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La paz confesional, “una lucha de cada instante”

Real o legendario, el episodio de la Sopa la leche compartida por protestantes y católicos durante la primera guerra de Kappel (1529), devino un símbolo del espíritu de compromiso cultivado en Suiza.

La cuestión de los lugares de culto y de su visibilidad está en el centro del voto de este domingo -sobre los alminares- puesto que ha sido uno de los temas más sensibles en la coexistencia entre católicos y protestantes en Suiza en el curso de los siglos.

“La capilla es nuestra, no de Monseigneur. Si su predicador sube al púlpito, le vaciamos las tripas”.

En 1562, los habitantes del Landeron, la pequeña aldea católica situada en el cantón de Neuchâtel, reciben a su soberana, protestante, con palas y piochas.

Unos treintena años después de Zúrich, Berna, Basilea, Neuchâtel, y más tarde Ginebra, se unen a la Reforma, las tensiones son vivas en Suiza entre los que permanecen fieles a Roma y los adeptos de la nueva fe.

Como el resto de Europa, los cantones helvéticos se desgarran en reiteradas ocasiones en torno a la cuestión religiosa.

Y Landeron es como una especie de laboratorio, ya que en otros lugares también, Argovia, Turgovia, Basilea o el cantón de Vaud por ejemplo, las poblaciones debieron respetar a una autoridad de confesión diferente de la suya. A menudo de manera dolorosa. A propósito del Landeron, los historiadores hablan por otra parte de “coexistencia en la intolerancia”.

“Los matrimonios mixtos, los bautismos o las ejecuciones de criminales generaron miles de fricciones. En los siglos XVII y XVIII, el Consejo de Estado de Neuchâtel debió proponer soluciones pragmáticas caso por caso. Era todavía una época cuando estas situaciones degeneraban y donde el clima estaba en las guerras de religión “, explica Pierre-Olivier Léchot, historiador del cristianismo.

Querellas de campanas

Contrariamente a la imagen de Epinal de una Suiza que ha zanjado sus problemas de convivencia religiosa de manera pacífica y racional – imagen que ha surgido por un lado y otro durante la campaña de la iniciativa antialminares-, la historia muestra que nada es evidente en este campo.

El asunto de los lugares de culto, y más todavía, el de su señalización, siempre fue un obstáculo importante en las relaciones interconfesionales. Los campanarios por ejemplo suscitaron numerosas oposiciones en los cantones protestantes. En 1618, Neuchâtel se encontró al borde de una guerra porque su soberano, entonces católico, quiso hacer celebrar allí una misa con toque de campanas.

Sacudida por dos crisis mayores en las que el componente religioso tuvo un impacto – Sonderbund y Kulturkampf-, la Suiza del Siglo XIX también registra numerosas disputas vinculadas con campanarios. En el cantón de Vaud, una ley adoptada en 1810 prohibe a los católicos construir lugares demasiado visibles de culto. Y sólo desde 1948 la iglesia de San Valentin, en Lausana, puede repicar sus campanas.

Imponer la discreción

En el terreno, la convivencia fue de los más tenso hasta principios del Siglo XX. En 1872, el cantón de Ginebra, afectado fuertemente por la Kulturkampf debido a la importante minoría católica que acoge, expulsa por ejemplo a las órdenes que enseñan y se apodera de los asuntos eclesiásticos. En Argovie y en Solothurn, se cierran varios conventos. En 1874, Berna echa a sacerdotes jurásicos.

En suma, la paz confesional, de la que la Confederación goza desde hace más de un siglo, también se alimenta con una serie de medidas que pretenden limitar las prerrogativas de ciertas religiones y a imponerles una cierta discreción.

A este respecto, la Constitución de 1874 es claramente discriminatoria hacia los católicos. Prohibe particularmente la creación de nuevos conventos e impone la necesidad de obtener una autorización federal para crear obispados.

Un miedo saca otro

Autora de una obra sobre la manera en la que Suiza manejó sus conflictos entre 1798-1918, la historiadora Irene Herrmann desconfía de la idea según la cual existiría una destreza helvética natural en materia de gestión de los desacuerdos religiosos. Para la especialista, el hecho de que se apaciguaran las tensiones confesionales a finales del Siglo XIX se explica simplemente por la llegada de un nuevo peligro: el bolchevismo.

“Es un poco como si un odio sacara otro. A partir del momento en que comenzamos a tener miedo de los bolcheviques, tuvimos mucho menos miedo de los católicos en Suiza. Pacificación confesional hubo, pero ¿a precio de qué otra disensión?”, se interroga al advertir que “los problemas religiosos raramente son religiosos” sino generalmente, “síntomas de problemas mucho más profundos”.

De ahí, según Pierre-Olivier Léchot, la importancia del papel regulador del Estado, “que debe tomar sus responsabilidades para garantizar la paz confesional, como lo demuestra el ejemplo de Neuchâtel”. De ahí también el hecho de que la paz confesional no puede nunca ser considerada como adquirida. Es al contrario el fruto de una “lucha de cada instante”, subraya Irene Herrmann.

¿Cómo consideran ambos historiadores la iniciativa sometida al pueblo el 29 de noviembre? “Si fuera aprobada, Suiza estaría en retroceso con relación al movimiento asumido hasta ahora”, estima Pierre-Olivier Léchot. Irene Herrmann, que ve allí el “reflejo de un malestar en cuanto a la posición de Suiza en Europa y en el mundo”, observa que este tipo de discurso tiende a resurgir en el período de dificultades económicas.

Carole Wälti, swissinfo.ch
(Traducción, Marcela Águila Rubín)

En 1970, la población suiza contaba alrededor de 98%de personas declaradas de confesión cristiana.

El informe redactado a partir del censo federal de 2000 indica sin embargo que el movimiento de retroceso de los dos grupos mayoritarios se acentúa .

El retroceso es más acusado entre los protestantes: 45% (1980); 40,7% (1990); 35,3% (2000).

Es menor entre los católicos: 47,6% (1980); 47,2% (1990); 41,8% (2000).

De manera contraria, las personas sin confesión (3,8% en 1980; 11,1% en 2000) y los musulmanes (0,9% en 1980 y 4,3% en 2000) están en aumento.

En el Siglo XVI, Suiza no escapa a las guerras de religión que desgarran a Europa tras la Reforma.

En 1525, Zúrich es el primer cantón en convertir el protestantismo en su religión oficial. Siguen Berna (1528), que la impone al cantón de Vaud, y luego Basilea (1529).

En diversas ocasiones la paz nacional (1529, 1531, 1656, 1712) fue necesaria para que los cantones respetaran la elección religiosa de unos y otros.

En 1798, la Constitución de la República helvética garantiza por primera vez la libertad religiosa.

Tras la derrota de los cantones católicos durante la guerra del Sonderbund, la Constitución de 1848, fundadora de la Suiza moderna, protege la libertad de culto, bajo reserva de “medidas apropiadas” para el mantenimiento del orden público.

Entre 1860 y 1885, el Kulturkampf manifiesta las tensiones engendradas por la voluntad del radicalismo anticlerical de redefinir las relaciones entre el Estado y la Iglesia en detrimento de ésta.

Adoptada en 1874, la revisión de la Constitución lleva la marca de esas tensions. Diversos artículos dirigidos ante todo contra la Iglesia Católica limitan la libertad de conciencia y de creencia.

Source: Diccionario Histórico de Suiza

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