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El Museo Balenciaga homenajea el trabajo de las mujeres que posibilitó la obra del maestro

Getaria (España), 12 dic (EFE).- El Museo Balenciaga ha querido rescatar de la invisibilidad a las mujeres que elaboraron las piezas que hoy son objeto de culto a través de un proyecto que reúne testimonios, objetos y documentación sobre los talleres del famoso modisto español, de los que salieron marcadas por la obsesión de la perfección.

Es la impresión que le queda a Loli Lastra, quien trabajó en el taller de San Sebastián (norte de España) durante cinco años y que este viernes participó, junto con otras antiguas trabajadoras, en la inauguración del proyecto ‘Las manos que cosen’.

Tras diez años de investigación, este archivo cuenta con más de 500 registros de testimonios, 25 objetos, 260 documentos y fotografías, además de 10 piezas audiovisuales, que a partir de ahora están disponibles en la web lasmanosquecosen.com.

La perfección

«Entrabas de ‘chiquita’ con 14 años para hacer los recados, picar cuellos, hacer forros y ojales y luego pasabas a ayudanta y a oficiala, aunque a mí no me dio tiempo a llegar a esa categoría porque estuve hasta los 19», señala Lastra.

Reconoce que no veía al diseñador Cristóbal Balenciaga (1895-1972) porque no se acercaba al taller. «Si tenía que ir era cuando no estaba nadie. Veía los trajes que quería revisar y si no le gustaban te los encontrabas sueltos al día siguiente para rehacerlos de nuevo», sostiene.

«Lo que nos ha quedado es ‘un hacer bien las cosas’, la perfección, algo que marca si te lo han enseñado desde pequeña», afirma.

Su compañera Marga Urdanpilleta, que llegó a oficiala de sastrería, recuerda que lo «pasaban bomba», pero que es imposible trabajar como entonces, cuanto tardaban un mes en hacer un vestido o una tarde para coser un dobladillo.

«Ya no se puede hacer así las cosas», apunta Urdanpilleta, que ha atesorado durante años pequeños retales de telas, una de las mayores obsesiones del modisto de Getaria, que finalmente ha llevado a una tienda de su barrio.

Para llevar a cabo la investigación de ‘Las manos que cosen’ el Museo Balenciaga ha recopilado testimonios de quienes trabajaron en las sedes de San Sebastián, Madrid y París.

El resultado ha posibilitado conocer detalles sobre la organización del trabajo, la trayectoria profesional de las empleadas, el ambiente y también su «particular percepción del modisto», explica el director de colecciones del museo, Igor Uria.

Lealtad a la marca

El 93 % de las trabajadoras eran mujeres, que comenzaban en los talleres a una media de edad de 14 años en España y de 18 en Francia, donde la regulación de la formación motivaba que se incorporaran más tarde.

«La estancia en las casas de Balenciaga les abría las puertas a otras marcas de alta costura», señala Uría, quien resalta la «lealtad absoluta» que las trabajadoras sentían con la marca: «75 años después del cierre todavía siguen diciendo con orgullo ‘yo soy Balenciaga».

El director de colecciones del museo incide en el valor emocional que tiene el proyecto, que recoge detalles como el saquito que las trabajadoras confeccionaban para los alfileres, los nombres de las maniquíes o contratos de trabajo firmados en los años 30.

«No era de los que mejor pagaba, pero a pesar de ello seguían en la casa», indica Uria.

Además de las costureras, otras profesiones imprescindibles en el universo Balenciaga, que confeccionaba 200 modelos por temporada, eran las vendedoras y las maniquíes, que trabajaban a tiempo completo y mostraban los vestidos con un número en la mano. EFE

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(foto)(vídeo)

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