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Bayreuth, un taller abierto a remiendos ante la covid y los contratiempos

Gemma Casadevall

Bayreuth (Alemania), 27 jul (EFE).- El Festival Richard Wagner de Bayreuth es en esta temporada un exponente de los distintos remiendos incorporados a su programa, sea por imperativo de la covid-19 o por meros contratiempos.

El legendario coro que dirige Eberhard Friedrich ha tenido que afrontar el gran desafío operístico en tiempos de pandemia: cómo desplegar hasta 140 miembros, cantando, abrazándose o festejando sobre el escenario, sin disparar el gran elemento difusor del virus, los aerosoles. Solistas y músicos se someten a test diarios; pero la dinámica de un gran coro implica riesgos mayores.

Representar las grandes piezas wagnerianas sin coro es impensable. Tobias Kratzer, director escénico del “Tannhäuser” que hoy se representará en el festival, defiende los compromisos asumidos a cambio de estar ahí, después de que el año pasado se cancelara la temporada por imperativo de la pandemia.

“Todos aceptamos la solución de la dirección de festival: el coro se divide en dos. 70 miembros del coro están sobre el escenario, se mueven y escenifican sin distanciamiento físico, pero no cantan. Otros 70, hombres y mujeres, cantan en paralelo desde la sala del coro, separados por paredes de plexiglás”, explica Kratzer, al diario local “Nordbayerischer Kurier”.

La “extraordinaria acústica” y una serie de recursos técnicos permite que el espectador no note esa transgresión, defiende el dramaturgo alemán. Es decisión de cada director que el coro “mudo” haga como que mueve los labios y canta sobre el escenario o que se limite a moverse sobre éste.

Con “El holandés errante”, la producción de Dimitri Tcherniakov con Oksana Lyniv a la batuta, estrenada en la apertura, el veterano Friedrich, puntal de Bayreuth, escuchó algunos abucheos. Una parte del público protestó contra ese “compromiso”.

Con “Los Maestros Cantores”, representada ayer, hubo una mejor conjunción entre el coro real y el escénico, pese a la compleja producción de Barrie Kosky, con Philippe Jordan al frente de la orquesta.

Es una obra con gran despliegue escenográfico. Arranca de una réplica de la biblioteca de Richard Wagner en la Wahnfriedhaus -la que fue su casa en Bayreuth, hoy un museo- y deriva en la sala donde se celebraron los juicios a la cúpula nazi, en Núremberg. Se despide este año tras cuatro temporadas en cartel.

Kratzer ha tenido que sortear otras complicaciones derivadas de la pandemia para su “Tannhäuser”, valorada por la revista especializada “Opernwelt” como la mejor de la temporada en 2019.

No podrá contar con la presencia del drag británico Le Gateau Chocolat, pieza fundamental en su espectáculo multimedia, que no acude a Bayreuth por las restricciones a los viajeros del Reino Unido. En su lugar danzará Kyle Patrick, pese a no representar al colectivo drag.

SALVACIÓN IN EXTREMIS

“Bayreuth no sería Bayreuth si no tuviéramos una buena agenda preparada para resolver contratiempos”, comentaba a Efe Hubertus Hermann, jefe de comunicación del festival. Uno de esos problemas se resolvió el lunes, con la incorporación in extremis del danés Bo Skovhus a los “Maestros Cantores”.

Una hora y media antes de la representación, Skovhus estaba aún “sentado en el avión”, en palabras de Hermann, rumbo a Bayreuth. Hohannes Martin Kränzle, en el papel clave del maligno Beckmesser, podía actuar, pero no cantar, por razones de salud.

Skovhus, sobre el escenario, pero en una esquina, en sobrio traje oscuro, puso la voz que le faltaba a su compañero, el rival de Walter von Stolzing -interpretado por Klaus Florian Vogt. Al danés se le brindó una ovación casi tan atronadora como a Vogt o a Michael Volle -en el papel de Hans Sachs-. Todo Bayreuth parecía enterado de que, sin él, probablemente esa tarde no habría habido función.

EL CENTRO DE TEST, EN LUGAR DEL CHIRINGUITO

Los wagnerianos concentrados en Bayreuth -menos de la mitad de lo habitual por las restricciones de aforo- han demostrado desde la apertura su reconocimiento por el hecho de estar ahí, tras un año de silencio en la colina donde Richard Wagner abrió su teatro, 1874.

Las ovaciones atronadoras se suceden, salpicadas por algún que otro abucheo puntual. La mayoría encaja con resignación las incomodidades de los sucesivos controles policiales, registro previo y verificación del pasaporte de vacunación o test negativo.

Han desaparecido lugares emblemáticos. Entre ellos, el chiringuito, a 200 metros del teatro, donde a precios populares se acudía en el primer entreacto a consumir cervezas o salchichas. Ahí se ha instalado uno de los centros de test de antígenos y registro para los asistentes al festival.

El hotel-restaurante adyacente al teatro, otro punto menos popular donde comer en los entreactos, cerró. En su lugar hay varios puestos-caravana.

Asiste la mitad de público y, por tanto, la mitad de posibilidades de ver o ser visto, para algunos, otra de las razones para acudir a Bayreuth. EFE

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