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Una exposición profundiza en la colaboración de ferrocarriles belgas con el régimen nazi

Paula Andrés Richart

Bruselas, 4 oct (EFE).- La compañía nacional de ferrocarriles de Bélgica (SNCB) cobró por operar una veintena de trenes que deportaron a más de 200.000 personas a campos de concentración y de trabajos forzosos durante la ocupación nazi, según muestra una exposición inaugurada la pasada semana en Bruselas.

La exposición, llamada ‘Los ferrocarriles belgas bajo la ocupación: entre la colaboración y la resistencia’, fue impulsada por el museo de la propia compañía ferroviaria, Train World, y profundiza en su controvertido papel durante la ocupación alemana y la Segunda Guerra Mundial.

“Lo que sabíamos era que los ferrocarriles belgas se encargaban de esos trenes de deportación. Lo que no sabíamos hasta el último informe es que se les pagaba”, dijo a EFE Thierry Denuit, director del museo.

Dicho informe, elaborado a petición del Gobierno belga y presentado en 2023, reveló que la compañía ferroviaria recibió más de 50 millones de francos belgas de Alemania, y a raíz del cual se presentaron dos demandas contra SNCB por parte de los supervivientes y sus familiares.

“La compañía ferroviaria considera importante reconocer el pasado”, señaló Denuit, y aunque “hoy en día los ferrocarriles no pueden hacer nada al respecto, podemos intentar que la gente no repita los mismos errores”.

Bajo ocupación

Cuando el ejército alemán invadió Bélgica en mayo de 1940, tomó el control “de forma inmediata” de los ferrocarriles por su rol estratégico.

“Se instalaron en las oficinas de los ferrocarriles para poder controlar todas las decisiones estratégicas y todo lo que ocurría, mientras que la empresa ferroviaria se limitaba básicamente a la parte operativa”, explicó Denuit.

Narcisse Rulot, quien fue director general de la SNCB y una figura políticamente prominente, siguió al mando de la compañía durante la mayor parte de la ocupación nazi.

Bajo su liderazgo, SNCB obligó a los trabajadores a volver al trabajo tras la invasión para mantener los trenes en funcionamiento. “Si no lo hacían, serían despedidos”, dijo Denuit señalando la carta enviada a los trabajadores, expuesta en un mostrador de cristal.

Por otro lado, en 1941 la compañía creó los “servicios sociales de los ferrocarriles”, que más tarde se descubrió desarrollaron un papel clave en la resistencia, y que proporcionaban ayuda, alimentos y refugio a las familias de los empleados.

Según el director del museo, SNCB llegó a contratar a 25.000 trabajadores más durante la ocupación con el objetivo de brindarles protección y evitar que fueran mandados a campos de trabajos forzosos – lo que resultó en un gran déficit presupuestario para la empresa a finales de la Segunda Guerra Mundial.

En 1943, la compañía notificó a los empleados judíos que ya no podían acudir a trabajar.

Los límites de la colaboración

“La forma en que hay que colaborar cuando se está bajo ocupación está definida por el derecho internacional”, explicó Denuit. En Bélgica, esto se tradujo en la denominada “política del mal menor”.

Para mantener el país en funcionamiento y a su población abastecida, esta política permite la colaboración en beneficio del país, y no del ocupante.

“El problema es cuando organizaban transportes para los alemanes para transportar equipo militar a Europa del Este o deportar a personas a Alemania, eso no interesaba a Bélgica”, dijo el director, concluyendo que “los ferrocarriles belgas fueron demasiado lejos en lo que ofrecieron”.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, y tras haber sido despedido por los alemanes un año antes, el director de la SNCB fue sometido a una investigación para determinar si colaboró con el régimen nazi.

En consecuencia, Rulot fue “apartado administrativamente” por su colaboración, aunque posteriormente también se le ha reconocido como parte de la resistencia. En su defensa, el belga insistió en que no tenía otra opción que colaborar con los alemanes, explicó Denuit.

“Es una historia muy gris, ya que podemos ver claramente que él sobrepasó los límites del derecho internacional y que hizo cosas inaceptables”, añadió.

Tras la guerra, y dada la importancia de los ferrocarriles en la reconstrucción del país, el número de investigaciones sobre empleados que colaboraron con el régimen fue reducido. A su vez, se reconoció como miembros de la resistencia a cerca del 7% de la plantilla.

La SNCB deportó a 189.542 belgas a campos de trabajos forzosos, así como a 25.490 judíos, 353 romaníes y 16.081 prisioneros políticos a campos de concentración. EFE

par/amg

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