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Sistema de bombas de calor contra el calentamiento global y contra Putin

bomba de calor
Una bomba de calor es un sistema de calefacción de edificios que utiliza electricidad. © Keystone / Gaetan Bally

Las bombas térmicas se consideran un elemento central para reducir las emisiones de CO2. Podrían reducir también la dependencia de Europa del gas ruso, señala un ecologista estadounidense. En Suiza el mercado de bombas de calor está en aumento, pero la mayoría de los edificios continúan utilizando combustibles fósiles.

Un ejército de bombas de calor en Europa para derrotar la dependencia energética de Rusia: esta es la propuesta del influyente periodista y ecologista estadounidense Bill McKibbenEnlace externo, que considera que un desarrollo fuerte e inmediato de la producción de bombas de calor podría ocasionarle un gran perjuicio a Vladimir Putin. Rusia gana más de 1 000 millones de dólares al día con las exportaciones de petróleo y gas, gran parte de los cuales van a parar a Europa, según estimaciones de la agencia de noticias Bloomberg.

Las empresas estadounidenses podrían aumentar la producción de bombas de calor, que funcionan con electricidad, y exportarlas a Europa, afirma McKibben. Eso permitiría electrificar la calefacción de 75 millones de hogares en Europa y el Reino Unido que actualmente dependen del gas ruso.

“Podríamos castigar pacíficamente a Putin, causándole un gran daño y sin aumentar las posibilidades de una guerra nuclear”

Bill McKibben, periodista y ecologista

Para acelerar la producción, el presidente estadounidense Joe Biden podría recurrir a la Ley de Producción de Defensa (DPA), según McKibben. Esa ley otorga a las organizaciones federales la facultad de aumentar exponencialmente la oferta de servicios y materiales relacionados con la defensa nacional. La DPA ya se utilizó para hacer frente a la pandemia de coronavirus, concretamente para aumentar la producción de mascarillas y respiradores.

La propuesta de McKibben puede parecer curiosa. No obstante, la idea no es tan descabellada e incluso podría tenerse realmente en cuenta. Según el Washington PostEnlace externo, la Casa Blanca lo está considerando seriamente. Es una solución que podría ayudar a Europa “en caso de que los gobiernos europeos decidan cortar las importaciones de Rusia”, informa el periódico, citando fuentes anónimas cercanas a la administración Biden.

Como reacción a la guerra en Ucrania, la Unión Europea ha anunciado su intención de acabar con su dependencia de los combustibles fósiles importados de Rusia. Para ello, podría adoptar un plan que incluya, entre otras cosas, la sustitución del gas para el sistema de calefacción.

Sin embargo, la instalación de una bomba de calor no se realiza de un día para otro y suele estar sujeta a largos procesos de autorización. Mientras tanto, lo que es seguro es que las bombas de calor pueden ayudar a afrontar otra crisis. La crisis climática.

¿Cómo funciona?

Una bomba de calor es un dispositivo que extrae la energía térmica del aire, el agua o el suelo y la utiliza para calentar un edificio. No produce calor, sino que lo traslada de un lugar a otro, y en verano, enfría las habitaciones.

A diferencia de una caldera tradicional, una bomba de calor no funciona con fuel o gas, sino con electricidad. Por ello, se considera una solución sostenible y más eficiente para calentar los edificios. Siempre y cuando la electricidad provenga de fuentes renovables.

Triplicar el número de bombas de calor para 2030

A finales de 2020 había unos 177 millones de bombas térmicas en funcionamiento en todo el mundo, según la Agencia Internacional de Energía (AIE). La mitad se encuentran en China y América del Norte. En conjunto, cubren el 7% de las necesidades globales de calefacción.

Los países europeos con mayor porcentaje de edificios calentados con bombas de calor son Noruega (60%), Suecia (43%) y Finlandia (41%). En Suiza, el porcentaje (18%) es mucho menor, pero mayor que en Francia, Italia, Alemania o España.

Las bombas de calor son una de las principales soluciones para reducir las emisiones en los edificios y lograr la neutralidad climática, señala la AIE. Sin embargo, es necesario acelerar su desarrollo, aunque se espera que el número de dispositivos instalados se triplique con creces de aquí a 2030.

El mercado de las bombas térmicas ha crecido mucho más lentamente de lo que desearía la AIE, según un análisis que dos expertos han demostrado en la página web especializada Carbon BriefEnlace externo. La evolución futura, señalan, “dependerá en gran medida de las políticas gubernamentales y de la evolución de los precios de la energía”.

Energía fósil en dos de cada tres edificios en Suiza

En Suiza casi dos de cada tres edificios se calientan con combustibles fósiles, según el informe más reciente de la Oficina Federal de Estadística, que data de 2017. El gas calienta uno de cada cinco hogares y casi la mitad (43%) se importa de Rusia.

Suiza es uno de los países europeos con mayor porcentaje de consumo de gasóleo de calefacción en los hogares, y el sector de la construcción es responsable de aproximadamente una cuarta parte de las emisiones nacionales. La inversión inicial para la instalación de un sistema de bomba de calor, que puede ascender a 60 000 francos en el caso de los dispositivos conectados a las sondas geotérmicas, y la lentitud en la renovación energética de las casas y edificios existentes son algunas de las razones de la fuerte dependencia de los combustibles fósiles.

Aun así, se ha observado un aumento de bombas de calor desde el año 2000, especialmente en los edificios nuevos.

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“El porcentaje de edificios con bombas de calor ha aumentado probablemente en los últimos años, pero no tenemos cifras detalladas”, explica a SWI swissinfo.ch Sabine Hirsbrunner, responsable de comunicación del Programa de Edificios del Gobierno federal.

Los datos más actuales son las de la Asociación Suiza de Bombas de Calor, que informó de un aumento récord del 20% en el número de dispositivos instalados en 2021, en línea con la tendencia observada a nivel internacional. El año pasado, las bombas de calor representaron más de la mitad de los sistemas de calefacción vendidos en Suiza.

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El ejemplo de Glaris y Zúrich

En Suiza no existe una prohibición general de instalar sistemas de calefacción de gas o petróleo en  edificios nuevos. Para fomentar el uso de sistemas de calefacción más respetuosos con el medio ambiente, el Estado ofrece incentivos financieros en el momento de su construcción o renovación.

Suiza tiene uno de los impuestos de disuasión a los combustibles fósiles más altos del mundo. A principios de 2022, la tasa sobre el CO2 generado por el gasóleo y gas se elevó de 96 a 120 francos suizos por tonelada.

“En el sector en el que se aplica, es decir, en el de los combustibles fósiles para la producción de calor, el impuesto sobre el CO2 ha demostrado su eficacia”, según Philippe Thalmann, profesor de economía medioambiental de la Escuela Politécnica Federal de Lausana. De hecho, es en el sector de edificación donde Suiza ha registrado la mayor reducción de emisiones desde 1990.

En los últimos meses, algunos cantones han optado por una normativa más estricta que la vigente a nivel nacional, introduciendo prohibiciones parciales de la calefacción de gas o petróleo. Las leyes energéticas más restrictivas se adoptaron en Zúrich y Glaris, por decisión popular. Al final de su ciclo de vida, las calderas de combustibles fósiles deben ser sustituidas por alternativas sostenibles y neutras para el clima.

Eso no será suficiente para acabar con la dependencia de Suiza del gas ruso y de las importaciones de combustibles fósiles en general, pero supone un paso más hacia una sociedad neutra en carbono.

En Suiza las calderas de gasóleo llevan varios años en declive y desde 2010 alrededor del 2% de las instalaciones (un total de 100 000 calefactores) han sido sustituidas por otros sistemas, según un informe del banco UBS publicado a finales de enero. En cambio, el número de calderas de gas aumentó en unas 30 000 unidades.

Los incentivos públicos para la sustitución de la calefacción que emplea combustibles fósiles son demasiado bajos, sostiene la UBS. Al ritmo actual, añade, es improbable que Suiza cumpla sus objetivos de reducción de emisiones para 2030.

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