La COVID-19 perturba el Día de los Muertos
Situación inédita desde que se recuerde: cerrados muchos de los cementerios, los mexicanos no podrán acudir a la cita anual con sus muertos. La culpa es del coronavirus que lo ha trastocado todo, incluso los ritos que unen a vivos y muertos. Y no solamente en México...
Año con año, la comunidad y la Embajada de México desarrollan en distintas ciudades helvéticas un amplio programa cultural con ocasión del Día de los Muertos, pero esta vez tuvieron que limitarlo. Nada de actividades colectivas, solamente altares que pueden ser visitados de manera individual. Uno, por ejemplo, en memoria de las víctimas fatales de la COVID-19 en la Iglesia de la Trinidad, en Berna.
En México también la mayoría de la población celebrará a sus difuntos en la intimidad de su hogar. Muchos cementerios, epicentro de la festividad milenaria del Día de los Muertos (Patrimonio Intangible de la Humanidad), estarán cerrados. El coronavirus impide que los deudos acudan a visitar las tumbas de sus seres queridos, las decoren y depositen en ellas las viandas que compartirían con sus difuntos.
El Día de los Muertos es un evento principal en la agenda cultural de México que la diáspora ha traído a Suiza. Es una fecha en la que, de acuerdo con la tradición, vivos y muertos se reúnen nuevamente.
Sin embargo, este 2020, cuando el coronavirus se ha cobrado la vida de casi 90 000 personas en México y una segunda y virulenta oleada enciende nuevamente las alertas en Suiza, las autoridades de ambos países evitan las reuniones masivas y, como en tanto otros ámbitos, muchas de las actividades tradicionales serán transmitidas por internet.
Pero la pandemia de la COVID-19 no solamente ha perturbado las tradiciones culturales relacionadas con los difuntos, también ha trastocado severamente los ritos funerarios a través del planeta.
Los medios de comunicación han dado cuenta de las dramáticas condiciones en que han tenido lugar las inhumaciones de las víctimas fatales del coronavirus, en particular en los momentos más agudos de la pandemia:
Entierros “en cadena” y en fosas comunes en Brasil y Nueva York, por ejemplo. Largas filas de espera para recuperar las cenizas de los seres queridos en China. Prohibición de los “lavados mortuorios” que establece el credo musulmán; de la Shivá, que en Israel reúne a los deudos durante siete días. Aquí y allá bolsas de plástico como mortajas. Imposibilidad de velar a los muertos, de reunirse para rezarles o llorarlos.
El coronavirus lo trastocó todo, hasta la posibilidad de despedir a sus propias víctimas bajo el cobijo de las tradiciones.
“En 33 años de actividad, nunca viví una situación tan triste. Es el aspecto más sombrío de esta situación. Me pone la piel de gallina”, comentaba a swissinfo. ch Eros Bruschi, propietario de una empresa funeraria en el cantón suizo del Tesino. Era el mes de mayo y aludía a la manera en que tenían lugar las exequias: “Un puñado de parientes cercanos delante de un ataúd sellado y desinfectado, alejados unos de otros y encerrados en su mudo sufrimiento”.
Así como en Suiza, en la generalidad de los países, al dolor de la pérdida se añadía - y se añade aún -, la pena de un adiós no pronunciado, de no haber podido ver al ser querido, ni vivo ni muerto, después de haber sido hospitalizado. La imposibilidad de un abrazo de consuelo entre los deudos.
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