De la acuamación al compost humano: el dilema de morirse sin contaminar
Javier Albisu
Amberes (Bélgica), 5 dic (EFE).- Morirse es la única certeza de la vida, pero hacerlo sin dejar huella medioambiental no es sencillo. Por eso, en los últimos años han surgido rituales y técnicas funerarias que buscan despedirse del mundo de forma más sostenible.
Una de esas alternativas es la acuamación o hidrólisis alcalina, una técnica que se empieza a practicar ya en México, Estados Unidos o Irlanda y que una empresa belga ensaya por primera vez en la Europa continental porque reduce significativamente el consumo de energía y libera menos contaminantes que la incineración tradicional.
«Es una nueva tecnología en la que se introduce en la máquina a una persona fallecida, añadimos agua e hidróxido de potasio y, cuando calientas el líquido, el cuerpo humano se disuelve. Al final del proceso de acuamación el esqueleto permanece y luego podemos secarlo, triturarlo y entregárselo a los familiares en una urna de cenizas», explica a EFE Tom Wustenberghs, máximo responsable del Crematorio Pontes, cercano a la ciudad de Amberes.
«Es un proceso bastante parecido a la cremación. La única gran diferencia es, por supuesto, que no usamos fuego, sino agua», comenta sobre un proceso en el que se calienta el cuerpo a unos 160 °C durante cuatro horas, hasta que la materia se descompone.
El proyecto belga empezará a funcionar en las próximas semanas, por ahora con cuerpos donados a la ciencia. La funeraria trabaja con dos universidades para realizar una evaluación medioambiental, sanitaria y ética del proceso.
Sus impulsores, que han invertido 1,5 millones de euros en los equipos, fabricados en Escocia, esperan poder ofrecerlo comercialmente a partir de 2028 al mismo precio que una cremación tradicional.
Incinerar un cuerpo genera unos 245 kilos de CO2, según la industria funeraria británica (el equivalente a un vuelo París-Madrid) y requiere también 285 kWh de energía térmica, equivalente al consumo eléctrico de un hogar durante tres o cuatro días. Además, libera sustancias peligrosas como óxidos de nitrógeno, dioxinas, furanos y vapor de mercurio.
Un entierro tradicional libera entre 500 y 800 kilos de dióxido de carbono, de acuerdo con la Escuela Politécnica de París, a lo que se añade el impacto de los productos de embalsamamiento que contienen sustancias cancerígenas persistentes en el entorno, como formaldehído o metanol, mientras que los ataúdes alojan metales, barnices y lacas que también pueden filtrarse al suelo.
«Es más ecológico porque utiliza menos energía. No necesitas gas para el proceso, utilizas menos electricidad y no generas emisiones. También es importante para la gente tener una tercera opción para decidir lo que quieren al final de su vida», resume Wustenberghs.
En el caso de España, el Instituto Nacional de Estadística señala que en el país mueren cada año unas 450.000 personas y cerca del 55 % opta por la inhumación frente al 45 % que elige la incineración. Un féretro precisa de entre 35 y 50 kilos de madera, por lo que esos funerales emplean la madera que producen medio millar de hectáreas de bosque en España.
Desaparición sostenible
Un primer paso para reducir el impacto medioambiental del último adiós reside en emplear materiales más sostenibles, como los ataúdes de cartón, más ecológicos y económicos.
Un ataúd tradicional cuesta entre 500 y 3.500 euros, mientras que los de cartón empiezan en 100 euros. Son habituales en países como Polonia, pero en España apenas se ofrecen al público.
Existen también opciones en bambú o mimbre y versiones más sofisticadas, como los féretros de micelio de hongos, además de proyectos de ataúdes a base de algas y conchas.
Wustenberghs cree que a partir de 2030 proliferarán también otras alternativas, en particular el compostaje humano, también conocido como «humusación» o «terramación».
Consiste en transformar el cuerpo del difunto en compost tras introducirlo en una «cápsula» con materia orgánica como astillas, hojas secas y ramas y mantenerlo en condiciones controladas entre dos meses y un año, según la técnica.
Los huesos se trituran mecánicamente y se devuelven al montículo, que se transforma en 1,5 metros cúbicos de materia orgánica fértil y limita las emisiones de CO2 hasta en un 90 %.
«Otros países están mirando y experimentando: Alemania, los Países Bajos, Estados Unidos, el Reino Unido… están probando mucho el compostaje humano. Y nosotros estamos estudiando si vamos a empezar también un proyecto piloto», dice.
También se experimenta con «bosques memoriales», en los que se suele plantar un árbol sobre los restos del difunto, o con el concepto italiano Capsula Mundi, donde el cuerpo o las cenizas se introducen en una cápsula biodegradable que recuerda a un huevo de dinosaurio, del que crecerá un árbol conmemorativo.
En algunos lugares se ofrece una técnica conocida como entierro coralino, donde las cenizas se mezclan con cemento ecológico para formar estructuras que se depositan en el mar y sirven como refugio para la vida marina. EFE
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