Un zapatero paga con la vida su fervor religioso
Una tarde de finales de septiembre de 1523 dos hombres se encuentran en el Kornhaus de Zúrich. Uno es Heine Hirt, molinero de Stadelhofen, el otro es el zapatero Klaus Hottinger, uno de los más fervientes seguidores del reformador Ulrich Zwingli. Discuten sobre representaciones religiosas.
“Hirt, ¿cuándo vas a retirar tus ídolos?”, le pregunta Hottinger de manera provocadora, refiriéndose al gran crucifijo de madera que Heine Hirt ha levantado delante de su molino. Sabe que los reformadores exigen que se destruyan todas las “imágenes de ídolos”, pero hace oídos sordos. Elude el tema diciendo que los santos no le han hecho ningún daño, que él no es un experto en las Escrituras y que le corresponde al gobierno municipal decidir qué hacer con las imágenes y estatuas. Hottinger se mantiene en sus trece y no deja en paz al molinero diciéndole que si es buen cristiano debe retirar el crucifijo. Ambos hombres llegan finalmente a un compromiso. Hirt regala el crucifijo a Hottinger y este puede hacer con él lo que le venga en gana.
Un escándalo absoluto
Al día siguiente, Hottinger se asegura el apoyo de cuatro consejeros municipales favorables a la Reforma y después se presenta ante la ciudad con el sastre Hans Ockenfuss y el tejedor Lorenz Hochrütiner que le ayudan a derribar el crucifijo. El escándalo es absoluto y toda la ciudad habla de ello. El gobierno municipal ordena la detención de los autores, ya que la profanación de imágenes sagradas estaba castigada con la pena de muerte.
No es la primera vez que Hottinger tiene conflictos con la justicia. Es un conocido provocador cuyo objetivo es causar alboroto en nombre de la Reforma. Ya se había hecho notar anteriormente al participar en la ruptura del ayuno durante la Cuaresma de 1522, comiendo unas salchichas en la imprenta de Froschauer.
Hottinger no tiene inconveniente en admitir su rechazo por la misa y su pretensión de sustituirla por una comunión de creyentes. Durante una misa celebrada en la Iglesia de San Pedro dijo a su vecino de banco que cuando el sacerdote se acerca al altar para rezar le entran ganas de “golpearle en la boca con un cucharón lleno de mierda”. También blasfemó otra vez afirmando que “rezar ante un altar es como ver a un campesino cagar detrás de una valla”. En otra ocasión estuvo molestando durante toda la celebración de una misa con comentarios en voz alta, lo que le costó una advertencia del consejo municipal.
Muchas enemistades
Su celo reformista le creó a Hottinger numerosas enemistades en Zúrich. Su carnicero se mofaba de él llamándole “señor doctor” y le amenazaba con ponerle un capirote de loco. En una ocasión, unos jóvenes ebrios se juntaron ante su casa berreando una canción antijudía, y acusándole de pertenecer a una falsa religión.
“Tú, diablo Hottinger, levántate, recoge tus herejías y ve a la escuela de herejes”, le gritaban, mientras que uno de ellos llevaba el compás con la aldaba de la puerta de la casa. Ya acostado, Hottinger acarició la idea de vestir su coraza e ir a cerrar la boca a esos provocadores. Finalmente, no llegó a intervenir, pero se quejó ante el consejo municipal y amenazó con tomar la justicia por su mano la siguiente vez.
Mientras Hottinger esperaba su proceso en prisión, la Reforma seguía su curso. Las numerosas destrucciones de imágenes empujaron al gobierno municipal a organizar un debate teológico público. Su objetivo consistía en establecer para el futuro un procedimiento en materia de celebración de la misa y representación de los santos.
Participaron más de 900 personas, de las que una tercera parte eran clérigos. Al parecer, las autoridades estaban a favor de las exigencias de la Reforma, pero surgieron muchas contradicciones entre los propios reformadores. Mientras Zwingli apoyaba la actitud moderada de las autoridades, los compañeros de Hottinger reclamaron una posición mucho más radical.
Tras seis semanas de encarcelamiento, Hottinger es llevado finalmente ante el tribunal. Justifica su sacrilegio afirmando que pretendía vender la madera del crucifijo y utilizar el producto de la venta para alimentar a los pobres. El argumento de que no debería gastarse dinero en estatuas de santos sino en socorrer a los pobres suena bien a oídos de los reformadores, pero no funciona ante los jueces.
Por otra parte, los consejeros municipales que se habían comprometido a apoyar a Hottinger se desentienden del asunto. Finalmente, el autor del delito es condenado a dos años de destierro de Zúrich, porque su acto ha causado “aversión, malestar y mucho ruido entre los conciudadanos y las personas piadosas”.
Condena a muerte
Desde entonces Hottinger se dedica a hacer lo que otros reformadores han hecho antes. Viaja de pueblo en pueblo predicando y vituperando a la iglesia católica. Pero con sus ideas sediciosas y su modo brusco ofende a muchos oyentes. Por ejemplo, pregunta a una joven: “¿Creéis en los santos?” Al responder ella afirmativamente, él la insulta: “Entonces sois peor que una puta, sois una puta de los ídolos”.
En febrero de 1524, Hottinger es detenido en Constanza y el juez de Baden exige su extradición, porque le considera un endemoniado. Los amigos y familiares de Hottinger temen lo peor y piden al consejo zuriqués que intervenga a favor del preso. Pero la súplica no tiene efecto. Hottinger es llevado a Lucerna donde es condenado a muerte por haber cuestionado la legitimidad de la santa misa y la invocación de los santos.
El 9 de marzo de 1524 es conducido al lugar de ejecución, a las afueras de la ciudad, donde será decapitado. Es el primer suizo que paga con la vida su abandono de la iglesia católica. Pero no será el último…
Traducción del alemán: José M. Wolff
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