Viktoriia y Polina viven en mi casa
Viktoriia Bilychenko y su hija Polina huyeron de la ciudad de Mykolayev, en el sur de Ucrania, a Suiza y ahora viven en Berna, a 2.500 kilómetros de su casa. Sus vidas han cambiado drásticamente, la mía solo un poco.
Llegaron a finales de marzo, cargados con dos bolsas y dos mochilas. Un trabajador de la protección civil suiza las trajo en coche, depositó el equipaje y se despidió de ellas.
Tras el estallido de la guerra, me puse en contacto con la Organización Suiza de Ayuda a los Refugiados (OSAR). El sufrimiento humano, la gente huyendo y las imágenes de la inmensa destrucción causada por este despiadado ataque de Rusia a su vecino soberano me estremecieron. Me ofrecí a acoger a alguien en casa.
Cuando recibí una llamada del Centro Federal de Asilo de Berna preguntándome si mi oferta seguía siendo válida, me asusté un poco. ¿Puedo hacerlo? ¿Quiero hacerlo? Así que me armé de valor y acepté. Y ahora están las dos aquí.
Desempaquetan sus cosas y Viktoriia deja en la cocina dos tazas de té, cubiertos y un paño de cocina de su casa de Mykolayev. Un trozo de nuestra casa para Polina”, dice.
Después de su primera noche en casa, Viktoriia se pone delante de mí y dice: “Echo de menos a mi marido”. Su marido, titiritero en el teatro de la ciudad de Mykolayev, tuvo que quedarse atrás, al igual que todos los ucranianos de entre 18 y 60 años. Su hermano y su suegra también siguen allí, mientras que su madre vive en Polonia. Fue ella quien aconsejó a su hija que no se quedara en Polonia. Con más de dos millones de refugiados, casi no quedan viviendas. Así, tras un viaje de cuatro días vía Varsovia y Viena, llegaron a Berna.
Después de cuatro días de vivir conmigo, Polina, de diez años, duerme por primera vez en su propia habitación. Y me hace un dibujo con altas montañas y una cabaña. Se parece a los Alpes suizos, donde nunca ha estado antes.
Tras una semana en Berna, obtienen el estatus de protección S. Y como el sueldo de Viktoriia no es suficiente para la vida local, vamos al servicio de ayuda social.
Al día siguiente abrimos una cuenta en PostFinance, y fuimos al registro para extranjeros de la ciudad y al departamento escolar. Después de las vacaciones de primavera, Polina se apuntó a una clase intensiva de alemán con dos niños ucranianos del barrio.
Esta ucraniana de 34 años trabaja como instructora de informática en una empresa canadiense y se pasa el día delante del ordenador, ya no en Mykolaïv, sino en Berna: una nómada digital, por así decirlo. Su hija está haciendo cursos en línea y de vez en cuando le muestro un poco de alemán a Polina, utilizando tarjetas de memoria, pictogramas y Google Translate.
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