va a ayudar a la gente en Somalia, Sudán o la República Democrática del Congo? Son lugares donde el sector privado no puede inventar beneficios».

Revisado por Virginie Mangin. Texto y gráficos adaptados del francés por Lupe Calvo / CW.

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