Alexander Van der Bellen, de esperanza progresista a promesa de estabilidad

Antonio Sánchez Solís

Viena, 7 oct (EFE).- En 2016 Alexander Van der Bellen ganó las presidenciales austríacas contra un ultranacionalista y se convirtió en un símbolo de que había alternativa progresista. Este domingo, aspira a ser elegido prometiendo estabilidad y bajo la crítica de quienes le acusan de haberse plegado a los intereses del Gobierno.

Con 78 años y una larga trayectoria política, primero como socialista y luego en Los Verdes, este ecologista atípico ha capeado como jefe del Estado numerosas crisis en los últimos seis años, y explota ahora de cara a la reelección el perfil de hombre de Estado mesurado que se ha construido.

Sentido común, estabilidad y cohesión ante los «tiempos tormentosos» es lo que ofrece Van der Bellen para ser reelegido este domingo para otros seis años en el cargo.

En su primer mandato ha estado más ocupado que la mayoría de quienes le precedieron como jefes de Estado, un cargo representativo y eminentemente protocolario, con pocas atribuciones ejecutivas.

Austria, un país tradicionalmente muy estable políticamente, ha visto pasar cinco Ejecutivos en seis años y Van der Bellen ha tenido que nombrar a cuatro jefes del Gobierno y a docenas de ministros.

Los escándalos de corrupción del conservador Partido Popular (ÖVP) y del ultranacionalista FPÖ provocaron una cascada de crisis de gobierno, elecciones anticipadas y más caídas de Ejecutivos durante las que Van der Bellen apareció como una figura sólida, llamando a la calma y a la confianza en las instituciones, que le ha valido el respeto y el apoyo con el que ahora espera volver a ganar.

También durante la pandemia de la covid intentó ejercer de elemento de cohesión en una sociedad que venía ya desgarrada en dos bandos desde las elecciones presidenciales de 2016, donde su propuesta liberal europeísta tuvo el respaldo del 53,8 % de los votos, frente al 46,2% que respaldó el ultranacionalismo del FPÖ.

La errática política del Gobierno en su política de contención de la pandemia, con numerosos confinamientos y hasta la imposición de la vacuna obligatoria, creó una brecha social entre quienes aceptaban las medidas, por el bien común, y quienes la rechazaban al verlas como un ataque a la libertad individual.

En una reciente encuesta publicada por el diario Der Standard, el 55 % opinó que Van der Bellen representa a todos los austríacos, un porcentaje más del doble del de cualquiera de los otros seis candidatos.

Las encuestas le dan ahora hasta el 58 % de los votos, una mayoría absoluta que le evitaría enfrentarse en segunda vuelta con alguno de los otros aspirantes, todos hombres y cuatro de ellos muy conservadores.

Desde la derecha, sobre todo el FPÖ, acusan al presidente de proteger a la actual coalición de conservadores y ecologistas, a la que consideran fracasado, y de ser parte de la élite política responsable de los problemas del país.

En ese mismo sondeo, el 69 % de los austríacos ven a Van der Bellen como a un garante del actual sistema político, mientras que los otros candidatos son considerados más «antisistema».

Hijo de una estonia y de un ruso que escaparon de Rusia tras la revolución bolchevique de 1917, nació en la Viena en 1944, pero se crió y doctoró en Economía en la región austríaca de Tirol.

Entró en política cuando tenía ya 50 años, como diputado de Los Verdes, partido que luego presidió hasta 2008.

Padre de dos hijos y casado en segundas nupcias, Van der Bellen tiene fama de personaje que no encaja del todo dentro de los estereotipos de un político ecologista clásico.

Por ejemplo, nunca se le ha visto ir en bicicleta y en el pasado declaró su amor por los coches potentes. EFE

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