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El Nobel de Química: «Ser hijo de refugiados me enseñó que el fracaso no es una opción”

Caty Arévalo

Estocolmo, 8 dic (EFE).- Omar Yaghi, Premio Nobel de Química 2025, pasó su infancia en una habitación de apenas 30 metros en Amán (Jordania), que él y los otros once miembros de su familia compartían con el ganado que criaban. Sus padres, refugiados palestinos, apenas sabían leer ni escribir.

“Mi vida ha estado muy marcada por esa infancia en la que recuerdo a mis padres trabajando todos los días y a todas horas. Mi madre apenas dormía cuatro horas y jamás la recuerdo descansando. Trabajaban muy duro para que yo y mis hermanos pudiéramos ir a las mejores escuelas”, explica en una entrevista con EFE a dos días de que le sea entregado el Nobel.

Preguntado por cómo le marcaron aquellos años, recuerda esta anécdota: “Cuando era pequeño si mi padre me daba 25 céntimos de paga algún día, esperaba a que no me viera y los devolvía a la caja de donde los había sacado para dármelos. Me sentía culpable de quedarme con algo que a mis padres les había costado tanto ganar”.

El sacrificio y el esfuerzo de sus padres porque él y sus hermanos lograran la educación que ellos no habían tenido, es “la fuerza psicológica” que le mueve en su trabajo como químico, que le ha llevado a ganar un Premio Nobel: “cuando me enfrento a un experimento o a un nuevo proyecto debo tener éxito, el fracaso no es una opción”.

“Si en algún momento estoy trabajando en algo complejo y siento la tentación de darme por vencido inmediatamente me dijo, ni se te ocurra, qué vergüenza y deshonra para con mi familia”, confiesa el investigador, de 60 años.

Amor a primera vista

Yagui se define a sí mismo como un niño solitario, muy observador, que no jugaba con los demás chicos, y que se interesó por primera vez por la ciencia cuando, en una biblioteca de Amán, abrió un libro al azar y sintió un “amor a primera vista” por unos dibujos de estructuras moleculares que contenían sus páginas.

“Yo no tenía ni idea de que era aquello, pero esos dibujos de moléculas me atrajeron de una forma casi pasional. Cuando leí que esas estructuras constituían los componentes de todo lo que nos rodea, vivo y no vivo, quedé fascinado”, admite.

Más de 50 años después de encontrar el amor en las “hermosas” estructuras químicas del aquel libro, a Yagui le siguen brillando los ojos al hablar de “la belleza de las moléculas” con su voz calma y dulce, casi parece que recita poesía al hablar de química.

Cuando contaba con 15 años, sus padres decidieron mudarse a Estados Unidos para que pudiese consumar su idilio con las estructuras moleculares, llamando a las puertas de los laboratorios para preguntar a los profesores si podía colaborar con ellos.

En los tres en los que consultó le cogieron: desde entonces “el laboratorio ha sido mi hogar”. El resto ya es historia de la ciencia.

‘Padre’ de los materiales del futuro

Yagui recibe el Nobel por ser uno de los químicos más eminentes de nuestra era, el descubridor de las estructuras metal-orgánicas (MOF en inglés) gracias a las cuales se desarrollan y se seguirán implementando a gran escala unos nuevos materiales porosos que, entre otros, forman parte de las soluciones científicas a la crisis ambiental.

Gracias a los materiales desarrollados con sus hallazgos se puede capturar el dióxido de carbono (CO2) de las plantas de cemento, que constituyen un tercio de las emisiones industriales; recoger el agua del aire para dar de beber a millones de personas que viven en zonas áridas o almacenar hidrógeno para producir energía limpia.

Este «enamorado de las estructuras metal-orgánicas» ha sido muy correspondido: el laboratorio estrella en química la Universidad de California Berkeley lleva su nombre, ya tenía un premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, ahora un Nobel, y la lista, obviamente, no acaba ahí.

¿Le toca pararse a reflexionar y disfrutar de sus logros? No. Lo aprendió de sus padres. Hace unos meses fundó un instituto «para el bien común» centrado en el uso de la inteligencia artificial (IA) para abordar el cambio climáticos: el Instituto Bakar de Materiales Digitales para el Planeta (también en Berkeley).

«La IA nos está ayudando a convertir estructuras moleculares en nuevos materiales mucho más rápido que nunca. Nos permite transformar esos materiales recién creados en aplicaciones y en dispositivos comerciales de forma casi inmediata, sin tener que esperar 25 años», señala.

Uno de los retos en los que trabaja en esta nueva aventura científica es en el desarrollo de nuevos materiales denominados «estructuras orgánicas covalentes», que cuando se mezclen con el aire eliminen el CO2 contenido en él.

«Son estructuras muy estables que pueden permanecer en el aire durante años. Lanzando 100.000 toneladas en cada ciudad de un millón de habitantes o más, podríamos lograr eliminar el dióxido de carbono del aire en apenas tres años. Sé que hablo de una escala muy grande, pero las empresas químicas están capacitadas para hacerlo».

Un esfuerzo de esa magnitud «requiere de una gran alianza de países, al menos todos los del G20, porque que lo haga uno solo no marca la diferencia en un problema tan global como el cambio climático».

A pesar de ello, Yagui es crítico con que el sistema científico actual esté tan centrado en las aplicaciones o los productos resultado de la investigación.

«Parece que nos hemos olvidado que el ser humano es el principal ‘producto’ en la ciencia. Me refiero a que falta tiempo para que los científicos piensen en problemas que hay que resolver y dediquen su capacidad intelectual a cómo solventarlos de forma creativa. Solo así se amplían las fronteras del conocimiento», subraya.

Yagui no tiene ya familiares directos viviendo en Palestina, pero sí un deseo muy fuerte para el pueblo de donde viene: la paz.EFE

cam/cg

(foto)

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